Fotografía de una generación perdida

Por Adolfo Marchena

Revista Literaria Galeradas. Literatura Olvidada
Literatura olvidada

Se cuenta que Gertrude Stein, escritora y pionera de la literatura modernista, llevó su viejo Ford T al taller para una reparación. El empleado no puso el empeño deseado o no la trató como ella esperaba. La escritora protestó y el patrón riñó severamente al empleado a la vez que le decía que todos los jóvenes como él era une génération perdue. Es lo que le narró Stein a Hemingway mientras hablaban. «Todos los jóvenes que sirvieron en la guerra son una generación perdida». En París era una fiesta, Hemingway cuenta que visitaba con asiduidad a su compatriota Gertrude y allí admiraba su colección de arte mientras charlaban. La casa de La generala (así la llamaba Hemingway), que estaba cerca de los jardines de Luxemburgo, se convirtió en lugar de encuentro de artistas como Picabia, Matisse, Picasso, Hart Crane, Djuna Barnes, Sherood Anderson, Waldo Peirce o Archibald MacLeish. Otro punto de reunión para quienes hacían la cultura fue la librería Shakespeare&Company, regentada por la editora estadounidense Sylvia Beach. Lejos de ser una librería común y corriente se convirtió en un cenáculo para las expresiones literarias. La librería se alzaba en la orilla izquierda del Sena, a la vista de la catedral de Notre Dame. Sylvia, además de librera, les prestaba dinero, les guardaba el correo, les dejaba libros sin cobrarles e incluso se preocupaba por su alimentación. Para Noel Riley Fitch, biográfa de Sylvia, la librería fue “un punto de encuentro para los futuros famosos de la vanguardia. En un contexto más amplio, se trató de un centro literario para un intercambio de culturas. Su apertura señaló el comienzo de un nuevo entusiasmo francés por la literatura norteamericana”.

Al margen de todos los nombres citados se considera que los miembros de la Generación Perdida (existen diversas opiniones) fueron: Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, John Dos Passos, John Steinbeck y Henry Miller. Todos ellos forjaron su carrera después de la I Guerra Mundial. En su obra reflejaron el clima de pesimismo de la postguerra y la Depresión. En algún momento de sus vidas se instalaron en ese París donde se vivieron los intensos años 20, la era del jazz y su ambiente artístico. Todos ellos poseían muchos rasgos comunes. En la forma, hicieron uso de algunas técnicas renovadoras de la narrativa. En este sentido hay que destacar a William Faulkner, llamado también “narrador de narradores”, gracias a su profundidad y riqueza léxica en su prosa. En Europa conoció a James Joyce, del que sentía profunda admiración. Su obra El ruido y la furia, título que evoca los célebres versos de Macbech, marcarían un antes y un después en su literatura. Con un gran dominio del lenguaje y de la técnica escribió obras como Sartoris, ¡Absalón, Absalón! o Luz de agosto. «Los que pueden actúan, y los que no pueden, y sufren por ello, escriben», afirmó Faulkner.

En cuanto al contenido se aprecia una actitud rebelde frente a la realidad contemporánea, la sociedad opulenta y los valores tradicionales de la burguesía. Respecto a la temática encontramos rasgos como el pesimismo y desconcierto. La inutilidad y crueldad de la guerra, el análisis de la sociedad norteamericana y los conflictos ideológicos como el progresismo y la tradición o la civilización frente a la barbarie. Encontramos diversas teorías, según las fuentes, sobre dicha Generación. Se dice que quien mejor la representó fue el poeta, músico y ensayista Ezra Pound. Es conocido por servir como instrumento para la propaganda del régimen de Benito Musolini, por lo que fue condenado por traición en EEUU al final de la guerra. Gracias a la intercesión de diferentes figuras de la cultura, entre ellos Hemingway, evitó la pena de muerte al considerarse demente. En París, tras la I Guerra Mundial, se sumergió en las corrientes de vanguardia. Se hizo amigo de Marcel Duchamp, Tristán Tzara, Fernad Léger y otras figuras del dadá y el surrealismo. Mantuvo contacto con el círculo literario de exiliados norteamericanos que permanecían en Francia. Ayudó y respaldó a T.S. Eliot, D. H. Lawrence, Robert Frost, John Dos Passos y al propio Hemingway. En el caso de Joyce fue fundamental para que publicase el Ulises. En su obra figuran Cantos o Cantares, obra monumental que le llevó parte de su vida. En París, también, escribió prosa crítica, traducciones, dos óperas (con ayuda de George Antheil) y varias piezas para violín. Detestaba a los románticos y tenía un odio enconado contra William Shakespeare. Una célebre frase de Pound dice: «Y si el viejo frío estrangula tu tienda darás las gracias cuando pase la noche».

Figura cercana y particular, también, encontramos al fotógrafo de origen rumano Brassaï, pseudónimo de Gyula Halász. Se hizo célebre por las fotografías de París en los años 20 y 30. Retrató el día a día, sobre todo la noche. Mantuvo una gran amistad con Henry Miller, quien prologó su libro París, la nuit. Brassai fue un retratista de la noche, con una técnica exquisita. El pintor escribió dos libros sobre su amigo: Henry Miller-tamaño natural y Henry Miller, duro, solitario y feliz. Bukowski guarda algunas características con Henry Miller: su tren de vida y el carácter de su obra los sitúan cerca. Ambos compartieron pobreza, pasaron gran parte de sus vidas en la calle y acabaron en la opulencia. Norman Mailer catalogó a Miller como pornógrafo, además de loco y genio. Vivió un triángulo amoroso, promiscuo y peligroso, con su segunda mujer, June y con Anaïs Nin autora de libros como Delta de Venus o Henry Miller, su mujer y yo. Antes de regresar a EEUU, Miller publicaría la médula de su literatura con Primavera negra y Trópico de Capricornio.

Apenas he citado a otros autores como Hemingway y Scott Fitgerald quien, junto a su mujer Zelda, mantuvo otro trío complejo, otra relación de amor odio, donde no faltó el alcoholismo, el jazz, la disputa literaria o la locura. Amigos íntimos desde su primer encuentro en un bar de París, en 1925, su relación se fue enfriando a medida que uno ascendía y el otro descendía. Tal vez tuvo que suceder en ese tiempo, en esa ciudad, donde París dio cobijo a los expatriados estadounidenses y se mezclaron con la noche. Tal vez no volvamos a encontrarnos con ese desarraigo incierto, esa búsqueda siempre en un presente detenido, esa felicidad y amargura, al mismo tiempo, a las que nos someten las horas, cuando el hambre apremia. Pero también la sed de la aventura que es vivir. O tal vez, como escribiese Hemingway en París era una fiesta: «Nunca escribas sobre un lugar hasta que estés lejos de él». Porque la distancia es esa medida que necesitamos para valorar las cosas. Y para eso, necesitamos alejarnos. Una vez más, si es preciso.

 

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