Las cartas y el género epistolar

Cartas. Revista literaria GaleradasPor Adolfo Marchena

Sin la correspondencia postal no hubiesen existido muchas obras literarias, como las Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke, publicadas veinte años después de su muerte, y que fueron dirigidas a Franz Xaver Kappus, entre 1903 y 1906. En dichas cartas, Rilke puso de manifiesto sus opiniones sobre la creación artística, además de plasmar sus ideas sobre la vida, el amor o la soledad. Las Cartas a Eva Haldiman, de Imre Kértész, son otro ejemplo. Se trata de la correspondencia que entre 1977 y 2002 mantuvieron Imre y la crítica y traductora de origen húngaro Eva Haldiman. No se pueden obviar las Cartas, de Emily Dickinson. Se calcula que la autora escribió más de 1.000 epístolas a lo largo de su reclusa e intensa vida. “Esta es mi carta al mundo que nunca me escribió”, dijo, en una de sus muchas paradojas, Emily Dickinson. También sostuvieron una intensa correspondencia Herman Hesse y Thomas Mann; Jack Kerouac y Allen Ginsberg; Gustave Flaubert y la escritora George Sand o Franz Kafka y Milena Jesenská.

La primera carta escrita a mano, de acuerdo con el testimonio del historiador antiguo Helénico, la escribió Atossa, reina persa alrededor del 500 A.C. En 1653, el francés De Valager estableció un sistema postal en París. Mucho más tarde, en 1837, un maestro de escuela, Rowland Hill, inventó el sello adhesivo. Gracias a su ingenio, el primer sello postal en el mundo fue emitido en Inglaterra en 1840. En España, los primeros sellos datan del año 1850 y representaban la efigie de la reina Isabel I. En la península, la organización del correo se debe a los romanos. Todo fue evolucionando, desde entonces, y en el año 1756 se nombraron los primeros carteros urbanos. Las primeras bocas de buzón se instalaron en 1762. En el S. XVIII la distribución de la correspondencia y los paquetes se hacía a caballo. El Siglo XX marcaría algunos hitos como los servicios de cartas urgentes, los giros o los reembolsos. Y no fue hasta 1962, cuando se implantaron los primeros buzones domiciliarios. Desde Correos de Zaragoza declaran: “La carta epistolar desapareció prácticamente cuando se comenzó a generalizar el teléfono en todas las casas, hace décadas” -y añaden- “Después se seguía utilizando, pero cada vez menos, y ahora sobre todo vemos correspondencia bancaria o empresarial, aunque también quedan algunas cartas manuscritas”.

Para Ricardo Piglia: Escribir una carta es enviar un mensaje al futuro; hablar desde el presente con un destinatario que no está ahí, del que no se sabe cómo ha de estar (en qué ánimo, con quién) mientras le escribimos y, sobre todo, después: al leernos. La correspondencia es la forma utópica de la conversación porque anula el presente y se hace del futuro el único lugar posible del diálogo. Según el Diccionario de Términos Literarios de Espasa: La novela epistolar es el género narrativo escrito en primera persona, que abarca las novelas constituidas por las cartas que escribe el yo protagonista a alguien (narratorio) o que se entrecruzan varios (protagonistas y narratorios alternativos y sucesivos). La novela epistolar se desarrolló durante el Siglo XVIII. Influyó e innovó en cuanto a la descripción psicológica de los personajes y los narradores, brindando a las obras un mayor aire de confidencialidad. Son numerosos los ejemplos de novelas epistolares como Drácula, de Bran Stoker. Considerada por Oscar Wilde la novela fantástica más importante de la literatura. Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos, escrita en 1782, relata una historia de perversión, celos y sentimientos encontrados en la que sobresalen los amorales personajes del vizconde de Valmont y la marquesa de Marteuil, vanidosos y manipuladores. Lady Susan, de Jane Austen, narra los planes de la protagonista, la recientemente viuda lady Susan para encontrar un nuevo marido, a la vez que intenta casar a su hija. La obra rompe con muchos de los estereotipos de la novela romántica de la época. Las tesis de Nancy, de Ramón J. Sénder, es una crítica hacia la España de su tiempo, a través de los ojos de una estudiante norteamericana. Entre otros títulos, figuran: Pamela (1741) y Clarisa (1747), de Samuel Richardson, Julia o La nueva Eloisa, de J. J. Rosseau, Wherter, de Goethe, La incógnita, de Benito Pérez Galdós, Paradero desconocido, de Kressman Taylor, Nubosidad Variable, de Carmen Martín Gaite, La vida en la puerta de la nevera, de Alice Kuipers  o Donde el corazón te lleve, de Susanna Tamaro.

Pero hay una novela que pasó casi inadvertida en el momento de su publicación y que, sin embargo, desde la década de los setenta del siglo pasado se ha convertido en un libro de culto a ambos lados del Atlántico. Se trata de la novela escrita por la estadounidense Helene Hanff, 84, Charing Cross Road. En sus páginas narra sus veinte años de correspondencia con los trabajadores, en especial Frank Doel, principal vendedor de la librería londinense Marks & Co. El motor de esta entrañable novela es la pasión por los libros, pero también la lucha por parte de Hanff en la Nueva York de 1949 (fecha en la que se puso en contacto con Frank Doel) y una Inglaterra que todavía se relame de los estragos causados por la Segunda Guerra Mundial. La historia que se nos narra en la novela, por otra parte, es real. A pesar de que la librería cerró en 1970, Hanff finalmente visitó Charing Cross Road y la tienda vacía en 1971, un viaje registrado en su libro The Duches of Bloomsbury Street (1973). En una entrevista en el New York Times, en 1982, Hanff confesó: Yo era buena inventando diálogos, pero no conseguía dar con la historia que hubiera podido salvarme.

Dijo Elías Canetti que: Nadie es más solitario que aquél que nunca ha recibido una carta. Y en este sentido cabe citar algunas obras como: las Cartas persas, de Montesquieu, Desde mi celda, de Gustavo Adolfo Bécquer o Cartas desde Dinamarca, de Karen Blixen, conocida también por uno de sus seudónimos, Isak Dinesen. Autora de la célebre novela Memorias de África, en este libro de cartas la autora nos habla de su vida en Kenia, de las discusiones con sus editores y colegas escritores o sus problemas de salud. Cartas del verano de 1926, escrita por Marina Tsvietáieva, Borís Pasternak y Rainer Maria Rilke, es uno de los epistolarios más hermosos que ha dado la literatura. “Una carta –dice Marina Tsvietáieva- es una forma de comunicación fuera de este mundo, menos perfecta que el sueño, pero sujeta a sus mismas leyes. Ni la carta ni el sueño se dan por encargo: se sueña y se escribe no cuando nosotros queremos, sino cuando ellos quieren: la carta ser escrita y el sueño ser soñado.”

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