«El Quijote de Avellaneda» por Fernando Charro

La desventura que sobrelleva el Quijote de Avellaneda es que sus lectores lo han sido antes del otro, «de Don Quijote el Bueno»; por lo que el oportunismo de la publicación en 1614 con el título de Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha se desvanece a partir de 1615, año en que Cervantes publica la segunda parte de su puño y letra, podemos decir que a partir de esa fecha será, como mucho, Tercer tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha.

No es posible que haya habido, desde entonces, un solo lector del de Avellaneda que lo haya sido antes de leer el de Cervantes.

Es más, la enseñanza de la segunda parte del Quijote en las escuelas ha sido la que ha informado a los colegiales, durante los siglos pasados, de la existencia de la novela apócrifa y la mayoría no tendrá más noticia del oportunista que la que con ironía maestra da Cervantes de este intruso, que parece pensar que vengan imitadores cargados, para siempre, con nuestros defectos.

El libro falso, el libro ladrón de la máscara de personajes, solo tuvo sentido entre 1614 y 1615; luego murió y, cuando algunos aventureros nos aproximamos a él, vamos a sentirnos ante una obra momificada que es menor por querer copiar otra grande y maestra. Los Don Quijote y Sancho cervantinos son conscientes de que son célebres ya que hay personajes de la segunda parte que han leído la primera y los reconocen.

Pero el autor, recóndito tras el nombre de Avellaneda, no contaba con que Cervantes estaba escribiendo su segunda parte —posiblemente el capitulo 59—. Ahí empieza a destruir el libro mal clonado: en la venta, dos caballeros, don Jerónimo y don Juan, mientras esperan que les sirvan la cena, leen en el falso escrito que Don Quijote está desenamorado de Dulcinea, lo que provoca la ira en el ingenioso, casto y enamorado hidalgo.

Citar cómo se defiende Sancho de la imagen que le asigna su «miniyó»: …mi amo, valiente, discreto y enamorado, y yo, simple gracioso, y no comedor ni borracho… O el encuentro de Don Quijote con Don Álvaro Tarfe, son ya parte clásica del universo cervantino. Ahí es donde hace aguas el falsario, en el robo de personajes que no son más que un remedo acartonado y grotesco de los auténticos; no se puede sacar a un personaje de su hábitat natural.

Pero Avellaneda tiene un mérito, a pesar de él mismo, y es que consiguió que Cervantes en la Segunda parte del ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha se superase en la continuación de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que así apareció por primera vez, y que disfrutemos leyendo como ataca al robo y al plagio; y que cuando alguien va a emprender la lectura, el estudio del apócrifo, como ha pasado ya por el autentico, lo hace sabiendo que ha muerto Don Quijote. Aquí surge la duda de si Cervantes se aprovechó de su enemigo literario y, casi con toda certeza, personal. Posiblemente se enteró antes de su publicación en 1614 y en un juego de realidades especulares, cuando en el falso Quijote aparecen los personajes robados, definidos con aristas duras en el afán de ridiculizarlos y que los hace totalmente rígidos, Cervantes les da otra vez vida devolviéndolos al original ¡copiando del plagio!, de modo que estas aristas desaparezcan para que sus protagonistas vuelvan a tener la imprecisión que los vuelve humanos.

Fernando Charro, autor de Ya se acabó el alboroto

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