Por Nidia Jáuregui
De mis manos se cayó el labial al suelo. La punta se destruyó con el impacto, lo cual resultaba ser una tragedia, ya que amaba ese color y para mi mala suerte en el aeropuerto se habían llevado mi bolsa de maquillaje. Del armario saqué uno de mis vestidos para fiestas, el único tinto de corte canesú. El problema sería encontrar los zapatos adecuados. No imaginé que en mi primera noche en América iría a una fiesta. Entre la ropa vi unos tacones negros kitten y no pensé dos veces para decidirme, tal vez bailaría y no quería terminar con los pies lastimados. El cabello lo arreglé para traerlo suelto, afuera hacía mucho frío, y era mejor traer cubiertas las orejas. Tomé el abrigo, las llaves, mi bolso y cerré con cuidado la puerta.
Caminé por el pasillo, bajé algunos escalones y noté que mis vecinos del 445 escuchaban a Edith Piaf. Me detuve para escuchar aquella canción que fue todo un éxito internacional en los sesentas. Nunca había conocido París, pero hace dos días todavía caminaba por las calles de Burdeos. Así que escuchar una voz francesa en una noche de fiesta americana me llevó a sentir que por mi piel transitaba una brisa de otras tierras, lejana, pero no ajena. La canción terminó y mis recuerdos por el Gran Teatro se fugaron entre los crujidos de mis pasos sobre la madera.
Cuando llegué al tercer piso la habitación de 333 abrió su puerta y salió una joven de vestido verde y dijo:
—Te estaba esperando para que me subas el cierre, ¿ya sacaste todo de la maleta? —preguntó al tiempo que la invitaba a pasar.
—No todo, tuve que desempolvar los cajones y el armario. Oye, hace unas horas no te lo dije, gracias por invitarme, no quería iniciar el año entre telarañas y el ruido de la calefacción —dije sonriendo.
Le ayudé con el vestido, me recogió el cabello y al punto de las once bajamos al bar. Cuando entramos más de diez pares de ojos se posaron sobre nosotras. Encontramos una mesa libre y el mesero nos trajo la primera margarita de la noche. La luz baja y un éxito de Foreigner me dio la sensación se que sería una de esas veladas que extrañaría años más tarde. Charlaba con Michelle cuando me interrumpió diciendo:
—El chico de la mesa de atrás camina hacia nosotras y no viene solo. Descuida, yo sé cómo a los de mi ciudad —se calló de golpe y una voz rozó mi hombro.
—Hola chicas, vemos que están algo serias para recibir el año nuevo y queremos saber mi amigo y yo si podemos hacerles compañía, si no les molesta —dijo el joven de ojos color jade con una sonrisa.
—¿Y tú y tu amigo tienen nombre? —preguntó Michelle.
—Soy David y él es Marcus —dijo.
—Soy Michelle y ella es Mía —dijo observando cada movimiento de los recién llegados.
—Supongo que un poco de compañía no nos caería mal —dije sonriendo.
La conversación inició con los gustos en bebidas con licor y al poco rato éramos como viejos amigos en una reunión casual. Michelle resultó ser una gran conversadora, nunca creí que las aceitunas tuvieran historia hasta que nos contó de su origen y el sabor según las regiones del país. Marcus la alentaba a que se detuviera en los detalles y David de vez en cuando me miraba y sonreía.
—¿Qué hay de ti Mía? tengo la sensación de que no eres de aquí —preguntó Marcus.
—Estás en lo correcto, vengo de cruzar el gran charco apenas hace unas noches dormía en una ciudad de Francia, estuve un par de años viviendo allá —respondí y pedí otra margarita.
—¿Qué te trae por acá? ¿no es acaso el sueño de todos hacer el conteo entre finos quesos y vino? – preguntó Marcus.
—Sí, aunque la aventura me llamó y me dijo que tenía que estar hoy aquí con ustedes —le dije.
El mesero sirvió otra ronda de bebidas y al fondo del bar se abría la pista de baile.
—Mía, vamos a bailar —dijo Michelle tomando mi mano.
La música disco hizo que todos se levantaran de sus sillas y agitaran sus caderas al son de voces energéticas. Me movía al ritmo cuando David se acercó y dijo:
—Si el DJ pone algo menos alocado ¿bailarías conmigo Mía? —preguntó mientras reía y giraba.
—Me parece bien —le dije.
Fue como si el DJ nos hubiera escuchado ya que la siguiente canción fue una de aquellas que sólo se bailan en pareja. David me miró curioso y dijo:
—Entonces, ¿bailas conmigo? —preguntó.
Me acerqué, lo miré directamente a los ojos y puse mis brazos alrededor de su cuello. Busqué a Michelle con la mirada y la encontré quitándose lo tacones sobre la mesa. Me vio, saltó contenta y le silbó al mesero.
—Espero no sea muy atrevido, pero desde que entraron por esa puerta sentí la necesidad de estar un poco más cerca de esa sonrisa —confesó.
Se encendieron mis mejillas y como si tuviera catorce años escondí el rostro en su cuello.
—Sí, es atrevido —le dije.
—Disculpa, ahora seré prudente —contestó acariciando suavemente mi espalda.
La canción terminó y le siguió otra aún más romántica. “Para lo solteros de fin de año” decía el DJ con el micrófono. Seguimos bailando y descansé la cabeza sobre su hombro cuando le dije:
—No espera bailar lento con un americano tan pronto —le dije sonriendo.
—Tampoco yo con una extranjera de tierras francesas —respondió.
La disco volvió para reanimar al público y David dijo:
—Este bar tiene una vista increíble, ¿quieres verla mientras vuelven con música para solteros de fin de año? —preguntó expectante.
Salimos por la puerta trasera del bar y subimos unos cuantos escalones hasta llegar a la azotea. Chicago se veía enorme y los fuegos artificiales parpadeaban a lo lejos.
—El dueño del bar es amigo mío desde la secundaria, aquí probamos nuestra primera cerveza antes de que nos encontrara mi padre y nos bajara con amenazas —dijo riendo y sentándose junto a mí.
Miré las pocas estrellas que las luces de la ciudad permitían y una de ella fue una estrella fugaz.
—¿La viste? Una estrella fugaz, pide un deseo —le dije divertida.
—Listo, dicen que las estrellas de fin de año sí se cumplen —bromeó
Lo observé un momento. Contemplé su perfil, su cabello rizado e igual de oscuro que la noche y su franca sonrisa.
—¿Te parece si bajamos y pedimos otra canción lenta? —preguntó
Bajamos a la pista, y aunque la música no fuera precisamente lenta la bailamos suave. Michelle bailaba al fondo con Marcus, nos miramos unos segundos y sonreímos.
—Amigos, listos para el conteo, ¡todos! Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno —dijo el DJ.
—¡Feliz año nuevo! —gritamos todos los presentes felices.
Marcus, Michelle, David y yo nos abrazamos y caminamos hacia nuestra mesa. Otra ronda de margaritas nos acompañó mientras charlamos sobre las aventuras que cada uno deseaba vivir a lo largo del año.
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