Por Juan Manuel Padilla
Los dos pequeños llegaron en Navidad. Eso nos unió aún más a Isa y a mí. Tan pequeños, tan frágiles. Dormían en nuestra misma habitación. Y escucharlos en lo más profundo de la noche, no nos irritaba; al contrario. Tanto Isa como yo, acudíamos a sus llamadas, y nos comunicábamos con ellos. Dábamos respuesta a sus necesidades, y la dependencia era recíproca. Ellos, nuestros pequeños, nos daban la atención necesaria. Yo diría incluso que nosotros crecimos más a su lado, que ellos con la atención que les prestábamos. A Isa le gustaba mucho jugar con los dos, y no los desatendía de ningún modo. Yo me unía, y algunas tardes compartíamos juegos. Eran tardes inolvidables.
La gente decía que estábamos demasiado pendientes de los dos, y que eso tampoco era bueno. Nosotros no les hacíamos caso. Sabíamos que ellos nos aportaban madurez, y el cuidarlos, nos hacía unos adultos responsables. Los habíamos adoptado, esa es la verdad; y asumimos el compromiso, aunque siempre había quien prefería decir que los pequeños eran comprados, como si nos importara que así fuera. «Comprados» que fea palabra para cuestionar el valor incalculable de lo que amas de verdad. Ellos nos unieron más a Isa y a mí. Hasta que un día ella me dijo: «¿Los cambiamos?»
Y ahora tenemos dos nuevos smartphones
Dejar una contestacion