—Reseña—
Por Guillermo Obando Corrales
En literatura, según Julio Cortázar (1914-1984), no hay temas buenos ni malos: solo hay un buen o un mal tratamiento del tema. Si juzgáramos por ello al título de la obra Desde Osaka con amor (Editorial Adarve, 2020), primera novela publicada de Ana Elena Martínez (Barcelona, 1988), entonces concluiríamos que hablar hoy en día del topos amor podría resultar aburrido no solo para quien escribe sino también para quien lee.
La apuesta, en principio, es sumamente grande y atrevida. ¿Cómo escribir acerca del amor sin resultar cursi o meloso? Preguntémoselo a Jane Austen (1775-1817), pionera del abordaje de amores neuróticos y clasistas. En tal sentido, la idea básica de su famoso libro Orgullo y prejuicio se podría homologar con la idea desarrollada en Romeo y Julieta, texto tragicómico y delirante de William Shakespeare, y a partir del cual le podríamos interrogar al propio Shakespeare lo mismo: ¿qué causa lo llevó a escribir sobre relaciones amorosas teniendo en sus espaldas el peso de infinitas referencias acerca del tema?
Dejemos claro, pues, que de amor se ha hablado siempre. «Quien no sabe de amores, Llorona, no sabe lo que es martirio», apunta una canción renombrada del folclor mesoamericano. Frente a esta cita, Desde Osaka con amor nos pone en escena a Adriana, una joven que se traslada de tren en tren, de avión en avión, de país en país, de una pasión descarnada a otra, hasta responderse a ella misma con quién desea olvidar su «yo». Tras leer la prosa limpia, muy trabajada, de Ana Elena Martínez, se puede afirmar que a lo largo de su estilo retórico e introspectivo, de constantes preguntas autosugerentes, existe el propósito autoral de hacer temblar al personaje femenino que durante la trama se va construyendo. Acaso en este modo de crear literatura resida el ingrediente raro que encontraremos en la novela de nuestra autora española.
Pero hay un tratamiento de forma adicional, hallado muy al fondo del argumento de idas y venidas que plantea Desde Osaka con amor (el encuentro de dos culturas, en resumen), que nos obliga a decodificar qué siente y piensa una mujer respecto a un hombre. Mucho se habla del proceso complejo que lleva a cabo un autor para escribir sobre ellas, pero poco se dice del proceso contrario: ¿qué pasa cuando son las autoras quienes realizan la ventriloquía de hablar desde psiquis y género diferentes (ellos)? En otras palabras, ¿qué tan verosímil resulta, en la novela de Martínez, el lenguaje empleado para convertir en masculino un conocimiento naturalmente femenino (el de la autora) mediante frases, movimientos y emociones de tipologías opuestas (los de su personaje hombre)?
La respuesta a tales preguntas podría ser la siguiente: la novela Desde Osaka con amor refiere primero la condición en que se mueve un surcoreano y luego la experiencia de él con ella, lo que simplifica la manera en que se da el contacto social entre ambos y por consiguiente la relación humana del amor, la del eros con la otredad infundidos en realidades distintas. De hecho, la tercera persona narrativa que nos introduce en la visión principal de Adriana entra también en comunicación con un subtexto, el de los diálogos expresados por un chico inteligente, trabajador y asimismo analfabeto en experiencias concretas de la empatía, las que terminará descubriendo por medio de ese su único, ineludible e imborrable amor de la memoria.
«Toda mujer, presionada por su ego, desea saber si el hombre que está a su lado, que se la trajina y que repite varias veces la está tomando en serio o no», afirma la voz clara y a muchos ratos lúcida, filosófica, de Desde Osaka con amor. Ahora, lector atento de esta reseña, es momento de ponernos a platicar con esa voz; es momento de conseguir y leer esta intrépida obra de amor romántico publicada por Editorial Adarve, sello que ha estado apostando por autores noveles que tienen bastante que decir al mundo y que, enhorabuena, saben además cómo hacerlo.
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