Recuerdos de mi juventud

Recuerdos. Revista Galeradas

Recuerdos. Revista GaleradasPor Nidia Jáuregui

Recuerdo que ese día el sol brillaba como nunca lo había hecho. En el cielo no había ni una sola nube, sólo el azul celeste.

—Vamos Ana, te estás quedando atrás —me dijo Claudia parada sobre una roca.

Ella fue mi amiga de la juventud. La única persona que sabía todo de mí, o al menos lo que más importaba. Caminé unos pasos más hasta llegar a la misma roca donde estaba ella y vi el paisaje de la Sierra. El viento sacudía mi vestido y el silencio de los cerros me hablaba con una voz del pasado; la de los seres que hace siglos habitaron por aquí.

Un torbellino se llevó mi sombrero de paja y corrí tras él por el camino de la terracería hasta que cayó sobre la maleza.

—Estamos por llegar—gritó Jaime.

A lo lejos se visualizaba el reflejo del agua. Caminé un par de metros y ahí estaba la gran presa. El ojo de agua estaba rodeado de árboles frutales y el silencio de los cerros fue interrumpido por el canto de una infinidad de pájaros.

Claudia fue la primera en meterse en el agua.

—Ana, métete ya, está riquísima —dijo Claudia.

Me quité los zapatos y el vestido y de un clavado entré con ella. Toda la tarde estuvimos jugando en la presa, algunas veces en el agua y otras descansando sobre la tierra.

En ese tiempo Jaime me quería, y fue esa misma tarde cuando declaró su amor por mí. Yo también lo quise mucho.

Recuerdo que mientras estaba sentada junto a él sobre las hierbas observé un reflejo en la superficie líquida, un reflejo familiar, un reflejo de un cuerpo joven, esbelto, cálido y en su bello rostro el brillo de los ojos estaba lo característico de la plenitud de la vida.

Me sentía tan feliz ese día, todos lo estábamos, fue el día más cálido de mi juventud. Ignoraba la posible existencia de las canas, o de algunas arrugas alrededor de los ojos o del dolor de las rodillas.

—¿Todavía te sientes así?, abuelita —me preguntó una niña de rizos de miel con sus ojos atentos a mis sueños de la juventud.

—Me sigo sintiendo igual, hija. Y es que si te fijas es el mismo sol el que brilla hoy allá afuera. Pero si me viera en el reflejo de aquella presa ya no sería el mismo, nada de aquella tarde sería lo mismo ni el agua en la que nos bañamos ese día. Lo único que el tiempo ha dejado intacto es el brillo inconfundible de mis ojos-le dije sentándola en mi regazo.

—¿Porqué el tiempo se lleva todo?, abuelita. ¿Qué puede hacer uno con ese brillo? —me preguntó.

—Porque es ahí donde está lo que siempre vas a ser. Lo demás puede arrugarse, o caerse pero ese brillo lo verás de la misma manera mientras estés con vida. Verás como cambia cada año tu rostro, tu cuerpo, la elasticidad de tus piernas pero nunca ese brillo tuyo, y sólo tuyo —le dije.

Abracé a la niña con rizos de miel, y le tomé como de costumbre el cabello para hacerle las trenzas que tanto le gustaban mientras ella me decía los colores de las pelotas que quería para su cumpleaños.

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