EL NACIMIENTO DE LA NUEVA ERA (1): LA BITÉPOCA por Enrico María Rende
Es natural que desconfiemos, incluso que temamos. Sin embargo, el cambio forma parte intrínseca de la evolución; todo desarrollo debe pasar por el doloroso abandono de lo anterior. Frente a las visiones del desarrollo es normal volverse pesimistas, como lo fueron los antiguos con los cambios de era y como lo serán nuestros postreros con el
salto al espacio.
En la Edad Antigua, el ser humano vivía en un mundo que él mismo desconocía. Salvo su pueblo natal y los prados cercanos, el resto de la Tierra era un verdadero misterio. Por eso no le resultó difícil al antiguo griego situar en el monte Olimpo a sus dioses y poblar los bosques circundantes con faunos, centauros y ninfas, y los mares con sirenas e islas llenas de arpías. Sin embargo, a medida que el mundo que le rodeaba se iba conociendo, el ser humano trasladaba sus mitos cada vez más lejos ubicándolos siempre allende los confines de sus conocimientos avanzando paralelamente a los descubrimientos. Pronto todo el Mediterráneo era conocido. Y los mitos y seres misteriosos se localizaron más allá; así, en el lejano Norte habitaban los hiperbóreos y pasadas las Columnas de Hércules estaba el Jardín de las Hespérides, la Atlántida y, claro, el Fin del Mundo. Cuando en 1492 un extraño genovés descubrió para la corona de los Reyes Católicos unas nuevas Indias se abrió una nueva puerta para la mente y muchos mitos se disiparon. Por tanto, los mitos debieron desplazarse más allá. Eran ahora las tierras incógnitas los lugares aptos para ubicar fantasías y así, no solo el continente americano era un lugar para localizar las ilusiones más extrañas, sino que
toda la Oceanía, abierta a Europa por Magallanes, ofrecía un perfecto escenario para las creaciones del intelecto y la ignorancia. El Señor Swift fue, quizá, quien lo bordó, con Los viajes de Gulliver.
Ahora el mundo se nos ha quedado pequeño y hemos descubierto, no sin cierta decepción, que no hay tales seres extraños, sino seres humanos y más seres humanos por doquier. Julio Verne fue el precursor de la nueva ubicación de nuestras más adorables fantasías, pasando del centro de la Tierra a lo más profundo de los océanos, hasta llegar a la Luna. Pero allí también llegó el ser humano y en 1969 el pie de Armstrong puso fin a muchos siglos de incógnitas. Entonces el espacio más alejado se convirtió en el lugar de acogida de nuestros sueños. Marte fue el primero de una gran saga y tras los marcianos vinieron los venusianos y después los pobladores de todos los demás planetas de nuestro Sistema Solar. Llegaron, finalmente, los grandes mitos de la ciencia ficción y los mundos de Lucas o los viajes a bordo de la Enterprise con Spok y el capitán Kirk poblaron el universo entero con los mitos del futuro.
Se podría pensar que los descubrimientos de planetas alejadísimos del nuestro que presentan todas las características necesarias para albergar vida fueran el último refugio para nuestras fantasías, pero no es así. En realidad, ha nacido una nueva era — aún está en pañales, pero ya ha nacido, y a mí me parece acertado llamarla
«bitépoca»—, y en esta edad de la Big Data nuestros mitos y fantasías tienen un refugio mucho mejor y muy superior al de cualquier tiempo pasado y se encuentra en la realidad virtual, en los videojuegos y en los mundos paralelos hechos de bits. De ahí nada podrá hacerlos desaparecer.
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