Por Adolfo Marchena
Cierto día, mientras Rudyard Kipling (autor de El libro de la selva o Kim) leía el diario, como todas las mañanas, se encontró con un anuncio que llamó su atención, de modo que escribió una carta al editor del periódico: «Acabo de leer que estoy muerto. No se olvide de borrarme de su lista de suscriptores». Muchas son las curiosidades, manías o costumbres adquiridas por escritores o escritoras. Curiosidades como buscar personajes en la guía telefónica, como hizo Georges Simenon, creador del comisario Maigret; escribir estando de pie, como hacía Hemingway; levantarse a escribir antes del amanecer o atiborrarse de compañía como Charles Dickens, posiblemente el único autor al que le gustaba escribir rodeado de gente. Entre anécdota y anécdota me encuentro con la figura de Samuel Langhorne Clemens, más conocido como Mark Twain, expresión del Misisipi que significa dos brazas de profundidad, el calado mínimo para navegar. Dicho seudónimo lo adoptó Samuel en su época de periodista, cuando publicó el cuento corto La famosa rana saltarina de Calaveras y donde siguió su carrera en un periódico de San Francisco. Allí, el escritor Bret Harte le animó a proseguir con su carrera literaria. Llamado por William Faulkner «el padre de la literatura americana», Twain escribió más de quinientas obras, siendo las más conocidas Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn, considerada «la gran novela americana». Ernest Hemingway dijo sobre el autor que: «La literatura estadounidense nace con Twain. No había nada antes. No ha habido nada igual de bueno desde entonces». Mark Twain (1835-1910) fue un escritor y aventurero (también humorista) que encontró en su propia vida la inspiración para sus obras literarias. Fue un acérrimo defensor de la abolición de la esclavitud y partidario de los derechos de las mujeres. Hombre contradictorio y eternamente insatisfecho. El príncipe y el mendigo, publicada en Canada en 1881, antes de publicarse en EEUU en 1982, es la primera novela histórica de Mark Twain. En Las aventuras de Huckleberry Finn, texto fundacional de la narrativa norteamericana, ya nos habla de la adolescencia y la libertad. Escrito con un irónico sentido del humor y prosa ágil y precisa, la acción transcurre por el Misisipi, de la mano de Huck Finn y su fiel amigo Jim, quien huye de la esclavitud. Una novela sobre el racismo, la amistad y la libertad. Huckleberry Finn es un niño americano, nacido en el sur de EEUU protagonista de varios escritos de Mark Twain. Su primera aparición se dio en Las aventuras de Tom Sawyer. Una huida hacia la libertad en una barca que surca el río Misisipi. Twain escribe al respecto: «Todas las raras supersticiones a que se hace alusión prevalecían en la época de esta historia, es decir, hace treinta o cuarenta años, entre los niños y los esclavos en el Oeste». La obra fue publicada en 1876. Sobre dicho libro, también se ha manifestado que es un libro de memorias.
Mark Twain, no obstante, cimentó su éxito en el género del cuento. Sus relatos contienen temas ingeniosos, una inventiva inagotable, personajes inolvidables, gran sentido del humor y un excepcional uso del lenguaje. Cobran también mucha relevancia sus aforismos, donde demuestra (como queda patente en toda su obra) su disconformidad con las ideas fáciles. Sus escritos también destacan por su profunda inteligencia y su humor incisivo. Como ejemplo: «Suelen hacer falta tres semanas para un discurso improvisado»; «Sé virtuoso y te tendrán por excéntrico» o «Un hombre con una idea nueva es un loco hasta que la idea triunfa». Fue considerado como el Charles Dickens americano. Escritor humano donde sus escritos, en cierto modo, enseñaron también a amar y a comprender. Donde sus palabras, enseñaban a vivir en paz, armonía y tranquilidad. De esta manera dijo que «el arte de vivir consiste en conseguir que hasta los sepultureros lamenten tu muerte».
Se casó con su gran amor, a quien estuvo cortejando por carta durante un año y con la que tuvo cuatro hijos. Tuvo que asistir a la muerte de sus tres hijas y de su esposa, así como un grave quebranto económico. Perdió los grandes beneficios de sus libros y también una parte de la herencia de su esposa en inversiones catastróficas. En una de sus últimas novelas, El forastero misterioso, manifestaba que se sentía como un visitante sobrenatural, llegado con el cometa Halley y que había de abandonar la tierra con la siguiente reaparición del cometa, tal como efectivamente sucedió. Regresando a las curiosidades de los escritores, en 1871 Twain, con su verdadero nombre, registró un invento que llamó «Mejoras de correas ajustables y desmontables para prendas de vestir». De modo que no sólo se limitó a escribir y viajar, también inventó objetos como el citado cierre de sujetador o un álbum autoadhesivo para fotografías así como un juego de mesa al que llamó «Constructor de Memoria». Tenía propósitos educativos y perseguía ayudar a los niños a memorizar fechas y acontecimientos históricos de manera amena. Algo que nadie se interesó en producir.
Imagino a Mark Twain, huérfano a los doce años, cuando abandona sus estudios. Lo imagino como tipógrafo en una editorial donde comenzó a escribir sus primeros artículos periodísticos, en redacciones de Filadelfia y Saint Louis. Lo imagino a sus dieciocho años, abandonando el hogar para iniciar sus viajes en busca de aventura. Una guerra de Secesión (1861) que frena su carrera como piloto fluvial. En nevada, trabajando en los primitivos campos mineros. Sin alcanzar el éxito. Sus viajes por la Polinesia y Europa, experiencias que relató en el libro de viajes Sin embargo. Lo imagino (o escucho) diciendo: «Nunca he permitido que la escuela entorpeciese mi educación». Un aforismo que sólo desde él y hacia nosotros cobra sentido. La educación en su importancia, desde luego, pero el sentido que Twain le otorga a la vida y la experiencia. «Dentro de veinte años lamentarás más las cosas que no hiciste que las que hiciste. Así que suelta amarras y abandona el Puerto seguro… Atrapa los vientos en tus velas… Explora… Sueña… Descubre». Por alguna razón su profecía se cumplió y el cometa Halley volvió a pasar en 1910, cuando él también se marchó con su sentido del humor y el destino, que él mismo había pronosticado.
Dejar una contestacion