Por Israel Selassie
«Cuidado con lo que dices, no vaya a ser que se haga realidad». Así reza el dicho, que más que alimentar dudas y confusiones, nos alienta a reflexionar acerca del valor inherente e intrínseco de la Palabra, en mayúscula y cursiva. Esta, sea hablada o escrita, es, en esencia, transmitida, aspecto que le otorga la facultad de realizar. Según la Biblia, las enseñanzas chamánicas y alquímicas, lo primero que existió fue una Consciencia verbalizadora. Según los místicos y filósofos más profundos, al verbo se le atribuyen las cualidades fecundadoras y engendradoras de la simiente y la matriz, actuando éste desde ambas posiciones y siendo un elemento más de la naturaleza: eso sí, sensible, sutil, imperceptible, cualidades que desde siempre se desvirtuaron por la ciencia por el mero hecho de su inconmensurabilidad.
¿Son solo palabras? ¿Es únicamente un conjunto de significados y significantes aquello que sale de nuestra boca? ¿Realmente solo poseen potestad y facultad de comunicar y expresar, en lugar de estas, generar la realidad de todo ser humano? La frase con la que hemos abierto la argumentación no es más que uno de los ejemplos que han quedado en la retina del Inconsciente Colectivo con respecto a la capacidad creadora de las palabras, las cuales, sean expresadas mentalmente o a través de la voz, de por sí, poseen el poder de moldear aquello que queremos, que necesitamos y que nos conviene. Ahora bien, también ostentan la capacidad de generar todo lo contrario. Aquel que con ahínco se desvalorice (por muy verdadera o no que sea la tesis en la que base sus juicios), tenderá a ser visto tal y como él se expresa. Esto tiene su punto culmen en las artes, que encuentran su punto de apoyo en el lenguaje.
Alan Moore, creador de, entre otros, Watchmen, V de Vendetta y La Liga de los Hombres Extraordinarios, en sus investigaciones personales y con el arte, encontró que aquello que se dijo desde hacía mucho tiempo por las tribus iniciáticas era cierto a un nivel simbólico. Y el símbolo, la mayoría de veces, es el arma y territorio del arte. Pero también de la palabra. Moore entendió que la realidad es ilusoria y que el arte como tal es considerado Magia debido a que, en muchos casos, la idea proviene de la inspiración. Y claro, ¿de dónde vienen «los eurekas»? El que lo haya experimentado en sí, entenderá que son procesos a los que, por mucha luz que les arrojemos si queremos evitar la palabra «Dios», hemos de decir que provienen de la Nada. «Y crear de la Nada es hacer Magia», tal y como, en más de una entrevista, Moore certifica.
El mito alquímico de la creación (por poner un ejemplo) fue que, a partir de la Palabra, la Consciencia Absoluta (llámenle Dios si quieren), creó el plano físico a través del verbo. Más que un creador, fue un motor, un suscitador de los engranajes del cosmos. Ese hálito divino (todavía quedaría por delimitar si, de poder, algún día, ser esa teoría consensuada por la comunidad teológica, habría que incidir en enseñar que de lo que se trata no es de hablar un idioma ni desglosar un lenguaje, sino abarcar el logos —la amplitud comunicativa) es el que los amantes de la literatura, el cine, la poesía, la filosofía, el teatro, la música, la arquitectura o la pintura, perciben como la esencia artística, que más que provenir de las capacidades y habilidades del artífice, se mueven en un universo alterno del que proviene ese logos o esa comunicación, esa Palabra que todavía no sabemos cuál es, ni cómo pronunciar ni en qué contexto manifestar. El logos explica que cada letra, con su particular historia evolutiva, narra un relato que expresa más de lo que el mismo autor puede definir como propio. Es entonces cuando las palabras, tanto en la literatura como en cualquier ámbito de nuestra realidad, cobran una vida inusitada a través del símbolo: es en esa intersección cuando comprendemos la leyenda y el mito, pero, ante todo, el valor de ambos como realidad subconsciente e inconsciente; es entonces cuando comprendemos que las palabras, no son solo palabras.
Desmenuzarlo todo sería casi imposible aquí. El hecho, no obstante, radica en la posibilidad que tiene el artista de generar la realidad que desea y necesita sentir en la vida real. Como bien dijo la escritora Laura Ferrero en una entrevista en El Mundo hace un año, «de algún modo, escribir es vivir la vida dos veces». Lejos de azares y obligación expresiva, la Palabra crea a partir de la paradoja de la Nada. Entonces…¿de verdad creen aún que solo son palabras?
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