Reunión de trabajo

Por Juan Alberto Campoy

Día 15 de marzo de 2031. Cinco de la tarde. Reunión en el Ministerio de Cultura. Presentes, el señor ministro, Arturo Pérez-Reverte, la directora del Museo Reina Sofía, Agatha Ruiz de la Prada, y el insigne escultor Richard Serra. El primero de ellos tomó la palabra.

—Bueno, pues ya tenemos dos obras de arte en lugar de una. La noticia, desde luego, no puede ser mejor. Como a estas alturas ya sabrán ustedes, en el transcurso de las obras de construcción del MOV, el recientemente creado Ministerio de Ofendidos Varios, ha aparecido la obra «Equal Parallel: Guernica-Bengasi». Allí estaba, en los mismos cimientos del demolido Archivo General del Ministerio de Trabajo. No sé cómo no se nos había ocurrido antes. Ésa fue precisamente la sede de Macarrón Sociedad Anónima, empresa que almacenó la escultura antes de suspender pagos y que la Seguridad Social se incautara del solar, las naves y todos sus efectos. La pregunta es obvia: ¿y ahora qué?

Revista Literaria Galeradas. Foto sala de reunión
Foto sala de reunión

Richard Serra, que, como buen artista y pese a sus 91 años cumplidos, vestía de forma juvenil y extravagante —camisa hawaiana con profusión de palmeras y tablas de surf, pantalones vaqueros con agujeros a la altura de las rodillas, y zapatillas de deporte marca VANS—, se vio obligado a intervenir.

—Quiero recordarles que esta posibilidad ya se contempló en el año 2006, cuando se hizo pública la sorprendente, y nunca suficientemente aclarada, desaparición de mi obra maestra. Una escultura de 38 toneladas volatilizada así como así, por arte de magia. Ni el mismo David Copperfield hubiera sido capaz de semejante hazaña. A lo que iba. Entonces, año 2006, se encargó la fabricación de una obra idéntica a la extraviada. Y se acordó que la misma, que no es otra que la actualmente expuesta, no sería, en puridad, una copia, una reproducción de la anterior, sino una obra original, con todas las características inherentes a esa condición. Y, debido a ello, se acordó asimismo que, en caso de que la obra desaparecida dejara de estarlo, una de las dos obras sería destruida, ya que no era concebible la coexistencia de dos esculturas originales formalmente idénticas.

Arturo Pérez- Reverte torció el gesto en señal de desaprobación e intervino de nuevo.

—No sé, por mi puede hacer usted lo que quiera. Como si destruye las dos obras. No creo que el mundo del arte perdiera nada con ello.

Richard Serra acusó el golpe. No podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Su réplica no se hizo esperar.

—¿Y usted es el ministro de Cultura? Yo diría que el presidente del gobierno se ha equivocado a la hora de realizar el casting. Usted no tiene ni idea. No sólo se trata de una obra (bueno, ahora de dos obras) formalmente perfecta, sino que además contiene una carga simbólica extraordinaria. Empecemos por lo primero, por la forma. Cuatro paralelepípedos de acero corten, todos con la misma profundidad y la misma altura, coincidente además con la altura de los alféizares de las ventanas. No está mal, ¿eh? Pero hay más. Las anchuras de los bloques son distintas, pero iguales dos a dos, de manera que las caras frontales de dos de ellas son cuadradas (su anchura es igual a su altura) y las caras frontales de las otras dos son rectángulos apaisados (su anchura es superior a su altura) ¿Cómo se han quedado ustedes? ¿Puede haber mayor genialidad?

Arturo Pérez-Reverte respondió sarcásticamente.

—Sí, vamos, lo que vienen siendo dos cajas de cerillas y dos gomas de borrar, pero a lo bestia.

Richard Serra pasó al cuerpo a cuerpo.

—Bestia es quien no es sensible a la belleza.

Pérez-Reverte no quiso darse por aludido.

—Habló también de una carga simbólica. ¿A qué se refiere?

Richard Serra respondió con aire displicente.

—Es evidente, ¿no? El propio título de la obra lo indica: el paralelismo entre el ataque de las fuerzas aéreas estadounidenses contra la ciudad libia de Bengasi en 2006 y el ataque de la Legión Cóndor contra la ciudad vasca de Guernica durante la Guerra Civil española.

Pérez- Reverte no desaprovechó la oportunidad. Su rival se lo había puesto muy fácil.

—Desde luego ha sido un gran acierto el título. Sin él, nadie hubiera comprendido en su integridad toda esa carga simbólica de la que habla.

Richard Serra no estaba dispuesto a capitular.

—Usted no tiene ni idea de lo que está hablando.

Entonces fue cuando Pérez-Reverte se dejó de sarcasmos y juegos de salón y sacó toda la artillería.

—Me va a disculpar pero creo que el que no tiene ni idea es usted. ¿Quiere que le haga un repaso de los lugares en los que me he jugado el tipo como reportero de guerra? ¿De qué guerra quiere que le hable? ¿De Chipre, Líbano, Eritrea, el Sáhara, las Malvinas, El Salvador, Nicaragua, Chad, Libia, Sudán, Mozambique, Angola, el golfo Pérsico o los Balcanes? Así que ni usted ni nadie tiene que explicarme lo qué se siente cuando caen bombas desde el cielo. Yo lo he vivido. Yo he sentido el aliento de la parca en el cogote. Y créame que no es una sensación agradable. Y mientras tanto, ¿usted qué hacía? ¿Presentaba su obra en la Bienal de Venecia o en la de Basilea?

Agatha Ruiz de la Prada, que hasta ese momento había permanecido ausente, quiso intervenir, asustada por el cariz que estaba tomando la conversación.

—Señores, señores, tranquilícense. Usted, señor Reverte habrá estado en todas esas guerras, no digo que no, y ya sabemos que es miembro de la Real Académica Española y el escritor que más vende en los países de habla hispana. Pero, debería tratar con respeto al señor Serra. No sólo por ser un nonagenario. También por su carrera profesional. Le recuerdo que es poseedor de la Orden de las Artes y las Letras y del premio Príncipe de Asturias. Esto no es una competición a ver quien la tiene más larga. La carrera profesional digo. Aquí de lo que se trata es de resolver qué hacemos con la obra encontrada. Es cierto que, en su momento, se habló de destruir una de ellas. Pero, qué desperdicio, ¿no? A mí se me ocurre lo siguiente, no sé qué pensarán ustedes. Una de ellas se deja como está, que tampoco está tan mal, a pesar de lo que dice el ministro. Y la otra se pinta de colores para darle un poco de alegría al asunto. Que se vea que la paz es más importante que la guerra, y el amor, más importante que el odio. Había pensado pintar dos bloques con corazones de rojo intenso sobre fondo morado, y los otros dos, con sendos arcos iris y multitud de colibríes. ¿Qué les parece?

Los dos hombres se cruzaron la mirada con estupefacción y por primera vez parecieron coincidir en algo esa tarde.

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