Por Adolfo Marchena
Cuando leo un libro, a su vez, estoy contemplando una obra pictórica. Del mismo modo que, cuando observo un cuadro, estoy leyendo un libro determinado. Infinidad de títulos que dotan de palabra y color a la página o el lienzo. La écfrasis es solo una de las formas que adopta esa relación (entre pintura y literatura), pero no agota la riqueza que nos ofrece este diálogo polifónico entre ambas manifestaciones. La écfrasis como «ejercicio literario que consiste en describir un objeto de arte». Una ocupación que no necesariamente se circunscribe al recurso descriptivo, pues puede realizarse adoptando modalidades narrativas, dialogadas, expositivas, etc. La écfrasis como figura retórica del pensamiento. La descripción de una obra artística por medio del lenguaje. En la Ilíada (XVIII 403-608) hay una écfrasis del escudo de Aquiles y en la Égloga II de Garcilaso, la de una urna y lo que representa sus relieves, descrita a lo largo de cientos de versos. No cabe duda de que la relación entre la pintura y la literatura siempre ha estado presente. Simónides de Ceos, representante de la lírica coral griega del S. VI, consideraba (según Plutarco) la poesía como una pintura que habla y la pintura como una poesía que calla… El poeta latino Horacio, en su Epístola a los Pisones dice que: «la poesía es como la pintura», mientras que Aristóteles, en su Poética afirma que: «el poeta es un imitador, como el pintor». Mucho más tarde Van Gogh, uno de los principales exponentes del postimpresionismo, sostuvo que: «Arte, Literatura y Vida son una misma cosa».
En la literatura encontramos títulos, como El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, una de sus grandes obras, donde Basil Hallward es un artista que queda fuertemente impresionado por la belleza de un joven llamado Dorian Gray, de quien pinta un retrato. Considerado uno de los clásicos modernos de la literatura occidental, el libro parte del argumento universal de la eterna juventud, no exento en su tema central del narcisismo, tema recurrente, como sucede también en Las metamorfosis de Ovidio. Otro ejemplo es Un mundo deslumbrante, de Siri Hustvedt, donde se aúna el arte y la investigación detectivesca. La obra trata sobre Harriet Burden, personalidad enigmática del arte neoyorquino de los años 80, esposa del poderoso marchante de arte Félix Lord. Cambiando de personaje, en la novela de Dona Tartt, El jilguero, Theo Decker lleva más de una semana encerrado en una habitación de un hotel de Ámsterdam, fumando y bebiendo vodka. Todo comienza con una explosión en el Metropolitan Museum de Nueva York hace unos diez años y la imagen de un jilguero de plumas doradas, cuadro espléndido del S. XVII, desaparecido entre el polvo y los cascotes. En La última modelo, de Frank Maubert, Caroline, la protagonista de esta obra, frecuenta el París de finales de los cincuenta: los burdeles y los bares envueltos en humo y caprichos. Allí conocerá al escultor y pintor Alberto Giacometti, quien la convertirá en su última modelo. En Barbazul, de Kurt Vonnegut, Rabo Karabekian es un viejo pintor fracasado que vive sus últimos años en la mansión (con playa privada) que le dejó su última esposa. El autor teje una inteligente reflexión sobre qué es arte y, por consiguiente, el ser humano.
Como punto de inflexión entre obras de literatura y obras pictóricas, citar que en el 2014 se realizó un concurso en la galería de arte Axis, de Seattle, en la que pidieron a cien artistas plasmar su libro favorito en diferentes ilustraciones o lienzos. En el cuadro La muerte de Ofelia, de Sir John Everett Millais, pintado entre 1851 y 1852, la obra de este pintor británico ilustra la muerte de uno de los pocos personajes femeninos de la tragedia de Hamlet, de William Shakespeare. Dalí realizó doce ilustraciones basadas en la obra de Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas. Su mundo onírico causó un gran efecto en el arte surrealista de este pintor. El artista autodidacta Matt Kish ilustró, en el 2011, las páginas de la obra de Moby Dick, de Herman Melville. La travesía del barco ballenero Pequod en la obsesiva y autodestructiva persecución de un gran cachalote blanco, bajo el mando del capitán Ahab. Del mismo modo, los escenarios del Missouri que inspirasen a Mark Twain, tuvieron una gran influencia en el trabajo del muralista Thomas Hart Benton. En el cuadro La reproducción prohibida, de René Magritte, el pintor se rebela contra la idea preconcebida que tenemos de ellas. El hombre retratado en el cuadro es Edward James, escritor surrealista. El hombre frente al espejo no nos devuelve la imagen real, su rostro, su pecho, al contrario, nos sigue mostrando la espalda. Magritte dijo que: “El poeta que escribe, piensa con palabras familiares, el poeta que pinta, piensa con figuras familiares de lo visible”. Al respecto, en una entrevista al autor del libro Lo que dice la hierba, de Charles Simic, Nuria Azancot, en entrevista de El Cultural, pregunta: «Su primera vocación fue la de pintor. ¿Cómo influye el artista, el pintor que fue en su juventud, en el poeta que es hoy?», a lo que Charles Simic responde: «En los días en los que pintaba solía vivir en pequeñas habitaciones en Nueva York donde sólo tenía espacio para pequeños lienzos. Como la mayoría de mis poemas son breves, a menudo al escribir siento que todavía me enfrento a un pequeño espacio en el que, en lugar de colores, debo escribir algunas palabras verdaderas».
Encuentro que existe verdad y subterfugio en el color y en la palabra. Que podemos y debemos soportar ese peso, precisamente, el de los espacios. Organizar, de alguna manera, un encuentro entre la disciplina y el abandono, aunque resulte paradójico o antagónico. Títulos que sostengan la versatilidad del arte, como sucede, se me ocurre, con el cuadro del pintor holandés Johannes Vermeer, La joven de la perla, también conocida como Muchacha con turbante o La Mona Lisa del Norte. Un cuadro que inspiró a Tracy Chevalier a narrar la historia de la joven que llega como sirvienta a la casa del pintor. Llevada, a su vez, al cine, por el director Peter Webber. Un óleo sobre tela, un libro, una película. Lo que surge de la luz, inevitablemente, la belleza, al margen de todo aquello que no soportamos, como la derrota. Pero ese es otro tema. Aquí se entrecruzan pintura y literatura. Asoman, se miran, todo parece cómplice y razonable, casi perfecto.
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