Cuerpo de Góngora

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EDITORIAL: Cuerpo de Góngora

Lo reconozco, estoy perdido. Tras años de búsquedas y encuentros, de un maridaje perfecto entre mi forma de vivir y mi lectura y de una permanente satisfacción después de cada libro recomendado, ahora estoy soltero y entero de preferencias literarias y me da a mí que va para largo.

La novela histórica que tanto he amado, cuyos libros devoré durante años de mocedad y madurez, han pasado a la historia (si se me permite la redundancia) sobre los nichos de mi biblioteca. Epopeyas de Blas de Lezo en Cartagena de Indias dándoles su merecido a los pérfidos ingleses, el Madrid ardiente de la guerra y la posguerra, historias de viajes imposibles, reyes y reinas… aquellas narraciones me fascinaban hasta mal dormir y ni los concursos de televisión más populares, ni las tardes en las que eclosionaba la primavera lograban alejarme de aquellos libros cuyas hojas habían pasado por decenas de familiares y conocidos. Al principio fueron solo unos pocos autores los que se atrevían con el subgénero, luego muchos advenedizos trataron de emular las gestas novelísticas de los escritores más sobresalientes y la cosa se fue fastidiando. De repente, los personajes históricos dialogaban sin parar con personajes ficticios y la historia pasó a un segundo o peor plano, primando un argumento de pura ficción a los acontecimientos históricos. Y se jodió la historia.

La novela policiaca, más o menos negra, llegó del frío para quedarse: Le Carré, Chandler, Greene, Conan Doyle, Hammet o Umberto Eco consiguieron que me fuera a la cama antes que nadie y que me durmiera después que nadie. Ahora, son muchos los autores españoles se atreven con ella aportando calidez a estas historias repletas de hombres fríos y astutas mujeres al cabo siempre de una pistola bien cargada. No es lo mismo. Ya lo sé, estoy en una edad muy mala, me hago mayor y todo lo demás, pero no es lo mismo y no es lo mismo. Solo salvo a Manolo Vázquez Montalbán; el único que supo añadir sal española a este guiso humeante de buenos y malos.

Lo de la poesía es otro desaguisado y es leyendo la de ahora cuando más mayor me hago. Nunca me gustó la rima antigua y los alejandrinos me la han traído al pairo casi siempre, pero lo de ahora es rap de barriada. Mi biblioteca no alojará libros así.

Los amores juveniles venden muy bien. Los ingredientes para estas novelillas de la etapa post Corín Tellado están en las manos de los pocos jóvenes que leen y yo ya no soy joven ¡más quisiera! Si aún lo fuera, jamás leería semejantes memeces.

Las catedrales siempre me vinieron grandes en literatura. Prefiero sentirme un microbio a su lado o escuchar un concierto en sus tripas a leer la historia interminable de generaciones de albañiles y arquitectos abnegados. Tampoco para mí.

Nos queda la novela porno, a la que se apuntan cada vez más lectores y escritores, y que me parece fuera de lugar, sobre todo ahora que te puedes enchufar a internet y despacharte todas las guarrerías que necesites el momento en que las hormonas se apoderan de ti.

Todo lo demás es más mediocridad y menos cerebro. ¿Es que nadie va a acabar con esto? Nunca más va a pasarse por los estantes un genio capaz de echar a los mercaderes de libros mediocres de las sagradas librerías? ¿Quién volverá a escribir un libro genial? ¿Qué editor chalado estará dispuesto a publicar una obra de arte otra vez?

García Márquez, Franz Kafka, James Joice, Truman Capote, Julio Verne, León Tolstoi, Marcel Proust, Dante Alighieri , Miguel de Cervantes, Williams Faulkner, Homero, Nabokov, Herman Melville y tantos más se han ido para no volver. El mercado avieso, a la caza de talentos livianos aptos para los lectores de las nuevas tecnologías y el pirateo, no deja hueco alguno para la genialidad y yo me hago viejo mirando los estantes de mi biblioteca, aún por completar.

Visto el panorama y no augurando mejores en el medio plazo, se me viene a la cabeza la frase que pronunciara uno de los personajes de la magistral película del cine español —una de las pocas que se salva—Amanece que no es poco. El hombre se agosta sin conseguir que sus raíces salgan de la tierra. Por su lado pasa un mozo al que suplica lastimero: —Trámeme algo de Góngora, que tengo yo cuerpo de Góngora.

1 comentario

  1. Un artículo escrito deliciosamente bien y con el que comulgo completa y absolutamente. Algo que pienso desde hace mucho y que acabo resumiendo en el cuento del Emperador desnudo para concluir con la misma pregunta que se hace el autor al final de su escrito: ¿cuándo aparecerá el niño que grite que van todos desnudos y haciendo el ridículo?
    Por mi parte, como escritor y librepensador, espero ser capaz de aportar ese granito de arena para que vuelva la cordura, el gusto y el talento a las artes y la literatura. Ya veremos.
    Pero desde luego ha sido un alivio leer estas palabras y ver que uno no está solo.
    GRACIAS

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