Género: novela
Autor: Amador García-Carrasco
Editorial: Caligrama, sello Penguin Random House
Páginas 316
Por Marina Rivera Campos.
Como cada artista, cada uno tiene su estilo propio, y es ahí donde reside la verdadera riqueza del mundo de la creación. En este caso, el abogado de profesión Amador García-Carrasco, (con el que tengo el placer de realizar colaboraciones ilustrando alguna de sus obras, entre las que se encuentra la presente), autor de las novelas El funcionario del emperador, El rey de Castilla y El otro lado, poeta que ya hizo sus pinitos en el ABC en los años 70 con la serie Ciudades, autor de obras teatrales como El banco o Variaciones desde la otra orilla, y de ensayo (Elogio de lo insólito), dota a su obra Cuelgamuros de un carácter experimental que no deja de lado en otros títulos de su carrera literaria. Si bien en El funcionario del emperador la estructura no era lineal y añadía poemas y pequeñas escenas que agregaban frescura al relato, a la manera teatral de los entremeses, en esta ocasión la historia y estructura giran entorno a un único elemento: El Valle de Cuelgamuros, polémico monumento levantado tras la Guerra Civil española que ha logrado dividir a todo un país durante muchos años.
García-Carrasco invita al lector a aventurarse en una espiral histórica, en la que, desde los neandertales hasta una actualidad ficcional, personajes tan ilustres como Felipe II, Napoleón, Franco, Pedro Sánchez o Soros irán dibujando los misterios y las fuerzas telúricas que alberga el lugar del Valle, desde la perspectiva de sus propios intereses y percepciones. Miguelito, un hombre sin nada que perder y mucho por descubrir debido a su insaciable curiosidad, sin embargo, es el protagonista principal y del presente, y el encargado de conectar todos los puntos que culminarán en el final del libro. Todo ello con un lenguaje caricaturesco por satírico e irónico, que adapta el de cada época a la actual, aunque respetándolo y situando al lector en el momento histórico que se narra. De esta manera crea una atmósfera y sensaciones visuales muy potentes, punto fuerte al que ya nos tiene acostumbrados el autor. Así, otorga a la novela unas gotas de cinematografía imaginativa, principal motivo por el que ilustrarlo para mí, fue prácticamente una necesidad.
Quizás las referencias políticas y sociales que se utilizan puedan despistar a quienes no gustan de esos temas, o están desinformados respecto a ellos, pero el sarcasmo y dinamismo de los personajes, así como los hilarantes (aunque crudos) hechos ficticios, lo compensan y logran adentrarse en terreno de todos; es su ficción la que la hace más accesible. En conclusión, nos enfrentamos a una obra que necesita del arte de no prejuzgar, y que, una vez traspasada esta barrera, encantará a todo aquel lector con imaginación y al que le guste la ficción, el humor ácido y la historia.
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