El lenguaje periodístico en la Guerra Civil española

j p sires

«El lenguaje periodístico en la Guerra Civil española» por J. P. Sirés

El objetivo del periodista es informar, en su caso opinar y muchas veces como tercer reto, imaginar. Sin duda es una misión difícil, sobre todo en momentos de la historia en que el flujo de información es abrumador y constante.

Durante los años que duró la Guerra Civil española, el periodismo se decantó por informar desde el lugar donde se encontrara la sede del periódico o de la emisora radiofónica en el momento del alzamiento de los sublevados en el norte de África. A los pocos días del inicio de la contienda y ante la seguridad de que la asonada no había triunfado en todo el territorio español, todos los periódicos hubieron de tomar partido, excepción hecha de aquellos que antes de la fatídica fecha del 18 de julio de 1936 ya tenían una inclinación claramente definida: Mundo Obrero o la Libertad, en el bando republicano, y El Diario de Navarra en el bando nacional.

Solo había dos únicas maneras de llegar al pueblo con el fin de informarle durante aquellos tiempos tan convulsos: prensa escrita y emisoras de radio. La ventaja de las emisoras sobre la prensa resultaba decisiva al permitir recibir información a partidarios de un bando en la zona contraria, con el objetivo de animar a sus correligionarios y desmoralizar a los del bando contrario. Como ejemplo podemos citar en el bando nacional las alocuciones de José María Pemán y a Millán Astray. En el bando republicano, Miravitlles y Barea hicieron lo propio.

En general, tanto en la prensa del negro sobre blanco o en la batalla de las ondas, la objetividad brilló por su ausencia salvo muy contadas excepciones como es el caso de los corresponsales extranjeros como Neruda, Hemingway, Orwell y Malraux, pero evidentemente se trataba de una guerra entre hermanos y para demostrarlo no hay más que pensar en los hermanos Machado; Manuel con sus artículos en el ABC de Sevilla y Antonio escribiendo en el mismo periódico en su edición de Madrid. Sin duda dos claros ejemplos de escritura más que correcta, acaso culta para un pueblo en el que el analfabetismo se extendía como una plaga bíblica por toda la geografía española.

Pero lo de menos era informar con un registro cuidado para la masa. Como ejemplo tenemos al Diario ABC, que en su edición de Madrid —y en portada— aparece un único texto que dice: «¡VIVA LA REPUBLICA!» mientras que en Sevilla su portada solo contiene dos palabras: «¡VIVA ESPAÑA!» Una dualidad impensable en la actualidad en un lenguaje más que palmario.

Porque bajo la apariencia de informar lo que realmente se hace es arengar al pueblo, dar partes de guerra diariamente y en muchos casos mentir con descaro, llegando hasta el extremo de emitir noticias inventadas. No hay pan en ninguno de los bandos, pero sí todo tipo de novedades, muchas veces grotescas, que ni el pueblo llega a creerse dada la magnitud de las payasadas que la mayor parte de la prensa escrita se atreve a publicar.

En definitiva, tanto en los periódicos como en la dura batalla de las ondas, el lenguaje es primitivo, directo, indiscutiblemente parcial, fácil de entender y sin dar lugar a la posibilidad de interpretación por parte de los lectores o de aquel que tiene la fortuna de disponer de una emisora de radio de onda corta.

La prensa se convierte, pues, en propaganda. El fin y el objetivo es ridiculizar al enemigo utilizando un lenguaje lo más fácilmente comprensible para un pueblo que en muchos casos se encuentra en una zona que no es la suya, leyendo y escuchando unas noticias que no se cree, pero que no tiene forma de contrastar; La duda que genera incertidumbre también es un arma eficaz.

Las rotativas incautadas por los trabajadores durante los primeros días de la guerra y la muerte de muchos periodistas de prestigio, consiguen que los artículos se conviertan en algo grandilocuente, exagerado, faltos de verdad y muy lejos del mínimo de objetividad que se le debe exigir a un periódico serio: tal es el caso del ABC de Madrid o la Vanguardia en Barcelona. Ocurre igualmente en la zona nacional pues titulares como: «GRITAR-¡VIVA ESPAÑA!» en el Diario Regional de Valladolid, comentando el articulista que «eso ya no es delito», no es interpretable, no hay que razonarlo siquiera, simplemente se lee o se escucha la noticia y se engulle sin anestesia. Son verdaderos panfletos, asertos sin discusión, tautologías sagradas.

En definitiva, a lo largo de la contienda española, como en muchos otros universos, la prensa convertida en conducto propagandístico es un ensayo de lo que más tarde va a ocurrir en Europa durante la segunda guerra mundial, quedando reducida la vocación de informar a un simple acto de propaganda, cuando en los meses anteriores a la contienda habían sido centros de intelectuales para informar y opinar (más o menos libremente) sobre las noticias que los españoles recibían.

Durante la guerra y por motivos obvios un periódico era un panfleto político de un color u otro, pero bien entrada la pos guerra seguía siendo un instrumento político al servicio de los vencedores. Aún hoy día, en que el analfabetismo está prácticamente erradicado y las formas de comunicación son múltiples y diversas, nos encontramos en muchas ocasiones con un periodismo parcial o en su caso hasta morboso, pues hoy aquella batalla de las ondas durante la guerra civil española se ha convertido en la batalla por la audiencia con el único fin de ganar más dinero para unos empresarios cuyo único objetivo es manejar el cuarto poder y con él a las masas. Es por eso que hay programas de radio, televisión y publicaciones totalmente dudosas desde cualquier punto de vista. Simplemente echando un vistazo a sus páginas o escuchando durante no más de un minuto la verborrea incontinente de un periodista sabedor, a ciencia cierta, de que la información que está dando es una injuriosa mentira capaz subir la audiencia de su cadena.

No hay más que abrir los ojos y no taparse las orejas, ni tan siquiera hacer el esfuerzo de abrir un periódico, solamente dejarse bombardear por la cantidad de información parcial, sin ningún tipo de objetividad, que nos llega diariamente. No es nada nuevo, ya estaba previsto cuando en el año 32, a través de las ondas, pudieron escucharse en media Europa las siguientes palabras por boca del mismísimo Adolf Hitler: «La preparación de un ataque con artillería, como ha sido el caso de la Gran Guerra, será reemplazada en el futuro por la dislocación psicológica a través de propaganda revolucionaria. El enemigo debe ser desmoralizado y conducido a la pasividad. Nuestra estrategia es destruirle desde dentro, conquistarlo a través de sí mismo. Confusión mental, sentimientos contradictorios, indecisión, pánico, ¡esas son nuestras armas!». Este discurso fue seguido de una gran ovación por el pueblo alemán. Huelga todo comentario.

En España, durante la Guerra Civil no nos quedamos atrás. Los medios de comunicación utilizaron cualquier arma a su alcance para sorber el seso de los pobres españoles que, además de sufrir bombardeos, éxodos y hambre, tuvieron que aguantar día a día las mentiras y soflamas de uno y otro bando, imponiéndose el buen criterio del pueblo que aún encarcelado en la batalla de su propia patria no se dejaba manipular.

Los artículos incendiarios y las arengas militares radiadas a lo largo de toda la geografía nacional fueron moneda corriente durante toda la contienda, pero con lo que nunca contaron los dirigentes republicanos o nacionales fue con el sentido común del pueblo español y parece ser que aun hoy en día todavía los que están en la «poltrona» no se acaban de dar cuenta, siguen intentando tratarnos como a niños con un lenguaje barriobajero e incisivo que solo busca formular una opinión.

Es cierto que escriben muy buenas plumas en este país, pero lo que también es desgraciadamente cierto, que un pueblo donde se recuerdan aún hoy en día las derechas y las izquierdas no nos demos cuenta que en nuestra memoria deben figurar periodos tan sumamente importantes como el Siglo de Oro, la era del Descubrimiento o la Unificación del territorio español, frente a la compulsiva vuelta a un solo pasado: Nuestra peor guerra.

Seguiremos leyendo periódicos, escuchando la radio, viendo la televisión, conectándonos a internet y recibiendo multitud de mensajes a través de nuestros teléfonos móviles y alguien seguirá intentando manipularnos para conseguir unos objetivos que del 36 al 39 fueron ganar una guerra y hoy son ganar otra, sin muertos en las calles, sin batallas sangrientas, pero igual de irracional, conducirnos como corderitos por un camino construido por el poderoso. Menos mal que el pueblo español ayer, hoy y seguramente mañana seguirá dando muestras de su inteligencia.

J.P. Sirés

3 comentarios

  1. Excelente artículo de Juan Palao. Señala claramente la verdadera lucha de ayer, hoy y seguro que la del futuro por hacerse con el poder de la comunicación y así poder manipular a las masas

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