Un lugar, una búsqueda

Revista Literaria Galeradas. Campo

Revista Literaria Galeradas. CampoPor Adolfo Marchena

En uno de los relatos de la Trilogía sucia de La Habana (1998), Pedro Juan Gutiérrez escribe: «Muchas veces crees que lo mejor es huir. A otro país, a otra ciudad, a otro sitio. Pero sigues atrapado». El autor cubano, con este libro, junto a Animal tropical, se convirtió en el arquetipo del escritor maldito caribeño. Algunos críticos no tardaron en llamarlo el Bukowski tropical o el Miller cubano. Autor de búsquedas, insaciable perseguidor de horizontes (que diría Francis, de Doctor Deseo), publicó en junio de 2019 Estoico y frugal. Pedro Juan nombra muchos lugares como Burgos, Benidorm, Alemania o Italia. Recuerdo cierta desazón que dejó la lectura de este libro en mí. Precisamente porque intuí que el autor buscaba continuamente ese lugar donde vivir y escribir. Negándose y aceptando continuamente. En Estoico y frugal, ya al final del libro, escribe: «En La Habana me aguardaba una prueba de fuego. Ante mí se abrían dos caminos: dar la espalda a todo, guardar silencio, alejarme y no escribir más. Convertirme en un escritor invisible. O, por el contrario, desplegar el papel estúpido de escritor de éxito…».

La naturaleza o lo que hoy denominamos entorno rural, también jugó un papel muy importante en la vida de escritores como Henry David Thoreau. Pero antes que éste, autores como Wittegenstein ya se había construido su propio refugio en Skjolden (Noruega), Heidegger filosofaba en una pequeña y austera caseta en su querida Selva Negra o George Bernard Shaw acostumbraba a encerrarse en una angosta cabaña de su jardín trasero que tenía la particularidad de que se podía girar siempre, como los girasoles, buscando la luz del sol. En el caso de Thoreau, en julio de 1845, decidió trasladarse a vivir a la cabaña que él mismo había construido a orillas del lago Walden, en Concord (Massachusetts). Durante los dos años, dos meses y dos días que vivió en la cabaña, escribió la obra homónima en la que describe su economía doméstica, sus experimentos en la agricultura, sus visitantes y vecinos, las plantas y la vida salvaje. Walden está considerada como una obra literaria maestra. Lo que un hombre piensa de sí mismo, esto es lo que determina, o más bien indica, su destino», escribió Thoreau. Salinger, el autor de El guardián entre el centeno, obsesionado por su vida privada y su fuerte rechazo a la exposición pública, levantó muros y se aisló del mundo en una granja de Cornish (New Hampshire), donde se dedicó por entero a la escritura durante sus últimos cuarenta años. «Ese es el gran problema. Nunca puedes encontrar un lugar que sea agradable y tranquilo, porque no existe. A veces puedes pensar que sí existe pero una vez que estás allí alguien se acerca sigilosamente y escribe –jódete- en tus propias narices». Escribió Salinger en El guardián entre el centeno.

Cuenta Javier Marías en Vidas escritas que Joseph Conrad podía abstraerse tanto del mundo que, incluso, llegó a permanecer toda una semana enclaustrado en el cuarto de baño de su casa mientras trabajaba. El autor de El corazón de las tinieblas podía pasar días y días encerrado en su estudio. Por su parte Emily Dickinson también decidió encerrarse en su casa paterna de Amherst (Massachusetts) y permanecer en el anonimato. Entregada al estudio, la reflexión y la escritura, la poeta tenía pocas amistades personales y escasas relaciones sociales. Sobre ella, escribe Siri Hustvedt en Vivir, pensar, mirar que: «se encerraba en su casa a leer y a escribir. Allí habitaba la inmensidad de su vida interior. Sus mentores vivían en los libros». Marcel Proust, autor de En busca del tiempo perdido, pasó los últimos quince años de su vida encerrado en su piso del número 102 del bulevar Haussmann de París, del que apenas solía salir.

También los hoteles ocuparon un espacio en los escritores, en su búsqueda de espacios. Así sucedió con el Hotel Chelsea frecuentado por novelistas, poetas, pintores, músicos o cineastas. Escritores como Thomas Wolfe, Jack Kerouac, Arthur Miller, William Burroughs, Dylan Thomas, Arthur C. Clarke o Mark Twain frecuentaron sus habitaciones. Arthur Miller se mudó allí tras su divorcio con la actriz Marilyn Monroe. Allí escribió, en la habitación 614, Después de la caída, poco después de la muerte de la actriz. Sobre el hotel, Miller llegó a decir: “Gracias a Dios el Chelsea nunca ha sido respetable”. En 1959 William Burroughs, escribió allí gran parte de su novela más importante, El almuerzo desnudo. En los años ochenta y noventa, dos de los miembros más célebres del movimiento beat, los poetas Gregory Corso y Herbert Huncke, pasaron sus años en declive acechando el Chelsea. El también Hotel Monteleone, de Nueva Orleans, ubicado en el animado Barrio Francés, acogió a huéspedes como Ernest Hemingway y Tennessee Williams, entre otros, quienes mencionaron numerosas veces en sus obras el citado hotel. Y cabe mencionar también el Algonquin Hotel de Nueva York ya que allí, en la década de 1920, se produjeron las reuniones de la Mesa Redonda, que incluía nombres como Robert E. Sherwood, Dorothy Parker, George F. Kaufman y Edna Ferber. Bajo la dirección de Alan Rudolph se rodó la película La señora Parker y el círculo vicioso, película estadounidense de 1994 protagonizada por Jennifer Jason Leigh, en el papel de Dorothy Parker. La película gira en torno a la vida, la carrera y los romances, de la narradora y periodista de agudo ingenio, y defensora de los derechos sociales Dorothy Parker. El director del film contrapone el ambiente sofisticado y bullicioso en el que se mueve la protagonista con la desolación interior de ésta, marcada por sus desastrosas relaciones personales.

Buscamos, tal vez eternamente, el lugar, el espacio donde ubicarnos. Bien sea la ciudad, con su trasiego y sus hoteles; bien sea la plácida naturaleza; o bien el aislamiento y la cercana soledad de nuestras circunstancias. Como escribe Pedro Juan Gutiérrez en la Trilogía sucia de La Habana, dentro del capítulo Dejando atrás el infierno: «La azotea está tranquila. Menos mal porque aquí siempre hay revoltura. Un calor horrible. Ni gota de brisa. El mar como un plato. Será una noche bellísima de luna llena. Desde el octavo piso se ve todo. Dentro de mi cuarto no puedo estar». Uno va y viene, en ocasiones, amando y odiando, de igual manera, ese habitáculo que nos cobija.

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