Entrevista a Adan Kovacsics, traductor de «Glosas» de Karl Kraus

revistas literarias. adan kovacsics

Adan, yo creo que lo primero que tenemos que hacer es hablar de Karl Kraus, a quien es muy posible que muchos lectores españoles no conozcan. ¿Quién fue, en pocas palabras, Karl Kraus?

Un escritor vienés de comienzos del siglo XX, un escritor peculiar que cultivó el drama, el ensayo, la poesía, el aforismo, pero a quien se conoce sobre todo por ser el fundador, el editor y el autor principal de la revista Die Fackel (La antorcha). La fundó en 1899 y la publicó hasta el año de su muerte en 1936. En ella fustigó la hipocresía moral de la época, la bajeza de sus líderes económicos, políticos y culturales, pero sobre todo a la prensa, a la que acusaba de contribuir decisivamente a esa hipocresía y a esa bajeza. Además, la acusaba de haber corrompido y empobrecido el lenguaje a través del tópico, del descuido, del batiburrillo de literatura e información. Según él, esa corrupción y ese empobrecimiento del lenguaje tenían consecuencias morales.

El empobrecimiento del lenguaje es un problema también hoy. ¿Crees que es solamente moral? ¿No crees que Kraus detectó que el lenguaje es ante todo político, que la riqueza de la expresión es un aspecto más de la libertad, y su empobrecimiento un paso adelante hacia la esclavitud?

El empobrecimiento del lenguaje es un problema moral, un problema político, existencial, estético. El lenguaje deja de conectarse con el pensamiento y con la experiencia, se torna automático, maquinal, recurre continuamente al tópico, el cual, según Kraus, mata la imaginación y la capacidad de sentir y de compadecerse.
«El empobrecimiento del lenguaje es un problema moral, un problema político, existencial, estético»

¿Y tú? ¿Cuándo empezaste a ocuparte de él? ¿Cuánto tiempo hacía que no trabajabas sobre sus textos?

Me ocupo de la obra de Kraus desde que la conocí en los años setenta, cuando aún vivía en Viena. Luego, cuando me trasladé a España, comencé a ocuparme de él a través de la traducción. La figura de Kraus desempeña también un papel importante en mi obra ensayística.

Cuéntanos cómo te ocupaste de Kraus a través de la traducción. ¿Qué supuso Los últimos días de la humanidad, para tu personalidad como traductor, y para la literatura en España en el momento en que se publicó (1991, si no me equivoco)?

Como traductor, traducir Los últimos días de la humanidad significó de alguna manera empezar por arriba, trabajar en un texto literario considerado de máxima dificultad, por la riqueza del lenguaje y por la cantidad de géneros y de registros que contiene. Conté con la ayuda de Juan del Solar y de Feliu Formosa. Significó un gran aprendizaje para mí. Con Juan del Solar repasamos la obra varias veces de arriba abajo. Él iba introduciendo a mano los cambios que decidíamos, que eran muchos. A veces pasábamos horas en una frase, sobre todo en los parlamentos del personaje llamado Criticón. Por otra parte, traducir supone conocer las entrañas de un texto. En ese caso, fue el punto de partida de una indagación permanente en la obra de Karl Kraus. En cuanto a la segunda parte de la pregunta, no sabría calibrar el impacto de Los últimos días de la humanidad en la literatura en España en su momento, pero sí sé que ese drama ha quedado de alguna manera grabado en la literatura. A pesar de los años que han pasado observo una presencia permanente.

Vayamos al volumen que acabas de publicar en Ediciones del Subsuelo. Mi pregunta es: ¿Por qué Kraus ahora, por qué las Glosas, de dónde salen estas glosas?

El volumen se debe a que, por así decirlo, faltaba una edición de las Glosas de Kraus, pues ya teníamos en castellano el drama Los últimos días de la humanidad, teníamos aforismos y poesía, teníamos ensayos y artículos de Die Fackel, pero no había una selección de esas glosas con las que Kraus, por así decirlo, esponjaba su revista. Son textos cortos que contienen toda la sustancia de su obra.

«Son textos cortos que contienen toda la sustancia de su obra.»

Alguno de los textos reseñados es asombroso porque parece escrito hoy mismo. Hay varios, tomados de los anuncios por palabras, que resultan estremecedores, como el del hospital de muñecas y la niña ofrecida en adopción con la referencia «Muñequita».

Kraus, que vivió a comienzos del siglo XX, fue, aunque parezca curioso, uno de los grandes analistas de nuestro presente. Lo que él detectó en el lenguaje, en lo que entonces era la prensa y hoy son los medios de comunicación, en el ser humano inundado por la información pero desposeído de sustancia, en el llamado progreso, sigue vigente hoy en día. Nuestra realidad actual nació entonces y él percibió ese nacimiento. No quiso serlo, pero fue su testigo.

¿Qué hubiera pensado Kraus hoy, cuando la inundación de información es tal que las noticias pugnan por sobreponerse unas a otras? ¿Habría visto confirmadas sus anticipaciones?

Habría pensado que vamos por mal camino, que la humanidad se ha desvinculado de su esencia y su origen y que el dejarse inundar de esta manera por la información es un síntoma evidente de esa desvinculación. Nuestro “estar conectados” es una forma terrible de desconexión.

¿Compartes la idea de que Kraus tenía una visión apocalíptica, o se trata de una profecía autocumplida, hecha a toro pasado?

Kraus fue uno de los grandes escritores apocalípticos del siglo XX. No es casual que su drama sobre la guerra mundial se titulara Los últimos días de la humanidad. Él percibió muy tempranamente que el sentimiento apocalíptico acompaña al progreso como su sombra. En el siglo XX hubo dos guerras mundiales, aparecieron la amenaza nuclear, la amenaza de la destrucción de nuestro entorno natural a través de la contaminación del planeta, la amenaza de la manipulación mortífera del ser humano a través de la tecnología. En Kraus, todo esto está de alguna manera prefigurado. Alertaba, por ejemplo, del carácter mortífero del progreso, pero sobre todo de la estupidez del progreso. Y ya en los años veinte alertó de que vendría una segunda guerra mundial…

¿Hemos aprendido algo, o el progreso se ha vuelto aún más estúpido?

No hemos aprendido nada, es más, vamos desaprendiendo a marchas forzadas. Para Kraus, el progreso no era un proceso evolutivo, sino una postura, una actitud que se caracterizaba por la estupidez, por la tendencia a tragarse cualquier cosa y por una mezcla absurda e irreflexiva de elementos hipermodernos y anticuados.

¿Cuánto nos queda por conocer de Kraus?

Bueno, hemos de pensar que la revista Die Fackel (que al principio contó con colaboradores, pero dejó de tenerlos a partir de 1912) son 922 números, esto es, 415 cuadernos (todos de color rojo) o, dicho de otro modo, más de veintidós mil páginas. Por tanto, en el ámbito de lengua española sólo disponemos de una parte pequeña de la obra de Kraus. Ahora bien, es una parte sustanciosa. Con lo que hay, el lector puede hacerse una idea bastante cabal de la esencia de esa obra

 

Carlos Fortea, Madrid, julio de 2018 

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