Viernes por la mañana

corbata.RevistaGaleradas.Relatosinéditos

Era una mañana oscura y gélida, la única luz que se observaba era la que emitían las farolas. Los que habéis madrugado como una servidora,  habréis sufrido, además, el chirimiri de la lluvia en vuestras caras. Después de recorrer los cinco minutos de paseo que caracterizan la distancia de mi casa hasta la boca del metro, y que eran los suficientes como para que el agua y la humedad estropeasen mi pelo, me disponía a bajar las escaleras hacia los subterráneos de Madrid.

Total, que llegaba al metro cansada del madrugón y fatigada de la larga distancia recorrida (ya sabéis que cuando uno llega a mi edad, los años pesan) y me senté en uno de los bancos del andén. Podéis aludir a mi mala ciudadanía, ¿con 22 y tienes que sentarte en el banco?, pero a las 7:30 de la mañana, como comprenderéis lo que es exceso de gente no había… y al final creo que no le estaba robando el sitio a nadie de la estación.

En la otra punta del banco se sentó un joven trabajador, con la inexperiencia pintada en su semblante, recién salido de la cantera, liado con su corbata. Para que os hagáis una idea, tendría más o menos, la edad de mi hermano,  y pensaréis: «¿Cómo te gusta recurrir a la figura literaria de tu hermano, eh, Celia?» Pues claro, para eso lo adoptamos… Sin embargo, y para los que desconocen la edad del mismo, os adelanto que tendría unos 25.

Pasaron los minutos y el pobre joven de nuestra historia seguía estresado con su atuendo. Yo, miraba de reojillo. Estaba segura de que o bien iba a su primer entrevista de trabajo o al primer día de su gran aventura laboral.

En lo que aparece nuestro tercer participante, curtido por los años de experiencia, que iba perfectamente trajeado y con su corbata ya correctamente acomodada. Y que viendo a nuestra joven promesa farfullando a su vestimenta, le comenta amablemente:

—¿Quieres que te ayude a colocarla? —tal vez recordando su primera experiencia con los nudos.

A lo que nuestro protagonista contestó, obstinado, con un simple:

—No, no, si ya lo tengo todo controlado —supongo que consideró que era personal su batalla con la corbata y no quería ayuda externa para ganarla.

Llegó el metro, entramos los tres en la misma cabina, y la verdad, que tanto el señor como yo seguíamos expectantes con el desenlace de la historia. El joven se miraba en su reflejo para ver si esa era la ayuda que necesitaba, la solución de sus problemas, pero continuaba con el mismo entuerto. Continuaba solo, haciendo y deshaciendo el lazo testarudamente. Sus compañeros de banco, el señor experto en corbatas y yo, nos miramos, le miramos, una risa cómplice. Y, en un intento de infundirle ánimos, le comenta:

—Venga que ya lo tienes.

Pero algo todavía no le convencía al muchacho, que volvía a desatarse el nudo de la corbata. Finalmente, después de unos 10 minutos de eterno sufrimiento, consigue ajustarse el complemento al cuello de acuerdo con sus altas expectativas de protocolo. Entablan conversación nuestros protagonistas:

—Todo es acostumbrarse —le dice nuestro veterano, que seguro que tardó años en conseguir realizar el nudo en menos de un minuto.

El joven le sonríe, con la confianza de aquel que ha hecho un buen trabajo, y comienzan una jovial conversación que me veo obligada a abandonar para coger el trasbordo.

Celia Llamas Lozano, colaboradora revista Galeradas

10 comentarios

  1. Que buen relato, el cual desconozco si está escrito desde la ficción o la vivencia. En todo caso, me parece tan real que yo mismo, por edad, me siento reflejado en el protagonista más maduro.

    Enhorabuena Celia.

  2. Increíble relato, por un momento me he sentido en el vagón del metro observando el ingenió y las ganas de luchar de un nuevo chaval. Ahora me he quedado con la intriga, del que ocurrirá?

  3. Entretenido el texto, te metes fácilmente en la historia porque es algo que nos puede pasar a cualquiera! Ojalá el pobre agarre práctica con los nudos jajaja

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