Locura y literatura

Revista Literaria Galeradas. Locura

Por Adolfo Marchena

La locura ha sido, y será, un tema importante en la literatura. Sin embargo, el concepto o la visión que de ella se ha tenido a lo largo de la historia, difiere de una época a otra y, también, mantiene rasgos en común que perpetúan su estigmatización y, en cierto modo, su mitificación y un sentido romantizado. Se han escrito numerosas obras que, desde diversos ángulos, abarcan, en mayor o menor grado, las diversas lecturas de la locura. Cito, como ejemplo, El Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes; La campana de cristal, de Sylvia Plath; Shutter Island, de Dennis Leane; El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso; Memorias de abajo, de Leonore Carrington o El hospital de la transfiguración, de Stanislaw Lem.

En la Edad Media el loco no puede hacer promesas, ni tener palabra, ni testimoniar, entre otras cosas. En la alta Edad Media surge un enfoque “médico” de la locura. Con la creencia de que los locos tienen una piedra en la cabeza (la piedra de la locura), que origina su mal. Realizan, pues, operaciones quirúrgicas para extraerla. Con el renacimiento se acaban los exorcismos y las trepanaciones de cráneos. Se opta por erradicar a los locos directamente, sacándolos de la ciudad y las calles. Se les deja en campos apartados y muchos son puestos en barcos sin timón en medio del mar. En 1511 Erasmo de Rotterdam publica el Elogio de la locura, un ensayo que critica las supersticiones y las prácticas piadosas de la Iglesia Católica, así como de la propia locura. En la edad moderna aumentaron los encierros en los asilos y los hospitales generales. Se pensaba que los “locos” debían compartir espacio con los delincuentes, desertores, prostitutas, borrachos, et. En la Ilustración no dejan de existir los castigos y en el siglo XIX no paran de aumentar el número de manicomios, espacios que disfrazan la tortura como forma de curación. Como sucedió en el hospital psiquiátrico de Charenton en París, donde aplicaban como tratamiento: mantenerlos atados, sumergirlos en agua fría, golpes, etc. Uno de los fines era anular sus ideas e ilusiones consideradas anormales. En Notas desde un manicomio, Christine Lavant escribe: Treinta pastillas, un sueño parecido a la muerte durante tres días y cuatro noches para volver luego y despertar y que todo siga inmutable a mi alrededor, además del rostro de mi madre, mudo e inexpresivo, y de mis hermanas.

La locura se reconocía como una enfermedad del alma, hasta que Freud la definió como una enfermedad mental. Para la escritora Virginia Woolf, quien desconfiaba de los métodos freudianos, el psicoanálisis, en caso de funcionar, supondría la muerte del novelista. Foucault (autor del ensayo Historia de la locura) presta gran atención a la manera en que el estatus del loco pasa de ser aceptado, al de excluido, confinado y encerrado dentro de cuatro paredes. En la desgarradora novela Viaje al manicomio, de Kate Millertt, nos dice que: Yo sólo debía tomar litio para que me aceptaran de nuevo. La imputación de la locura nunca desapareció, podía salir a colación en cualquier momento, pero si tomaba litio yo estaría “bien”. Los métodos aplicados al “loco”, donde se incluían tratamientos como la ducha de hielo o la camisa de fuerza para Foucault sólo consiguen brutalizar al paciente repetidamente hasta que queda integrado en la estructura del juicio y el castigo.

A los genios artísticos se les ha asociado con los trastornos mentales: León Tolstoi, autor de Guerra y Paz o Ana Karenina, en su ensayo Mi confesión nos habla de su crisis depresiva; Ernest Hemingway reconoció haber sufrido depresión, trastorno bipolar y más tarde psicosis. Algo que se agudizó con el alcohol; Virginia Woolf era propensa a sufrir ataques nerviosos, hoy en día llamados ataques de ansiedad; Franz Kakfa, autor de cuentos como El juicio o La metamorfosis, era solitario y sufría de ansiedad social y depresión. Sucede con otros autores como Sylvia Plath, Edgar Allan Poe, Anne Sexton, Hermann Hesse, Tenessee Williams, Jonathan Swift, Zelda Fitzgerald o Jack Kerouac, quien dijo: Soy católico y no puedo cometer suicidio, pero tengo la intención de beberme a mí mismo hasta morir. De tal modo que Kerouac murió a los 47 años como consecuencia de una hemorragia interna causada por la cirrosis.

En ocasiones, la vida y la obra se difuminan, como sucede con el periodista (creador del periodismo gonzo) y escritor Hunter S. Thompson, que creó como vivió. El libro El escritor gonzo es una buena prueba de ello; las situaciones disparatadas que llegó a vivir bajo el influjo del alcohol y las drogas. También escribió Los Ángeles del infierno o Miedo y asco en Las Vegas, así como El diario del ron. Hunter S. Thompson dijo que: Con la verdad tan aburrida y deprimente, la única alternativa de trabajo son las explosiones salvajes de locura y filigrana. Sucede también, que vida y obra se difuminan, con Ken Kesey, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco. La novela es una crítica feroz contra los hospitales psiquiátricos de la Norteamérica de los años 50. Esta obra de culto, es más conocida por la película (dirigida por Milos Forman y protagonizada por Jack Nicholson) que por la novela en sí. Escrita por un Ken Kesey que se ofreció voluntario para los experimentos sobre drogas psicodélicas que los psiquiatras de un hospital californiano ensayaban para futuros usos terapéuticos.

A pesar de los avances en la psiquiatría en el siglo XX, muchos enfermos siguen sufriendo las prácticas y medicación inadecuada. En los años 60 surge un movimiento llamado anti-psiquiatría. Sus miembros se oponen a métodos como los electroshock, los comas insulínicos o la lobotomía. También se oponen a que los enfermos mentales estén encerrados contra su voluntad. A menudo, las personas con un trastorno mental son desvalorizadas y menospreciadas en nuestra sociedad. Como dice la citada autora de la novela Viaje al manicomio, Kate Millett: Por la que pueden obligarme a cumplir condena en cualquier momento. No es una “enfermedad” sino un delito; porque así es como se contempla. Desde Platón o Séneca; Kant, quien la define como “melancolía”; los Estoicos o Shakespeare (Hamlet), han realizado investigaciones literarias sobre el tema. Si algo nos demuestra la historia, no solamente es su cabalgar cíclico; se trata, también, de un continuo ejercicio repetitivo donde aspectos como la locura, debieran ser, no catalogados, y sí tratados de una manera racional, coherente y cargada de humanidad. Mucha de esta literatura es, a todas luces, un fiel reflejo de la realidad. Junto al amor, el viaje y la muerte, la locura forma parte de uno de los cuatro grandes temas de la literatura. Un tema que puede resultar tan conflictivo como incomprendido.

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