El recuento de todos estos años

POR GUILLERMO OBANDO CORRALES

Para Yirle Teresa Leiva, en alusión a aquello que está ahí, pero que nadie ve

La música sacude los oídos de una jovencita de tez blanca, estatura mediana, pelo negro y nariz pulida. Los Bukis han sido un refugio contra la melancolía que invade su vida desde hace varios años. Cuando no quiere nada con el mundo, busca el reproductor MP3 que alguien le regaló, se pone los audífonos blancos marca china y se deja llevar por la música de Joan Sebastian. «Te irá mejor sin mí», expresa el Poeta del Pueblo. «Amanecer enredado en tu talle», lo sigue un hijo de este, José Manuel Figueroa. «Vos, chavala, andá comprate unas tortillas. Apurate», le grita un familiar al fondo de una canción de Braulio. 

Del cuartito con láminas de cinc emerge Teresa, de 17 años. En aquel momento está saliendo con un muchacho mayor que ella, de nombre Óscar. Es borracho, pero la trata bien. Fuma, pero le da regalos. Sin embargo, ha escuchado el rumor de que Óscar tiene fama de mujeriego, lo que la irrita y la lleva a tomar la decisión de disolver aquel vínculo. Eso pasa, y no tan tarde viene a su vida otro hombre. Esta persona dura con ella cerca de 15 años de matrimonio, procrean dos hijos y la historia termina igual que la anterior: en separación. Aquel sujeto se mostró amable al principio, pero luego sacó las garras: fue reduciéndola a la mínima expresión humana poco a poco, hasta llegar a hartarla.

En 2022 Teresa vio en Facebook el perfil de un chavalo que ya había conocido en 2015: G. O. C. No pensaba salir con nadie; estaba cansada de todo lo malo que había vivido en su anterior relación. No obstante, G. O. C. aceptó su solicitud de amistad y desde el primer chat comenzó a enamorarla. Ante su insistencia, decidió verlo en un centro comercial, donde bebieron café y luego visitaron el cine, espacio en que se besaron apasionadamente y formaron una especie de noviazgo. La relación ha tenido desde entonces algunos altibajos; Teresa ha estado a punto de romper con G. O. C., pero lo salva que la trate bien y ponga mucho interés en ella. Además, este no bebe ni fuma ni se expresa con vulgaridades. Al contrario, le enseña cómo usar las comas sin necesidad de enseñarle nada. «Hola, preciosa», escribe él por WhatsApp. «Hola, cariño», responde ella, emulando esa coma que separa al vocativo («preciosa») del mensaje («hola»).

Aquella jovencita de 17 años se parece bastante a la Teresa de hoy. Ambas tienen una sola adicción: la música. Adoran esas canciones que cuentan una historia redonda, cíclica, perfecta, al estilo de Mecano y su Cruz de navajas. También, la Teresa de la actualidad llora en el baño y canta canciones de Selena a viva voz, mientras recuerda a la tía que murió cuando ella tenía 6 años. No lo entendió entonces ni puede comprenderlo aún: la tía murió a los 17 años, imprevistamente, sin dar síntomas de ninguna enfermedad o avisar causa alguna de muerte. Hay quienes afirman que se trató de un asesinato, pero ella opta por no pensar que eso ocurrió. Su preferida de Selena es Fotos y recuerdos:

«Tengo una foto de ti

que beso cada noche antes de dormir.

Ya está media rota, ya se está borrando,

por tantas lágrimas que estoy derramando.

Y es todo lo que me queda de tu amor:

sólo fotos y recuerdos».


Su tía —lo sabe sólo ella— la quiso un montón. Se llamaba Tere, y de ahí su segundo nombre. Además, escuchaba a Selena, era su cantante favorita. Hoy, cuando la segunda Teresa cumple 33 años, no puede evitar las lágrimas. Otro cumpleaños sin tener al amor de su vida. Sí, se puede llegar a querer tanto a alguien que nos dio todo su cariño. Aunque fueran un par de años, unos cuantos meses, apenas días: creemos especial a ese ser que ocupó instantes de sí para hacernos sentir únicos, amados sobre la tierra.

G. O. C. no desea repetirse: hace unas semanas le regaló flores. Le ha cumplido, incluso, los gustos más recientes: varias libras de chorizo norteño, elaborado en Ocotal; chocolate blanco, no necesariamente de la marca Hershey’s; sopa Maruchan en vaso, sabor a camarón con chile piquín. No sabe qué regalarle a su novia que no le haya dado antes. De pronto se le ocurre algo: pedir un espacio de publicación en Revista Galeradas, que dirigen unos miembros de Editorial Adarve, empresa para la que él corrige textos. «¿Y si hago un texto dedicado a ella, donde hable brevemente de algunos años de su vida?». Escribe el texto, y lo manda a la editora. No sabe si se publicará a o no. 

G. O. C. se queda mirando una fotografía del 2012 que Teresa le obsequió hace un par de días. Trae una dedicatoria atrás, que dice: 

14/04/2012 

Teresa

Para G. O. C.

Te amo. Para que me recordés en mis días de mi juventud. Actualmente cumpliré 33 años de edad.

Hoy, 13 de abril del 2023, Teresa se levantará amando más el mundo en que le tocó nacer. No ha sido fácil vivir; la vida en sí misma nunca ha sido sencilla, ella puede corroborar esa frase. A ratos se siente muy sola, a pesar de estar rodeada siempre de sus dos hijos y del insistente e inagotable G. O. C. Tampoco puede negarse que la soledad es un sentimiento, una necesidad de sentirse vacío porque sí, porque no todo el tiempo debemos necesitar de nadie para sentirnos bien con nosotros mismos. De repente recuerda una frase que G. O. C. le dice cada vez que tiene oportunidad de querer parecer poeta: «El amor es un perro muerto tirado en medio de la calle. ¿Lo ves? ¿Podés mirar el cadáver de ese pobre ser, que está tirado ahí, recibiendo el peso de cada vehículo que pasa destrozándolo? No lo ves, pero ahí está. Eso es el amor: algo que está presente, pero que nadie ve». 

Teresa evita el análisis de ninguna frase pseudopoética. Más bien se sume otra vez en su música, la única forma que ha tenido de comprender la existencia. «Cuando uno sabe de música, encuentra rápido la letra que le pertenece, la letra para cada momento», manifiesta Teresa detrás de la llamada. «Si no celebro mi cumpleaños es por la ausencia de ella, de Tere». Y al instante sube a su WhatsApp este fragmento de A aquella, de los Bukis:

«De aquella mujer bonita, de imagen tierna,

llena de luz, quiero oír el dulce tono de

su voz diciéndome que no era en serio aquel

adiós».

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