«El señor de las moscas» de

foto portada libro el señor de las moscas en revista literaria galeradas

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«El señor de las moscas» de William Golding

Eso es lo que tiene escuchar música. Uno se relaja, se exalta, aprende (o desaprende), etc. e incluso puede que reciba la inspiración suficiente como para ponerse (¡tachán!) a leer. El álbum Factor X de los metaleros Iron Maiden comienza con un tema titulado Lord of the flies, nada más y nada menos que el título de una de las más sugerentes novelas escritas en el siglo XX; no en vano, la letra de la canción hace referencia a la novela de Sir William Holding, justo merecedor del Premio Novel de Literatura.

El autor británico debutaba en 1954 con esta su primera novela, toda una ofrenda a las buenas letras, metáfora de la naturaleza humana y, por ende al propio mal que habita dentro de cada uno de nosotros y que puede hacerse en cualquier momento. Si rodeamos al hombre de una situación límite, la cena está servida.

No es novedad que una gran obra cayera en el ostracismo al ser publicada por primera vez. El señor de las moscas, novela de postguerra (nos referimos, evidentemente a la Segunda Guerra Mundial) no cosechó gran difusión entre el público que más tarde convertiría el título en clásico de obligada lectura en los centros de enseñanza. No tuvo Golding que cambiar título: aquel con el que la bautizó gozaba de buena salud, era sugerente y hacía referencia a… Bueno, esta es una cuestión controvertida. El señor de las moscas se identifica con el mismo mal, con el demonio e incluso distintos análisis hablan de Belcebú, sinónimos si no somos demasiado exigentes. Pero lo cierto es que la lectura de la novela sí que describe una cabeza de jabalí en proceso de descomposición siendo devorada por infinitas moscas, una realidad que unos niños convierten en objeto de culto o terror, la bestia que amenaza con atacar cuando menos se lo esperen como el mismo Satán hace cuando se le antoja. Consideremos al diablo como mito o realidad, el mal existe y el ser humano le tiene respeto, no vaya a ser que…

La trama de esta obra maestra tiene como telón de fondo la Segunda Guerra Mundial pues los protagonistas, un grupo de niños que viajaban en un avión que es derribado y sobreviven a las mareas, que los conducen a una isla desierta, hacen referencia a bombas atómicas, argumento que sirve para situarnos en el tiempo. La disciplina militar de muchos de estos jóvenes permite intuir que debían de cursar sus estudios en una academia con disciplina marcial y ello se refleja continuamente en el comportamiento de los mismos y en la búsqueda de una jerarquía, la búsqueda de un líder, aquel que atesora la mayor experiencia o las dotes de mando que permita al grupo enfrentarse a las contingencias que irán surgiendo en la peculiar situación en la que todos se encuentran. No han sobrevivido adultos. El grupo de niños es heterogéneo y los más pequeños obedecen a los de mayor edad (quizás una analogía a lo que ocurre entre el poderoso y el débil, comparación trasladada a la rivalidad que el tiempo hace que surja entre los dos líderes, el elegido por la mayoría, Ralph y el que se rebela y se acredita como tal por sus acciones, Jack).

La descripción de una isla desierta resulta ser más que eficiente, así como los múltiples términos utilizados para hablar de la selva que representa el corazón de la isla, escenario de la convivencia y de las disputas que van naciendo de la relación de niños que terminan perdiendo la inocencia (la novela es un canto a la pérdida de la misma) de modo gradual. Pocas son las pistas que deja Golding acerca de la verdadera preocupación del grupo por ser rescatados de su forzado exilio. Tan solo Ralph, con la colaboración del inteligente y acomplejado Piggy (Porky en la película homónima) creen firmemente que la prioridad de todos debe ser mantener vivo un fuego que pueda servir de señal y alerta de su presencia en la isla; sus esfuerzos serán dirigidos en este sentido, bien estableciendo turnos de mantenimiento del fuego, bien siendo ellos mismos los encargados de ello mientras que el antagónico grupo liderado por Jack (frustrado aspirante a convertirse en líder del grupo) se encarga de comandar a un grupo de cazadores, encargo mayor de Ralph, quien es consciente de la rivalidad existente aunque disimulada entre el líder designado democráticamente y su potencial rival. Los más pequeños actuarán como recolectores, trabajo en un principio más asequible. La caza de jabalíes cobra importancia en el argumento pues con el paso de los días el hambre se hace presente. Es esta premisa importante para que surja con fuerza la figura del secundario Jack, que gana adeptos a su causa conforme obtiene éxitos con su liderazgo a la hora de conseguir comida, primero en beneficio del grupo, más tarde como fin propio, ignorantes todos de que los recursos pueden acabarse y de que el único fin que a todos atañe es la propia muerte si no se produce rescate alguno. El juego, los interminables baños en las pozas y la liberación de la opresión de las normas de los adultos son un canto a la libertad y, al mismo tiempo, a la inconsciencia del ser humano en estado primigenio. Una lectura más detenida ahondará en el mensaje que encierra esta epopeya con moraleja que terminará provocando (como no podría ser de otro modo), la muerte de algunos de los protagonistas, la rivalidad entre líderes, el enfrentamiento de grupos (o clases), el nacimiento de los más bajos instintos y la pérdida de la bisoñez que caracteriza a la inocencia infantil.

En El señor de las moscas podemos comprobar cómo el ser humano vuelve a la prehistoria y cómo la necesidad va componiendo el rol social del individuo y la sumisión del mismo al poder. Especial hincapié se hace en la liberación de los distintos instintos del alma y en la maldad, inherente, paciente, corruptora, que siempre termina haciendo acto de presencia. Las normas, freno artefacto del libre albedrío, son representadas por una sencilla caracola, rescatada por Piggy del mar y utilizada por Ralph para dar la palabra a quien quiera hablar.

A lo largo de las páginas, la anarquía se hará dueña de la historia, las normas desaparecerán junto a la ruptura de la caracola y la muerte surgirá sin pararse a pensar que solo son niños los protagonistas de la historia.

El final, demoledor, está estructurado en torno al rescate del grupo por un barco de la marina. Atrás habrán quedado las distintas vicisitudes y los cuerpos olvidados de los caídos. Pero el lector habrá aprendido la lección y comprenderá que Holding, en su primera novela, no logra dejar indiferente a nadie. La historia, a pesar de su ambientación, es muy actual, demasiado actual…

El argumento de El señor de las moscas no pasaría indiferente a la posteridad. A su autor terminaría catapultándolo a la fama y sus fundamentos servirían para llevar a cabo distintos experimentos…

Francisco Javier Torres Gómez

VALORACIÓN: 5/5

 

 

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