Por Ana Villamor
El olvido, esa cesación de la memoria que antes se tenía y se ha ido, por un momento o para siempre. Un olvido que puede ser simple y llano como un lapsus, pero también puede penetrar en el interior del ser y llevarse el afecto que se tenía por alguien. Puede ser un descuido de algo que se debía tener presente en un momento dado o dejar de retener en la mente «echar en olvido», aquello que fuese importante, o no, se ha evaporado en el momento en el que debía permanecer.
Se puede olvidar para siempre y «enterrar en el olvido» casi cualquier cosas, los recuerdos de momentos nimios y los recuerdos importantes que no deberíamos olvidar jamás, pero que a veces, nos empeñamos en echarles tierra encima hasta que quedan sepultados y escondidos de la memoria.
Quien no se ha entregado al olvido en algún momento de su vida, apartándose de todo lo que tenía en su «baúl de los recuerdos», para olvidar algún dolor que amenazaba con arrasarlo todo o simplemente para dejar pasar cosas que en el presente ya no tenían sentido… Porque a veces, no se olvida con facilidad y se debe poner en el olvido todo lo que ya no debería estar aquí.
Aunque la realidad es que nadie quiere caer en el olvido, incluso esas veces que se escucha algún que otro «olvídame»… El ser humano teme al tiempo y el olvido es la constatación real de que el tiempo existe, que se evapora en un instante y lo que de verdad queremos oír es un: «No me olvides…».
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