El nacimiento de la Nueva Era (2): Amago de Melancolía

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EL NACIMIENTO DE LA NUEVA ERA (2): Amago de melancolía, por Enrico María Rende

El ser humano, perdiendo los mitos, corre el peligro de ya no ser el mismo, de perderse a sí mismo. Si ya no siente el aire que silba por entre las hojas de los árboles, ni tiene la visión de los bosques para inspirarle respeto por el mundo, la naturaleza y sus fieras protectoras… Si la luna ya no cabalga entre las nubes nocturnas portadora de innumerables secretos, ni llena las noches con halos de misteriosas aventuras de míticos héroes de tiempos pasados, ni alumbra ya los fantasmas entre las sombras que traían a los corazones la mágica sensación de que los secretos invaden el mundo, impulsando a los más intrépidos a zambullirse en su interior, y cerrando a los menos en cálidas habitaciones protegidas por la luz inigualable de una llama… ¿Cómo no asustarse ante un panorama tal? La luna, ahora, es el ser humano quien la cabalga. Han muerto así los duendes, los osos, las ninfas, los zorros, los gnomos, los murciélagos…
Todos han sido asesinados, y se ha privado a la mente de la naturaleza viva, y al corazón de la fantasía natural.

Sin embargo, ¿es eso negativo? ¿Es eso un síntoma de degeneración? ¿Es ese motivo para amedrentarse y desconfiar del progreso? Desde luego que no. Todo cambio asusta; Amón—Ra pasó muchísimo miedo antes de desaparecer para siempre, al igual que Quetzalcoatl, y que el gran Júpiter. Muchas fueron las personas que clamaron al cielo en contra del desarrollo, en contra de la desaparición de sus mundos… Pero, ninguna fin de un mundo pone fin al mundo: después siempre viene uno mejor, más evolucionado, más desarrollado, y sustentado sobre las bases, conocimientos y experiencias de todos los precedentes. Así es la vida; así la realidad

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