La Feria del Libro de Madrid es el gran escaparate de las letras españolas, aunque no el de las letras en español; nos supera y con creces Guadalajara (México) a la hora de exponer novedades editoriales ante el público ávido de nuevos libros que llevarse al sofá, a la cama, al metro, la playa o el baño.
Necesitamos más ferias y más grandes, como la de Frankfort, aunque la Feria de Madrid hemos de reconocer que no está nada mal: con sus casetas, su calor, sus escritores al sol y sus memeces. Tanta memez y tanto memo están convirtiendo esta Feria de las Vanidades en una feria de ganado: famosos que seguramente no han escrito una línea pero aparecen a diario en los medios de comunicación son la atracción de feria principal y en su busca acuden multitud de telespectadores que, también seguramente, en su vida han cogido un libro entre sus manos.
El negocio está servido: un adicto o una adicta televisiva deseoso o deseosa (caramba con el lenguaje inclusivo, qué cuesta arriba se me hace) de conocer a su ídolo o ídola (esto ya es pasarse, lo siento) acude a la caseta número N y pasa unos minutos (si llega) junto a esta estrella junto a la que se puede hacer un selfie y todo a cambio de un libro que le importa un pimiento a ambos (ambas) y de una firma sin gracia. Una pena de las grandes, pero los famosetes y famosetas son quienes más éxito tienen en este mundo de las letras. Julio Verne, Victor Hugo o don Miguel de Cervantes se pasarían la tarde haciendo sodokus mientras esas huestes de iletrados mediáticos —que escriben libros sobre sí mismos en tercera persona— estarían firma que te firma y selfie que te selfie.
Pero ¿qué pasa con los escritores de verdad? Pues hombre, también firman lo suyo si les dejan una caseta decente donde poder hacerlo, aunque muchos de ellos estén toda la tarde pasando la mano por la pared, maldiciendo famosos y esperando que alguien se despiste y le pida una firma compasiva. A lo peor se ha traído, este alguien, el libro de casa y tiene que soportar la mirada inclemente del librero que parece pensar «el año que viene pone aquí la caseta Rita la Cantaora y firma los libros ella también». ¡Con lo que cuesta una caseta!
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