«El ermitaño» de Thomas Rydahl
Editorial: Destino
Nº de páginas: 656
ISBN: 9788423349531
Reseña de Francisco Javier Torres Gómez
Muchos premios cosechó Rydahl con su novela ambientada en Fuenteventura, nada más y nada menos que tres de los grandes: Premio a la Mejor Primera Novela, Premio Harald Mogensen a la Mejor Novela Negra del Año y selección para el Glass Key, un prestigioso premio de novela negra en Escandinavia. Y eso que Rydahl no es majorero, sino danés, al igual que Erhard, el protagonista de los dos títulos que hasta ahora tiene publicados teniendo como telón de fondo la pequeña isla canaria.
El título es sugerente, y despista, pero el Ermitaño es un taxista a un tiempo anacoreta y leído, social y asocial, sabio y absurdo, que cumple a la perfección su rutina, pero cuya ética le sobrepasa, y es esa misma la razón por la cual decide tomar partido en la investigación de un caso que la policía ha archivado y con cuyo manejo se encuentra disconforme. El ermitaño se convertirá en detective aun sin saberlo, y jugará a tantas bandas como sea necesario con tal de esclarecer unos hechos que no le conciernen pero en los que su supuesto amor platónico (o no) saldrá mal parado. Erhard ejercerá de médico, de verdugo, de empresario, de detective, y hasta de viejo amante, en una trama original que no guarda paralelismos con las guías maestras de novelas contemporáneas del género, haciendo que el lector pueda empatizar u odiar su forma de manejarse, su forma de hablar y hasta su forma de oler.
Todo comienza cuando en la playa de Cotillo aparece el cadáver de un bebé en el interior de una caja forrada con papel de periódicos daneses. Nada se sabe de la madre. La policía maneja mal la situación y la intromisión de nuestro taxista termina por desencadenar una serie de acontecimientos que concluirán en muerte, traición y hasta en usurpación de identidad. El final, como no podía ser de otro modo, sorprende de la manera más inverosímil.
Uno de los mayores logros de la novela El ermitaño es dar a conocer, de un modo ameno, no solo al protagonista sino la misma isla de Fuerteventura, familiarizando al lector con cada rincón de la misma. Al acabar la lectura sabremos de las bondades de playas tranquilas y casi desconocidas como la de Cotillo, localizada en el extremo noroeste de la isla, paraíso para los amantes del kitesurf o del windsurf debido a la presencia de los vientos alisios, que soplan con gran intensidad. Es una playa virgen en forma de concha sin servicios turísticos que puede servir para pasar desapercibido en la noche, sobre las arenas blancas que la caracterizan y que dan o quitan color a su propio anonimato. Majanicho es otra playa de similares características, a veces peligrosa por la peligrosa pareja que el oleaje forma con las afiladas rocas volcánicas. No obstante, conocer sus alrededores resulta muy útil cuando se es perseguido por una banda de malhechores que solo desean tu muerte. Morro del Jable y sus alrededores son lugar de paso obligado de Erhard. Las playas de Jandía, la del Matorral y la de Morro Jable son una coartada perfecta para un taxista en apuros. Es una lástima que el peculiar danés viva en una huída continua y su precaria economía no le permita pararse a degustar el buen pescado que se sirve en este entrañable enclave en el que playa, duna y arenas viven en comunión a los pies de un pueblo pintoresco que solo se comunica con el lenguaje de senderos y caminos de tierra, ajeno a las comodidades que la evolución han aportada a la eliminación de “lo auténtico”. Podríamos seguir citando lugares: la geografía de la isla nos lo permitiría. Pero no nos estaríamos centrando en nuestro querido ermitaño, un personaje que esconde un secreto, el mismo que se nos desvela poco a poco y en el que se ahonda en la segunda entrega de Rydahl, Los desaparecidos, ayudándonos a comprender, y no del todo, las razones que hicieron huir a un hombre con familia desde Dinamarca para recalar en una semidesconocida isla en la que subsistir durante años. En el segundo volumen, su pasado sale a su encuentro en forma de hija, aquella a la que antaño abandonó y que acude en su búsqueda para encontrar su propia perdición y, puede, que algo de amor. Erhard es apreciado por aquellos que ven en su interior a una buena persona, y al mismo tiempo es odiado por aquellos que descubren que es una persona honrada que no ceja en su propósito de desvelar verdades peligrosas o de defender causas perdidas de antemano. Si en El ermitaño lucha contracorriente por salvar a Beatriz, en Los desaparecidos hará lo propio con un grupo de inmigrantes malienses cuya vida carece de valor.
Entra aquí el tema de la inmigración ilegal, pero lo hace de un modo no reivindicativo sino que se asumen como ciertos los riesgos que ello comporta y, de este modo, la realidad de la trata de humanos puede aflorar sin complejos a la superficie. Por supuesto, el ermitaño estará allí, en el centro del terremoto y quizás su vida deje de valer nada.
El ermitaño es valiente, qué duda cabe, pero no terminamos de comprender cómo una persona de sus características, de sus nulos recursos monetarios puede embarcarse en tan grandes empresas como termina haciendo. Anacronía es una palabra que puede aplicarse sin temor a resultar en exageración.
No queda claro si el riesgo que corre Erhard es recompensado con el agradecimiento. Su vida es una huída hacia adelante y esa es su principal baza pues no tiene nada que perder ya que perdió toda una vida al abandonar Dinamarca. El lector se hará preguntas a lo largo de dos extensas novelas que culminan de un modo sorprendente por inesperado y. aún en este momento no habrá respuesta para muchas de las cuestiones planteadas.
El apelativo de “ermitaño” no es gratuito. Solo hay que leer para comprender que Erhard quiere ser ese ermitaño. Puede que su vida dependa de ello. Nada es gratuito. Así y solo así podremos comprender como un par de cabras son sus principales confidentes, como una choza es su verdadero hogar a pesar de haber tenido la oportunidad de vivir en un lujoso apartamento y un taxi es su sustento hasta que deja de serlo.
Es imposible terminar de hablar de hablar de este ermitaño sin mencionar que solo posee cuatro dedos en una mano, única cuestión que lo obsesiona y que intenta subsanar de las formas más variopintas. Con nueve dedos no se puede tocar bien el piano, pero en cambio se pueden afinar y ello lo convierte en el afinador de pianos oficial de la isla. Erhard debió de ser un gran músico, pero esta circunstancia hay que adivinarla pues nadie nos lo confesará. Sus conocimientos de música y pericia al arreglar el instrumento así lo reflejan.
En Los desaparecidos, la aparición de su hija dará al traste con muchas de las concepciones adquiridas en la primera entrega y volveremos, autor y lectores a recorrer una y otra vez la isla, sentados en los asientos de un Opel Corsa desvencijado, pero nos sentiremos cómodos pues volveremos a descubrir parajes que de otro modo nos estarían vedados.
Comienza una visita a los rincones más bellos y menos conocidos de Fuerteventura ¿se lo van a perder?
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