Carmen

por Chita Espino Bravo

Revista Literaria Galeradas. El hombre perfectoCarmen se casó con Miguel cuando tenía 16 años. La primera vez que Miguel le hizo el amor se quedó embarazada. Miguel era celoso y la escondía del mundo, la escondía de los demás hombres. Vivían en La Floresta, en el Parque de Collserola, el pulmón de Barcelona. La casa en la que vivían era alquilada y tenía dos plantas, pero Carmen y Miguel sólo vivían en la planta de abajo que tenía un pequeño jardín. En la de arriba vivía otra familia. Nació Miguel, el hijo mayor, y todo iba bien en la pareja durante los primeros dos años. Carmen limpiaba casas y Miguel trabajaba en la fábrica Seat de su ciudad. Carmen no terminó el instituto porque se quedó embarazada a los 16 años y a su familia le daba vergüenza que siguiera yendo al instituto con la barriga que delataba su embarazo. Se quedó en casa limpiando y de vez en cuando iba con su madre a hacer limpiezas en las casas de las vecinas que tenían más dinero. Carmen aprendió a cocinar muy bien con su madre y cada día intentaba crear un nuevo plato de cocina. Los arroces los empezó a hacer muy ricos a la edad de 17 años y Carmen se entretenía con sus labores domésticas. Los primeros 3 años del matrimonio fueron felices para Carmen.

Miguel empezó a beber más y con los años se volvió alcohólico. Tuvieron 3 hijos. El hijo mayor, Miguel, era el favorito de Carmen. Beatriz era la mimada de Miguel y a Valen lo mimaba su abuela materna. Carmen y Miguel no tenían mucho dinero. Sobrevivían lo mejor que podían cada mes y algunas veces, Carmen le pedía comida a su madre que vivía en su mismo barrio de La Floresta para poder alimentar a sus hijos. Carmen y Miguel también pedían créditos pequeños al banco para poder comprar una gran televisión y arreglar las humedades de su casa. El crédito lo pagaban a plazos. Les entraba agua por todas partes en su casa y el dueño no arreglaba nada. A Carmen le gustaba ver la casa bonita, así que cada verano, Miguel la pintaba por dentro y por fuera y la dejaba preciosa. Todo ese dinero y esfuerzo se iba a la basura durante el invierno, porque la zona tenía muchos pozos naturales y las casa viejas de La Floresta tenían todas humedades. En la de Carmen, el agua subía por el suelo y de ahí pasaba a la pared. La casa siempre olía a hongos, por mucho que la ventilara. La pintura aseaba la casa en verano, pero en octubre el agua comenzaba a subir y aparecían nuevas manchas negras en las paredes. Todos se habían acostumbrado al olor de la humedad.

Carmen apenas sabía leer bien. Jamás había leído un libro completo y su pasión eran las telenovelas. Se sentaba después de comer a hacer punto y a ver sus telenovelas toda la tarde hasta la hora de cenar. En su familia nunca la habían animado a seguir estudiando, ya que ni su madre ni su padre habían terminado el graduado escolar. Aun así, a Carmen le fascinaban las películas y las telenovelas latinoamericanas. Las usaba como medio de evasión de su vida mediocre y a través de éstas viajaba por el mundo, conocía a gente de todos los estatus sociales y amaba a todos los hombres que en su vida no podía amar. Aprendía palabras y expresiones de la tele que jamás habría podido aprender en su casa, como por ejemplo:  “…con la venia de su señoría,” y cosas del estilo, y se sentía diferente cuando viajaba por esos mundos televisivos y latinoamericanos. Miguel no sabía amarla, pero no importaba. Cuando Miguel le hacía el amor, ella se imaginaba que su marido era el protagonista de la telenovela que estaba siguiendo ese año y se sentía feliz así.

Carmen seguía a Belén Esteban, ese monstruo televisivo que se había hecho famoso gracias a su vulgaridad y a la relación que tuvo con el famoso torero Jesulín de Ubrique en los 90. Carmen pensaba que si la Esteban podía salir en la televisión y ser famosa, ¿por qué ella no podía hacer lo mismo? No eran tan distintas las dos. Cierto es que Carmen nunca se hizo famosa ni se fue a la cama con ningún torero, pero su vida era igual de dramática que la de la Esteban, cuando ésta hacía sus pinitos en la televisión. A Carmen le encantaba cuando la Esteban gritaba en algún programa de televisión de la tarde y defendía los derechos de su hija. Parecía que el torero no se hacía cargo de la hija de la Esteban, así que había que ir a gritar a los programas. Carmen tenía a su esposo en casa y era el padre de sus hijos, pero había días que deseaba que Miguel fuera torero y que no la ayudara económicamente. Carmen quería ser más gritona, menos casada, tener una vida más interesante, como la de la Esteban. Había días en los que Carmen quería ser libre. Si hubiera tenido sólo a su hijo Miguel y no se hubiera casado, ¿qué habría sido de su vida? ¿Sería su vida como la vida de la Esteban?

Miguel se emborrachaba casi cada día y comenzaban las peleas. Miguel tenía celos del aire que Carmen respiraba. La escena de la pelea era siempre la misma. Carmen intentaba ver su telenovela o una película después de cenar y Miguel comenzaba a mover los labios agresivamente sin que se le entendiese palabra. Había estado bebiendo y gruñendo toda la tarde mientras Carmen veía sus programas. A las once de la noche, Miguel estaba borracho. A pesar de que Carmen le había preparado una deliciosa cena, Miguel no comía nada y se limitaba a beber alcohol barato y a hablar solo. Estaba muy delgado del alcohol y casi ni se aseaba ya. Tenía 40 años pero aparentaba unos 60. Llegaba el momento en el que Miguel se ponía agresivo y comenzaba a gritar y a levantar el puño queriendo pegar a su esposa. Le gritaba a Carmen que dónde había estado esa mañana mientras él estaba trabajando, que la había llamado varias veces y que un vecino le había dicho que el butanero había estado en casa. Carmen le contestó tranquila, diciéndole que el butanero había traído dos bombonas de butano a las diez de la mañana y que ella estaba comprando la comida para ese día, cuando él la llamó por teléfono. Miguel, celoso, levantaba el puño para darle en la cara, pero Carmen era mucho más fuerte que Miguel, así que cuando se hartaba de tanto grito y puño levantado cerca de su rostro, se levantaba, agarraba una silla del comedor y se la estampaba a Miguel en el lomo. Miguel se callaba inmediatamente, se levantaba del suelo y se recuperaba del golpazo. De ahí se iba a dormir y dejaba tranquila a Carmen. Carmen se reponía también y continuaba viendo la televisión. Estas peleas eran un círculo vicioso y parecía que cada nueve días, Miguel necesitaba esa pelea y el sillazo para calmarse. Al día siguiente, Miguel arreglaba la silla en el jardín y la dejaba preparada para el siguiente sillazo. Había veces que Carmen le daba demasiado fuerte con la silla y ésta no se podía arreglar, porque se partía una pata o el respaldo. Hasta 6 sillas habían tenido que comprar ese año. Carmen intentaba siempre coger la misma silla para sólo tener que comprar una si se acababa rompiendo. Era agotador vivir con Miguel. Carmen no era feliz y sólo deseaba terminar su trabajo del día para poder evadirse viendo su telenovela o una película. Las vidas de los personajes de las telenovelas y películas eran lo único que le hacían feliz.

Carmen tenía muy buen humor a pesar de la poca educación que había recibido en su vida y se podía ver en sus chistes y en forma de contar las cosas que era una persona inteligente, aunque no brillante. Se reía de su marido y muchas vecinas le decían que tenía mucha suerte de ser más fuerte que Miguel. Si no fuera así, Miguel ya la habría matado de un puñetazo. Carmen se reía de las tonterías que Miguel le gritaba cuando estaba borracho o celoso, mientras hacía la compra con sus vecinas:  “…que si el butanero viene a mi casa y se acuesta conmigo, que si otros hombres se acuestan conmigo mientras él está trabajando…vamos, ni que fuera yo una ‘Matajari,’” decía en voz alta y risueña. Las vecinas se reían con ella. Carmen sabía lo que significaba Mata Hari porque lo había aprendido de la televisión y de las películas. Mata Hari no significaba ‘prostituta,’ sino una espía y bailarina exótica, pero a su vez era una mujer de costumbres relajadas, seductora de hombres y muy inteligente. Mata Hari era una mujer que atraía a los hombres con su belleza física. Carmen no comprendía que Miguel no la viera lo desmejorada que estaba con los años. El pelo de Carmen era negro, se lo teñía ella misma. Lo llevaba muy corto, casi como un hombre. Tenía los ojos negros y rasgados y la nariz un poco aguileña. Su boca era pequeña y casi nunca se reía con la boca abierta, porque le faltaban varios dientes de la parte de adelante. Tenía una barriga enorme, aunque era flaca. No era una Mata Hari. Miguel no veía sus defectos. Él sólo veía a los demás hombres mirando a su esposa. Carmen se veía cada mañana en el espejo y se reía de Miguel y de sus celos infundados. Qué fea estaba a sus 38 años.

Miguel bebía y bebía para calmar su adicción al alcohol y Carmen hacía punto y veía sus telenovelas cada tarde para evadirse de Miguel y de su mediocre vida. Un día, Carmen vio un anuncio en la televisión que decía que iban a poner Lo que el viento se llevó, película que le encantaba y que había visto al menos 5 veces. ¿Cómo haría para ver esta película sin las interrupciones de Miguel? Esa semana fue a comprar al mercadillo de su ciudad. Encontraba gangas cuando iba y le gustaba pasear por el casco antiguo de su ciudad. Carmen se acercó a un puesto que tenía hierbas aromáticas. Preguntó a la señora del puesto si tenían algo para hacer dormir. La señora del puesto dijo que sí y le mostró un frasco con gotas a Carmen. “¿Cómo funcionan?,” preguntó Carmen y le dijo a la señora que quería que su marido durmiera mejor, que no estaba descansando. La señora le dijo que justamente esas gotas le iban a ayudar a dormir. Debía echar unas diez gotas en cualquier bebida o comida y las gotas harían efecto a la media hora produciendo sueño durante unas tres horas seguidas, al menos. Carmen las compró. No eran demasiado caras pero las compró con su propio dinero que había ahorrado de las limpiezas que hacía en distintas casas. Miguel le daba un tanto cada mes para comprar comida, pero estas gotas las pagó con su sueldo. Al llegar a casa, preparó una rica comida y cuando llegó Miguel malhumorado como siempre, Carmen le dijo que había preparado su plato favorito. Miguel la miró extrañado y dijo:  “¿Y eso?” Carmen le dijo que le apetecía cocinar ese plato y que tenía comida que había que comerse ese día o se iba a estropear. Había preparado una sopa de marisco riquísima. Miguel se sentó a la mesa y se sirvió un jerez. Todavía le quedaba alcohol del bueno esa semana. Hacia finales del mes, Miguel compraba vino barato empaquetado que sabía a rayos y que se usaba más para cocinar que para beber. Carmen sirvió dos cucharones de la sopa de marisco en un plato hondo y añadió 10 gotas del frasco. Lo removió un poco y le puso el plato delante a Miguel. Se sirvió otro plato para ella y comenzaron a comer. Su hijo pequeño Valen aún no había llegado del colegio, así que en casa de Carmen se comía a diferentes horas. Primero lo hacían Miguel y ella, luego comía Valen y más adelante lo hacía el hijo mayor, Miguel, que llegaba del trabajo a las tres y media de la tarde. Finalmente aparecía Beatriz a las cuatro, la única hija del matrimonio. La casa de Carmen parecía una fonda a la hora de comer. La sopa de marisco estaba riquísima y Miguel la disfrutó muchísimo. A la media hora de comer, a Miguel le entró mucho sueño y se fue a echar la siesta. Carmen no se lo creía. Estaba sola esa tarde y podía ver sus telenovelas tranquila, sin Miguel gruñendo. Carmen hacía punto y veía sus telenovelas. Era feliz. Hasta las seis de la tarde Miguel no despertó y se levantó tranquilo y hambriento después de una siesta de cuatro horas. Carmen pensaba en cuántas gotas le tendría que poner en la comida para poder ver Lo que el viento se llevó tranquila y sonrió triunfante. Iría probando diferentes cantidades de gotas en la comida de Miguel hasta que durmiera unas seis horas seguidas. Le habían dicho en el puesto del mercadillo que las gotas eran naturales y que no producían ningún efecto secundario en las personas que las tomaban, sólo les hacía dormir mucho y descansar.

Llegó el día que daban la película y Carmen estaba encantada de poder controlar a Miguel con las gotas. Hacía dos semanas que Miguel tomaba esas gotas y la verdad es que le estaban sentando muy bien. Bebía menos alcohol y comía más, con lo cual, en dos semanas Miguel había engordado unos 5 kilos. Miguel se veía saludable. Carmen ideó la cena. Quería volver a preparar la sopa de marisco esa noche porque era la preferida de su marido. Comenzó después de la comida a preparar la cena. Limpió los calamares y los cortó en aros, pasó por agua las gambas y los gambones y los añadió a la cazuela, limpió los mejillones y los dejó en remojo en un cubo, añadió las cigalas, las almejas y las cebollas a la cazuela…había tanto marisco y pescado que toda la casa de Carmen olía a mar. Miguel se echó una siesta corta después de comer ese día. Carmen había reducido la dosis de las gotas durante la comida para que Miguel durmiera más horas por la noche. Ese día a Carmen le daba igual la telenovela. La tenía de fondo y la escuchaba mientras cocinaba la sopa de marisco. La sopa se cocinó durante 6 horas a fuego lento. De vez en cuando, Carmen entraba en la cocina a probar el caldo de marisco y añadía agua o sal para corregir el caldo. Olía que alimentaba y llegó la hora de la cena. Los hijos mayores de Carmen habían salido a cenar y el pequeño Valen estaba en la mesa terminando su cena, mientras Carmen le preparaba un gran plato de sopa de marisco a Miguel. Le echó veinte gotas al plato. Había calculado que si con diez gotas Miguel dormía unas cuatro horas, pues el doble le haría dormir ocho. Carmen puso veinte gotas en el plato de Miguel, lo removió bien  y se lo sirvió. Cenaron a las nueve de la noche, viendo las noticias y Miguel le dijo que la sopa estaba muy buena. Carmen estaba feliz. Iba a ver una película que le encantaba durante cuatro horas y sin interrupciones. Tomaron una pieza de fruta cada uno como postre y al terminar, Miguel empezó a bostezar. Estaban dando el tiempo en las noticias y Carmen recogió rápidamente la mesa y dejó los platos en remojo en el fregadero de la cocina para la mañana siguiente. Miguel se despidió diciendo que tenía sueño y se fue a dormir. A las diez en punto de la noche comenzó Lo que el viento se llevó. Carmen estaba sola. Miguel dormía, su hijo Valen también y los mayores no llegarían hasta muy tarde. Que sensación de poder e independencia tenía Carmen. Se sentía Scarlett O’Hara, la heroína de la película y se imaginaba como ella besando a Rhett Butler. Carmen lloró, rio y soñó durante cuatro largas horas hasta que terminó el largometraje. Carmen se levantó, apagó el televisor y se preparó una infusión de valeriana antes de irse a dormir. Después de terminarse la infusión en el comedor, se lavó los dientes en el baño y al mirarse en el espejo, se dio cuenta de que sonreía. Se fue a la cama. Miguel dormía y roncaba ligeramente. Carmen estaba feliz esa noche. Sentía tener el poder de controlar a Miguel con las gotas. Miguel bebía menos y había menos peleas entre ellos.

A la mañana siguiente, Carmen abrió los ojos a las nueve. Era tarde para ella, pero la película había durado hasta las dos de la mañana, así que le costaba abrir los ojos. Estaba cansada. Miguel seguía durmiendo y eso era extraño. Carmen le llamó:  “Miguel, las 9.” Miguel no se inmutó. Carmen repitió con la voz más alta:  “Migueeeeel, que son las 9.” Nada. Miguel no contestaba. Carmen se incorporó y encendió la luz de la mesita de noche, porque con la persiana echada no entraba ninguna luz en el cuarto y no se podía ver nada. Miguel dormía hacia el otro lado y Carmen le tocó. De repente, Carmen sintió un frío tremendo y se asustó. Miguel seguía sin moverse del sitio. Carmen se levantó asustada y se fue al otro lado de la cama. Le tocó la frente a Miguel y ésta estaba helada. Miguel no respondía. Carmen pegó un grito dándose cuenta por fin de que Miguel estaba muerto. Salió del dormitorio llorando y llamó a sus hijos. Los mayores aún no habían llegado, pero Valen se levantó corriendo y preguntó que qué pasaba. Carmen le explicó lo que pasaba entre sollozos y decidió llamar a la policía. Valen lloraba también y no comprendía  bien que pasaba. A los diez minutos, la casa de Carmen parecía una comisaría. Habían llegado varios policías y un jefe comisario, más un médico forense que se había metido en el dormitorio y no salía. Carmen seguía llorando y decía:  “Le maté sin querer. Le maté sin querer.” El comisario ser acercó y le preguntó a Carmen que qué decía. “Le puse demasiadas gotas en la comida anoche. Quería ver la película tranquila,” dijo Carmen. El comisario contestó:  “Ah, ¿usted también vio Lo que el viento se llevó? A mí me encanta esa película.” Carmen asintió y siguió llorando. Tenía el frasco de gotas en la mano derecha y se lo mostró al comisario. El médico forense salió del dormitorio. Había estado 45 minutos haciendo pruebas a Miguel. Al salir, concluyó que a Miguel le había dado un paro cardíaco que le había producido la muerte súbita. Se le había parado el corazón y un análisis de sangre rápido mostraba que Miguel era alcohólico. Carmen le dijo al médico forense que Miguel había tomado esas gotas la noche anterior y alargó la mano con el frasco de gotas para que lo viera el médico forense. Éste lo cogió y le dijo después de leer la composición:  “Señora, este frasco contiene agua, nada más. A su marido le dio un paro cardíaco.” Carmen paró de llorar y no comprendía. El médico forense le explicó a Carmen que las gotas no hacían nada y que le habían tomado el pelo donde las hubiera comprado. “¿Está Ud. seguro, Doctor?,” peguntó de nuevo Carmen y el médico le dijo que se calmara, que las gotas no habían producido la muerte de Miguel. Carmen sintió alivio. Sacaron el cuerpo de Miguel dentro de un saco negro. Carmen vio cómo lo sacaban de su casa y lo metían en una ambulancia. La policía se fue de la casa de Carmen y, por fin, Carmen empezó a aceptar que las gotas que ella había usado no habían matado a Miguel. Valen lloraba aún pero su madre le calmó diciendo:  “No llores, Valen. No llores.” Carmen abrazaba fuertemente a Valen. Llegó la madre de Carmen y se llevó a Valen a su casa para que el niño se distrajera de todo ese drama. No podía venir antes a por él porque estaba limpiando una casa y necesitaba el dinero. La abuela cogió a Valen de la mano y se fue a su casa. Carmen se quedó sola, pensativa. Tenía una sensación muy extraña que no sabía explicar. Se sentía sola sin Miguel.

Carmen tenía que ir a la ciudad a preparar el funeral de su esposo, y su madre se haría cargo de Valen mientras tanto. A las dos de la tarde, Carmen se había duchado y vestido de negro para ir a la ciudad y llegaron sus dos hijos mayores. “¿Y la comida, mamá?” preguntaron los dos. Carmen les dijo que se prepararan ellos un plato de sopa que sobró de la noche anterior, que se tenía que ir a la ciudad y que su padre había muerto mientras dormía. Salió rápidamente para que no le hicieran preguntas y los dejó con la boca abierta.

Carmen no sabía conducir coches, así que caminaba a todas partes y hacía la compra con un carro pequeño con ruedas que la ayudaba a cargar la comida. Esa tarde no se llevó el carro. Miguel era el que conducía normalmente, pero a partir de ahora, ya no la acompañaría más. Carmen sintió felicidad en su interior. Por primera vez en muchísimos años, salió de casa sin prisa, sin tener que volver rápidamente porque Miguel la esperaba y no quería causar una escena de celos y pelea entre ellos. Caminó lentamente hasta la estación de autobuses que la llevaría a la ciudad. Cada paso que la alejaba de su casa la hacía sentir más fuerte, más independiente. Cada paso que daba la hacía libre. Ella no había matado a Miguel. Se había muerto solo. Y, ¿por qué había llorado tanto antes? Pensó que terminaría sus días en una cárcel de mujeres por haber matado a su marido con las gotas. No fue así. Carmen podía, a partir de ahora, ver todas las telenovelas y películas que deseara sin interrupciones de Miguel. Ya no la atormentaría más con sus borracheras y escenas de celos, él ya no le levantaría el puño, ya no le rompería una silla encima a Miguel y ya no las arreglaría él al día siguiente. Miguel está muerto. Carmen sentía alivio de que Miguel ya no estuviera y pena también. Lloraba de vez en cuando y se limpiaba las lágrimas con la manga de la chaqueta negra. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar ese día. Carmen se sentía extraña. No sabía explicar bien qué era, pero al llegar a la estación de autobuses se quedó de pie esperando. Miró un momento al cielo y sonrió. Por fin sintió una calma en su interior. Miguel ya no está. Sonrió.

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