Electra y el extraterrestre amarillo

Revista Literaria Galeradas. Electra y el extraterrestre amarillo

Electra y el extraterrestre amarillo Revista Literaria Galeradas. Electra y el extraterrestre amarillo

Por Dolores Labarcena

Mientras Margaret Birmingham Murphi se despojaba del burdo corsé de la materia para expandirse en el multiverso entre hadrones y rayos cósmicos, en Bellapais, pueblo de Chipre que resultó el edén para la familia Durrell, y que inspiró los Limones amargos de Lawrence, nacía Nikolaos Kyriakides.

Más conocida como Anqet Murphi, Margaret Birmingham Murphi fue una escritora británica amante del ocultismo. Desde la prepubertad sostuvo que poseía habilidades psíquicas y, además, que podía predecir el futuro con solo mirar fijamente la llama serpenteante de una vela. Su padre, comerciante textil, la tildó de irredenta tarada y la internó en un colegio de señoritas donde bordó hasta la extenuación manteles y ornamentos eucarísticos para sacerdotes y obispos de la iglesia anglicana. Sin poder sacarle “esos ratones que tenía en la azotea”, más o menos así era la frase que utilizaba el padre para referirse a las presuntas dotes adivinatorias, con diecisiete años la obligó a casarse con Sebastian Záitsev, un noble arruinado de Petrogrado que huía de la Revolución rusa y de los acreedores del Casino de Montecarlo. Pero el matrimonio le resultó tan cansino como las labores que realizaba en el colegio, según se conoce por una carta que la propia Anqet escribió en 1919 a Moina, viuda de MacGregor Mathers, fundador de la Orden Rosacruz de Alpha et Omega, quien frecuentaba a los Záitsev. “Moina –dice en la carta- no puedo seguir revolcándome en la monotonía. Las cadenas no son para mí, ni para mi espíritu”.

La amistad entre Moina y Anqet tuvo una vida más larga, puesto que duró casi una década. Sin embargo, todo cambió cuando Anqet, que ya era miembro de la Orden presidida por Moina, rompió la promesa de no develar ciertas prácticas y documentos secretos a un público no iniciado en el hermetismo y la magia. Esto sucedió al salir a la luz The sidereal method, obra polémica donde, además de vaticinar una segunda guerra mundial, la conquista de la Luna y la comunicación inalámbrica presagiaba hasta su propia muerte y lo que vendría después: “nacerá cerca de Kastelórizo la novena reencarnación de Érebo, dios de la negrura y la sombra”. El libro se vendió como ciencia ficción y fue un best-seller traducido a varios idiomas. A partir de entonces la Imperatrix de la Golden Dawn detestó a Anqet con un odio furibundo.

En lo que Anqet disfrutaba de las mieles del éxito, Thomas Mccover Crawfishers, psiquiatra y psicoanalista de algún renombre en los círculos herméticos de Londres, se encontraba veraneando en Bellapais con su colega austriaco Herman Stroheim, pionero en la crioestimulación vulvar con fitoterapia coadyuvante, tratamiento de punta –como se comprende- para la histeria. Allí conocieron al supuesto padre de Nikolaos Kyriakides, Apostolos. “Todo él es una mata de pelo. No obstante, se distinguen sus rasgos faciales. ¿Cuándo lo observo me observo a mí mismo?”, escribió en su diario Thomas Mccover Crawfishers. Apostolos sufría de hipertricosis grave. Fue tal la fascinación del alienista que una tarde despejada de junio invitó a Apostolos a pasar unas vacaciones en la tierra de las hermanas Brontë.

En 1936 Anqet Murphi funda la Sociedad Astro Nocturno. Entre los iniciados se encuentran antiguos miembros de la Orden que dirigía Moina como la quiromántica Tamara Bourkoun, Thomas Mccover Crawfishers y su madre, Louise Crawfishers Barker, que además de poeta era teósofa. El banquete inaugural de la Sociedad Astro Nocturno tuvo lugar en casa de estos últimos. Y créanlo o no, lo más cerca que estuvo Apostolos de Anqet Murphi fueron veinticuatro centímetros en forma vertical. Es decir, ella estaba en pelotas con un sombrero de plumas y un abanico que ventilaba sobre su pubis sedoso, a la vieja usanza, mientras poseída por alguna entidad ultraterrena y lujuriosa profería conjuros contoneándose encima de un pentagrama dibujado con velas en medio del salón, y él, Apostolos, en el sótano como un voyeur, devorando todo su ser a través de las rendijas carcomidas del entresuelo de madera. Era demasiado arisco para dejarse ver en público. Las vacaciones duraron un año, dos meses y diecinueve días. “Les informo que estoy agradecidísimo de la acogida que me han dado, pero regreso a Chipre porque extraño las glaucas y escarpadas montañas de Besparmak”, le dijo Apostolos a los Crawfishers. Y partió.

En el momento en que Alemania se preparaba para hacer de Europa un matadero, Herman Stroheim, el colega austriaco de Thomas, hizo las maletas y volvió a recalar en Bellapais. Allí se reencontró con Apostolos y juntos abrieron una “clínica del dolor” donde fusionaban el psicoanálisis con la herboristería y la nigromancia. A 3324 kilómetros de distancia, mientras inauguraban la clínica, Thomas Mccover Crawfishers con honda tristeza acudía al funeral del único ser querido que tuviese en la tierra: su madre, la cual sin motivo aparente se ahorcó con un cable de teléfono que Apostolos tenía en el sótano en un armario donde se guardaban las conservas. Apostolos lo usaba igual que los astronautas cuando están en gravedad cero, para no atrofiarse. La nota necrológica concluía así: “El que busca con vehemencia más allá de estas tres dimensiones no deja de buscar hasta que encuentra. En paz descanses, Louise Crawfishers Barker. E instrúyenos acerca del lugar donde moras”.

El primer paciente de Herman y Apostolos fue Ruth Atkinson Willis, una aristócrata inglesa con trastornos nerviosos y un divorcio a la espalda. Luego de dos sesiones de psicoanálisis Herman Stroheim le diagnosticó “Complejo de Electra”. En los sueños recurrentes de Ruth siempre la violaba un extraterrestre amarillo con las manos de su padre y el pene de su exmarido que, según ella, “era semejante a un cacahuete sin vaina”. En efecto, como bien puede deducirse la técnica que se empleó fue la crioestimulación vulvar con fitoterapia coadyuvante. Herman y Apostolos se alternaban en las terapias de Ruth. De tal modo Ruth logró desinhibirse rompiendo todos los esquemas y tabúes impuestos por la imperante y anquilosada sociedad patriarcal. Producto de esas orgías psicoexotéricas, pues venían acompañadas de ciertos ritos paganos y de la flagelación con cíngulo, nació Nikolaos.

Cuando el pequeño Nikolaos cumplió seis años, Ruth y Herman tuvieron un accidente automovilístico que les costó la vida, al caer por un barranco en las “glaucas y escarpadas montañas de Besparmak”. Como consecuencia de ello el huérfano Nikolaos creció con la figura paterna. Y creció como cualquier mortal, corriendo a campo traviesa para cazar mariposas con su traje de marinerito. No era alto ni bajo. Rostro rabiosamente acneico. De nariz aguileña. Ojos castaños. Calvo en las sienes y un culo con pelos igualmente como cualquier mortal.

Apostolos, por su parte, falleció de unos tumorcitos que le salieron en la zona inguinal pero que pronto hicieron metástasis por pulmones y cerebro. Según Thomas Mccover Crawfishers, quién se convirtió en el biógrafo oficial de Anqet Murphi y estuvo presente en el lecho de muerte de Apostolos, “mientras agonizaba, y juro que ocurrió segundos antes de soltar el último bramido, sacó fuerzas para preguntarle al hijo algo que le cincelaba la cabeza como una gota fría: ¿Quién es el padre? ¿Quién es el padre? A lo que Nikolaos respondió: “Tu padre es Dios”. El cuerpo de Apostolos Kyriakides fue donado a la ciencia. Thomas Mccover Crawfishers murió en extrañas circunstancias un año después de publicar Anqet y Érebo, una biografía novelada.

 

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