Por José Luis Campoy
Cuando el león dormido salió de su letargo,
era bien entrada la noche en Armero.
Y, como si un dragón fuera, escupió fuego y más fuego,
convirtiendo en agua las nieves del Nevado.
Veinticinco mil personas la muerte encontraron.
Durante la tarde había habido olor a azufre en todo el pueblo,
pero ése y otros avisos se desoyeron.
Veinticinco mil personas compartieron un mismo sudario de barro.
Una niña, atrapada entre el fango y los escombros,
con toda la serenidad, todo el amor y toda la dulzura,
le habló a su madre en una desgarradora despedida.
Hoy dicen que es una santa, leo con asombro.
No sé si será una santa esta criatura.
Lo que sé es que fue un ángel mientras vivía.
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