Ahora que la crispación política se encuentra en su momento álgido es un buen momento para insultar al del bando contrario. No se prive, pero hágalo correctamente. Son muchas las ofensas que pueden incluirse en el exiguo espacio que nos conceden lugares como Twitter, pero tres o cuatro apelativos denigrantes nos caben, así que vamos con ello.
Al ex presidente Rodríguez Zapatero, lo han tachado de «inútil» en multitud de ocasiones. Y no es para menos, sobre todo si tenemos en cuenta que casi llevó a este país al ignorar las alarmas de los más de ochenta asesores que llegó a tener. Este atributo referido a su inutilidad, no causa mayor problema; todo el mundo sabe qué es un «inútil», se esté de acuerdo o no con esta aseveración, referida al ex presidente metido ahora a defensor de un «tirano». Tampoco esta afirmación —tirano— sobre Nicolás Maduro nos es ajena ni plantea mayores problemas de significado a los que amamos la democracia. Recuerden si no la maravillosa obra de Valle Inclán Tirano Banderas o las satrapías persas, tan añoradas por algunos, que elevan a la máxima potencia el contenido de la palabra «tiranía».
Otro calificativo muy distinto es «felón», así que no conviene confundirlo cuando algunos opositores a su reciente gobierno llaman de este modo a Pedro Sánchez. La RAE entiende «felonía» como «deslealtad, traición, acción fea» (tan fea como ir contra tu propio país en beneficio tuyo y/o de los de tu cuerda). Sin embargo, el atributo «traidor» va mucho más allá cuando nos fijamos en la acepción segunda: «alta traición», que viene a ser —siempre según la RAE—«acción cometida contra la soberanía o contra el honor, la seguridad y la independencia del estado». Este último atributo resulta, naturalmente, extrapolable al «separatismo» del que Sánchez es cautivo según muchos medios y al que se refiere la RAE como «tendencia política que propugna la separación de un territorio respecto del estado al que pertenece, para alcanzar su independencia o integrarse en otro país».
También se ha acusado a Sánchez de «arribista», término que algunos confunden con el de «arrimista», aplicado a aquellos que tratan de «arrimarse a árboles que dan buen cobijo». Este último término no existe aunque en las redes sociales lo hemos podido ver alguna vez escrito (Las redes sociales y sus atropellos lingüísticos). Según la RAE, arribista es «aquella persona que progresa en la vida por medios rápidos y sin escrúpulos». Juzguen ustedes la trayectoria de Pedro Sánchez y apliquen o no el calificativo.
Pero hay otros términos que aprovechamos para analizar, si bien más que insultos se trata de afirmaciones categóricas. Los vemos:
Los separatistas han puesto a prueba no solo al Estado, también a los juristas y ¡por supuesto! a los lingüistas. La controversia viene marcada por la confusión entre los términos «rebelión» y «secesión». Mientras que el código penal establece diferentes penas según sea el caso, la RAE es categórica y entiende por rebelión un «delito de orden público, penado por la ley ordinaria y por la militar, consistente en el levantamiento público y en cierta hostilidad contra los poderes del Estado, con el fin de derrocarlos». No entendemos ahora cómo los señores juristas discrepan tanto a la hora de aplicar este cargo a Junqueras y resto de procesados por el procés. Al menos desde el punto de vista semiológico está completamente claro: el término «sedición» es más laxo tanto en el caso de las leyes como el su definición por parte de los académicos de la RAE. A saber, «alzamiento colectivo y violento contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar, sin llegar a la gravedad de la rebelión». ¿Dónde está el problema? En el caso de la rebelión —nos referimos, claro, a su significado— no es necesario que concurrieran la Guerras Púnicas, bastaría con «cierta hostilidad» y la hubo y todos lo vimos en directo por televisión. Entonces… ¿por qué no se les aplica tal delito, nos dejamos de tonterías y nos dedicamos a trabajar por este país? Decía el sabio Aristóteles que «justicia es dar a cada uno lo que le corresponde»; sea.
A Pablo Casado le han acusado de «blando» y de «crispado». En el primer caso, la RAE define a una persona blanda por ser «pusilánime, de carácter débil». Por su parte, crispado es definido como «irritado o exasperado». Aunque pudieran ambos términos parecer contrapuestos, pueden ser compatibles perfectamente. El paradigma psicológico «frustración-agresión» lo deja bien claro.
Casado y Abascal comparten un insulto proveniente de la izquierda: «fascista». Dicho calificativo se encuentra absolutamente mal empleado, desde el punto de vista lingüístico, puesto que dicha doctrina fue puramente italiana y con un claro carácter italianizante en lo social y en lo político —también la RAE incide en este hecho—. Sería bueno que la izquierda de las redes sociales empleara otro atributo; fascista no nos parece propio. Usen algo más nuestro, como por ejemplo «facha» que según la RAE significa «de ideología política reaccionaria».
Si piensa que nos falta Pablo Iglesias se equivoca: todos los calificativos anteriores son aplicables a lo que quiera que sea este hombre y a sus queridas del Congreso de los Diputados.
No quiero terminar sin traer aquí un viejo dicho hebreo que al fin me viene bien para un artículo: «La primera vez que alguien te llame caballo dale un puñetazo. La segunda, llámale imbécil. La tercera va siendo hora de ir a comprar una silla de montar».
Luis Folgado de Torres es escritor y editor
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