La novela de Luís Martín Santos, se cultiva cuando el realismo está muy presente en la literatura. Así que lo primero que observamos al leer, las primeras páginas del texto, es un acercamiento a la realidad que rodea al protagonista de la obra. El contenido de la narración empieza describiendo las circunstancias en las que trabaja el protagonista, que se dedica a investigar el cáncer, sin apenas recursos; ni siquiera tienen ratones para poder seguir con la investigación y tiene que recurrir al «contrabando». Lo que en un primer momento puede parecer una denuncia puntual, en una situación concreta, va más allá y se extiende a una denuncia social y los pocos recursos de los que dispone el país para cosas tan importantes como la investigación en la medicina. España acaba de salir de la guerra, es una época en la que la gente pasa hambre y en la que el gasto se tiene que reducir al mínimo. Se ve una clara denuncia al uso de los recursos del estado. Se ve en referencias directas del autor como «pueblo pobre» o «proteínas para el pueblo desnutrido».
Si seguimos leyendo, se confirma que la denuncia social está presente, porque nos menciona la emigración (pág. 9), en su monólogo interior, la menciona de pasada, pero está presente y es un problema social vinculado a la pobreza del pueblo. Si no hubiese pobreza, la gente no tendría que emigrar. La máxima representación de esta clase baja, está en el «Muecas», con su descripción física deja claro que es alguien que no se preocupa por cuidarse, sino todo lo contrario, vive en una chabola, cría ratones en ella de cualquier manera, sus hijas le ayudan, sin importarle a él si es peligroso lo que hacen. No se plantea si pueden enfermar, solo quiere sacarse un dinero, para poder comer y mantener a sus hijas.
Hay una denuncia al estado de las ciudades, que aparentan ser algo, que no son, «faltas de sustancia». Ahí se esconde una alusión directa a la ciudad de Madrid, ya que dice «tan pobladas de un pueblo achulapado» y parece una crítica a que esta ciudad sea capital del estado. Da a entender que sus habitantes no saben hablar bien nuestro idioma y que a doscientos kilómetros al norte sí, aquí se refiere a Castilla como cuna de nuestro idioma; pero no se queda ahí, sino que habla de que le faltan monumentos más antiguos, es como si no la viese competencia de otras ciudades europeas. Habla de «destino mediocre» para referirse a la vida en la ciudad, esa que él ha descrito como falta de sustancia, pero luego habla de los puntos buenos, ya que es una ciudad que fomenta la literatura, con los cafés-literarios y apoya el arte al tener obras únicas como Las Meninas, aunque hay muchas cosas que cambiar. Nos muestra una descripción de la ciudad viva, con sus limpiadores de botas, las vendedoras de cerillas… Identifica a la ciudad con el hombre «podremos llegar a comprender que un hombre es la imagen de una ciudad y una ciudad las vísceras puestas al revés de un hombre». Es una denuncia de esa vida en la ciudad, que tanto tiene y hace que los individuos se sientan solos, si eso ocurre, es que algo falla.
«La evocación de una sociedad materialista y estática—que hay que reformar como sea—se describe en un tono épico paródico. Este recurso a lo insólito nos ofrece descripciones del ambiente de los suburbios madrileños hechas con un estilo de novelas de caballerías, cuyo protagonista actuará de manera tan loca que perderá en una noche sus esperanzas profesionales futuras (…) Tiempo de silencio supera el drama individual y el psicoanálisis que contiene es concebido a nivel nacional. El autor pone de relieve un mundo inconsciente, estructurado como un lenguaje y puesto de manifiesto por las tradiciones y leyendas».[1]
Estas palabras de Jacqueline Chantraine, confirma lo que Martín-Santos busca con la novela, esa denuncia de la sociedad de su tiempo, en la que hay muchas cosas que cambiar, empezando por el materialismo, por eso sus descripciones tan detalladas, tanto de los personajes como de la vida misma en la ciudad, nos presentan un cuadro que no es bonito precisamente, sino que está lleno de claroscuros y hay que modificar. Lo manifiesta a través de su consciencia, que está presente en cada monólogo interior del protagonista.
La clave de esa denuncia, está en la experimentación formal que se observa durante la narración. Observamos una historia lineal, llena de abundantes detalles en sus descripciones, pero siempre a través de un lenguaje formal. Al autor, no le importa utilizar lenguaje científico: «La cepa MNA tan prometedora». Ni tampoco descripciones elaboradas, que cualquier persona no utilizaría en su día a día: «con el ángulo facial estrecho del hombre peninsular». El uso del monólogo interior, dinamiza la narración aportándole más velocidad, pues el lenguaje del pensamiento es mucho más rápido que el lenguaje hablado. En esos monólogos, al estilo del Ulises de Joyce, vemos reflexiones internas del protagonista sobre lo que está observando, esas descripciones detalladas nos muestran una realidad, que es la que es bajo su punto de vista y aunque no está deformada, no es una realidad totalmente objetiva. Es una introspección psicológica del protagonista.
La experimentación formal, se ve también en los recursos que mezcla; además del monólogo, da cabida al diálogo incrustados en la narración, como vemos al principio de la narración, cuando después de contestar el teléfono habla con Amador. No le importa pasar del lenguaje coloquial al culto, ni usar palabras argot que no todos tenemos porque saber. Su narración es una amalgama de recursos, que la hacen única, alejándose de la uniformidad formal de la novela española de su tiempo.
«opta por un realismo “dialectico,” un realismo punzante que consiste en “pasar de la simple descripción estática de las enajenaciones, para plantear la real dinámica de las contradicciones in actu. Tiempo de silencio puede ser leída a diferentes niveles. Una lectura simple, “inocente,” revela la realidad cotidiana del Madrid de la postguerra. Bajo esta óptica, el título simboliza la muerte espiritual, sacando a luz una época de impotencia creadora y de resignación pasiva».[2]
A través del fragmento de la obra que hemos leído, vemos que es una obra muy cuidada. Desde las primeras líneas, tiene un lenguaje elaborado, el autor se preocupa por mostrar la realidad tal y como él la ve, utilizando para ellos todos los recursos que están a su alcance. Quiere que a través de sus descripciones y reflexiones, veamos la sociedad de su época, siempre desde un punto de vista crítico, porque hay mucho que cambiar.
Ana Villamor, equipo de redacción Galeradas
[1] CHANTRAINE DE VAN PRAA, J. «Tiempo de silencio»: obra clave de la novelística de lengua española. Edición digital a partir de Actas del Sexto Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas celebrado en Toronto del 22 al 26 de agosto de 1977, Toronto, Department of Spanish and Portuguese, University of Toronto, 1980 pág 195-197)
[2] Ibid., pág. 195.
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