Por Adolfo Marchena
En el ensayo Una habitación propia, Virginia Woolf manifestó que: Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción. En sus páginas, Virginia Woolf nos plantea lo siguiente: La libertad intelectual depende de las cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual. Y las mujeres han sido siempre pobres, no sólo desde hace doscientos años, sino desde el principio de los tiempos. […] las mujeres no han tenido la menor oportunidad de escribir poesía. Por eso he insistido tanto en el dinero y en el cuarto propio. Resulta evidente que al escritor se le conoce por su obra. Pero existen otros factores que, también, nos aproximan al autor: los libros que acostumbra leer, sus hábitos personales e, inevitablemente, el espacio en el que habita y trabaja. Desde los dormitorios –en el S. XIX el dormitorio fue la habitación más importante de la casa-, hasta los cuartos de hotel o los gabinetes.
En muchos casos, la cama comparte habitación con el escritorio, como sucede con Flannery O´Connor, escritora estadounidense, autora de las novelas Sangre sabia y Los violentos lo arrebatan; además de los relatos recogidos en Un hombre bueno no es fácil de encontrar y Todo lo que asciende tiene que converger; Henry David Thoreau, uno de los padres fundadores de la literatura estadounidense, que se estableció, en 1845, en una pequeña cabaña que él mismo construyó, cerca del lago de Walden, a fin de dedicar todo su tiempo a la escritura y la observación de la naturaleza. En este periodo surgieron Una semana en los ríos Concord y Merrimack y, posteriormente, Walden, que tuvo una notable acogida; Emily Dickinson, quien pasó más de veinte años de su vida encerrada en su habitación. La escritora sólo publicó entre siete y diez de sus poemas estando ella en vida y la mayoría fueron anónimos y sin su consentimiento. Su obra póstuma recoge numerosos títulos: Antologías y libros como Carta al mundo, Morí por la belleza, El viento comenzó a mecer la hierba o Tengo un funeral en mi cerebro. No es necesario ser una habitación para estar embrujada, decía Emily Dickinson.
La pulcritud de Dickinson frente al desorden de Alexander Masters; escritor que realiza labores sociales en la ciudad de Cambridge, donde conoce a Stuart Clive Turner o Stuart Shorter, un exconvicto. De ahí surgirá la biografía titulada Stuart: A life Backwards. David Attwood dirigió la película para televisión en 2007, cuyo título en español es: Stuart: Una vida al revés. Las estanterías llenas de libros de la, mencionada, Virginia Woolf, autora de otros títulos como: La señora Dalloway, Orlando o Al faro; la luminosidad del dormitorio de Ernest Hemingway en su casa de Key West. Situada al sur del estado de Florida, en este hogar el autor pasó uno de sus periodos más prolíficos; terminó su novela Adiós a las armas y escribió varios de sus mejores cuentos. Tenía 29 años cuando pisó Key West. El escritor manifestó que: La papelera es el primer mueble en el estudio de un escritor.
Las habitaciones cerradas resultan una buena excusa para argumentar una obra dentro del género policiaco. Algo que sucede en la novela La habitación cerrada, de Maj Sjöwall y Per Wahloö, pioneros de la novela negra nórdica contemporánea. Creadores del inspector Martin Beck, en este caso se enfrentan a un apartamento completamente cerrado por dentro, donde aparece un cadáver con un disparo en el pecho, pero donde no hay arma ninguna; El misterio del cuarto amarillo, de Gastón Leroux, fue publicada en 1907 y protagonizada por el periodista Rouletabille, alter ego de su creador. Los hechos acontecen en una estancia del castillo de Glandier, llamada el cuarto amarillo, donde la puerta está cerrada por dentro y la única ventana que hay tiene barrotes; El hombre hueco, de John Dickson Carr, conocido como el maestro del cuarto cerrado es una novela publicada en los años 30 y considerada una de la mejores en su género, donde se cometen dos crímenes: Uno en una habitación cerrada donde se ve entrar, pero no salir, al asesino; y otro, en una calle solitaria ante dos testigos que en realidad no ven nada.
Charles Bukowski se pasó más de media vida, frecuentando y viviendo en habitaciones de moteles o pensiones desarraigadas, algo que refleja, a menudo, en sus relatos o poemas. Así, uno de sus poemarios lleva por título Madrigales de la pensión; primeros poemas que se conservan del autor. Precisamente, en el que lleva por título Poema por mi 43 cumpleaños, nos dice: Acabar solo / en una habitación que es como una tumba, / sin cigarrillos, / o vino, / tan sólo una bombilla / y una oronda barriga… En otro poema, Pensión de mala muerte, Bukowski escribe: no has vivido / hasta no haber estado en una / pensión de mala muerte / con nada más que una / bombilla / y 56 hombres / apretujados / en catres… (traducción de Cecilia Ceriani y Txaro Santoro). Entre sus muchos relatos, mencionaré La venganza de los malditos, incluido en su libro Hijo de Satanás. Bukowski nos presenta a Tom y Max, dos vagabundos en la ciudad de Los Ángeles que, en el desvelo de la noche, deciden organizar una marcha de vagabundos. Ambos comparten una pensión de mala muerte: debía de haber 60 camas y todas ellas ocupadas. En palabras del escritor y crítico literario argentino Patricio Pron, Bukowski viene del infierno de las habitaciones de hotel y los trabajos precarios, y comprende (sólo gracias a la literatura) que nunca saldrá de allí, lo cual es una buena forma de salir de allí. A mediados de los 70, Charles Bukowski se alojó en el Hotel Chelsea, junto a Pamela Wood (quien inspiró al personaje de Tammie en Mujeres). Ocuparon la habitación 1010, en el último piso del hotel, la misma en la que años atrás había vivido Janis Joplin.
Patrick Süskind, en su novela El perfume, afirma que: La desgracia del hombre se debe a que no quiere permanecer tranquilo en su habitación, que es su hogar. Se puede manifestar que una habitación lo oferta todo y ofrece muchas posibilidades: amor, la mística de la enfermedad, la soledad, la oración, la música o el reencuentro consigo mismo, en esas tardes de otoño, cuando todo parece acabado pero la literatura te devuelve la felicidad. Porque, mientras nos quede un hálito de aliento y una habitación propia, nada resultará imposible ante las desavenencias de la vida y sus propuestas, en muchas ocasiones, desatentas.
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