El jardín

Por Alberto Martín-Aragón

JOSEP Borrell ha declarado recientemente que Europa es un jardín y que el resto del mundo es una jungla. Esto ha irritado a bastantes mendas. Algunos no nos sorprendemos de esta declaración porque sabemos que el actual jefe de la política exterior de la Unión Europea hace diplomacia farfullando impertinencias y mirando por encima del hombro al personal. La frase de Borrell es el típico comentario de un racista de modales afectados que considera salvaje e incivilizada a toda persona que no huele a oficina o a despacho con vistas a una calle céntrica. Borrell forma parte de la parroquia socialdemócrata y los socialdemócratas occidentales conforman una mafia casi intocable: te juegas el empleo o la subvención si denuncias sus constantes y bochornosas incoherencias ideológicas. Solo ellos pueden ser contradictorios e inconsistentes y permanecer tan tranquilos y arrogantes; solo ellos pueden defender la guerra y la paz simultáneamente sin que nadie les tosa. Manadas de palmeros mediáticos los justifican y los indultan. ¿Creen ustedes que el actual ardor guerrero exhibido por Borrell contra Rusia no sería tildado de fascista si Borrell perteneciera a un partido conservador? 

Me gustaría saber si los asesinados por unos fundamentalistas islámicos en la sala parisina de Bataclan en 2015 consideraron que Europa era un jardín cuando vieron cómo los yihadistas les encañonaban con unos AK-47. He mencionado a las víctimas de Bataclan, pero quizá debiera referirme a todas las víctimas del terrorismo que ha habido en suelo europeo y a todos los millones de seres humanos que han sido humillados, vejados, violados, torturados, decapitados, fusilados, tiroteados, descuartizados, desmembrados, castrados, enculados, quemados y gaseados en el viejo continente a causa de guerras, revoluciones, persecuciones, limpiezas étnicas y otras infamias. Por no aludir también a las víctimas de la rapiña europea. Europa puede ser un jardín, pero es incuestionable que es un jardín en el que se ha derramado mucha sangre y un jardín que, además de nobles ideas y conceptos, también ha exportado métodos de crueldad y de opresión (y esto no ha terminado todavía). ¿Somos los europeos tan distintos a los habitantes de la hipotética jungla borrelliana? Una de las ventajas de estar muerto es no tener que escuchar las necedades supremacistas de un europeísta hinchado de cerveza belga y de moules frites. Ahora bien, proclamar que Europa es solo un basurero de mercaderes o que solo ha llevado muerte y pobreza a otras regiones del globo (algo que insinúa a veces el adanismo que cultiva determinada extrema izquierda) también es una necedad. Europa también ha sido Copérnico, Galileo, Mozart, Schopenhauer, Proust o Einstein, entre otros. Ciertamente me causa sonrojo recordar semejantes obviedades.

Borrell no es nada necio y minusvalorarle es indicio de ignorancia o de envidia. Borrell es astuto y atesora una vasta (y basta) experiencia como intrigante institucional. Desgraciadamente su astucia y su conocimiento mundano y político solo le benefician a él y a su pandilla, que suele hacer de felpudo para los intereses de Washington. Pero eso sucede con casi todos los servidores públicos de nuestro tiempo. Resulta comprensible, no obstante, que una persona que pasa la mayor parte del tiempo en climatizados y vanidosos edificios oficiales recibiendo las adulaciones de tantos correveidiles considere que está habitando un Edén de hermandad rubia y blanca. Borrell es una modélica encarnación de lo que es el europeísmo, un uniformador y orwelliano nacionalismo que pretende acabar con la diversidad de Europa amordazando a sus ciudadanos con normativas y regulaciones que hagan sus vidas más angostas, monótonas y mezquinas. Europa existía antes de la Unión Europea. No sabemos si sobrevivirá a esta omnímoda, avariciosa y glotona comunidad política y económica, más preocupada actualmente en salvarse a sí misma que en mejorar la vida de los europeos corrientes y comunes, cada vez más pobres, más aturdidos, más tristes. Sí, Europa puede ser un jardín, pero está traspasado por la infelicidad y por el miedo. Como el resto del mundo.

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