Como si abriéramos una muñeca rusa, desentrañando unos elementos tras otros, Efecto torrija (Editorial Adarve, 2019) nos narra la revelación de un curioso manuscrito que dará pie al desentramado del argumento principal: el trato complejo —a veces desquiciante— entre un entrenador (coach) y su entrenado (coachee).
La prosa resalta por brindar soltura y amenidad. De cuando en cuando asistimos a una escritura que rebosa en descripciones atmosféricas, esas que condicionan el estado anímico de todo individuo; de cuando en cuando nos entrometemos en el acumulativo ambiente de emociones que transpira cualquier esfera empresarial; a ratos, también, somos electrificados por el llamado «efecto torrija», el cual comprenderemos al salir vivos de las «sensaciones abrasadoras y viperinas» que este provoca.
Por otro lado, la novela está escrita desde una visión en primera persona sumamente cómplice, al punto de convertir al lector en el detective dupiniano que Arthur Conan Doyle y Agatha Christie jamás hubiesen imaginado: esa mirada que elucubra, mentaliza, retroalimenta y hace suyas las sesiones que el protagonista, Cristóbal Acuña, mantiene con Francisco Torralbo, personaje que con seguridad quedará remarcado en el inconsciente de todo aquel que por fortuna se acerque a esta ópera prima de Luis M. La Haba, doctor en Psicología, quien ha creado un texto clave para entender lo frágiles mentalmente que pueden ser las personas imbuidas en torno a relaciones profesionales o de trabajo.
Recuérdese que ninguna ciencia nos ha enseñado a dilucidar los contrastes —las sombras, los claroscuros— que posee y de los cuales se conforma un ser humano. «De eso se encarga solo la buena literatura», decía Sigmund Freud. Y ahora Efecto torrija se inserta con suficientes méritos a tal universo de exclusividad.
Reseñado por Guillermo Obando Corrales
Gracias por tan hermosas palabras.