Se despertó con la boca pastosa, los labios resecos, los ojos hinchados y la mente dos horas atrasada. Seguía tirado en el mismo sofá donde había dejado caer su desgastado cuerpo cuando llegó a casa del trabajo. Dio un largo trago al vaso con whisky que se sirvió al llegar y que ni siquiera había probado y encendió su primer cigarro del día. Eso se había convertido en su desayuno habitual desde hacía bastante tiempo y su organismo parecía haberse acostumbrado a ello a la fuerza. Recogió el estuche negro del suelo, pasando sus manos para retirar rastros de polvo adherido y lo abrió. Allí estaba, en silencio, reposando su voz, como dormida y ajena al mundo exterior. La sacó con cuidado, casi acariciándola, recorriendo suavemente con sus manos todas sus formas… Deslizó sus dedos con mimo sobre sus cuerdas tensas, despertando pequeños sonidos, dándose los buenos días como dos amantes al despertar. En su interior, él la consideraba su amante, su compañera, la única que no le había abandonado. Siempre estaba allí; si estaba contento reía con él y si estaba triste, lloraba con él… Recordó a Robert Johnson, de quien dicen que vendió su alma al diablo para ser el mejor guitarrista de blues, y sonrió al pensar que, quizá, esa guitarra había vendido su alma para ser una guitarra de blues y eso la había unido a él.
Tocó unos cuantos acordes, ajustó sus articulaciones, las de los dos y se acompasaron mutuamente durante unos minutos hasta sentir que estaban preparados para desgranar un nuevo día. La acomodó de nuevo en su estuche y se dispuso a prepararse para una nueva batalla. Ducha, afeitado, comida frugal, como casi siempre, platos precocinados, café negro, cigarro, otro trago para que su interior no disminuyera la temperatura de ese fuego que le iba consumiendo día a día desde que ella se fue… Mientras se vestía, llegó a la conclusión de que la gente, cuando pensaba en blues, pensaba en negro… Fundas de instrumentos negras, trajes negros, corbatas negras, gafas negras, músicos negros, cantantes negros, voces negras, locales oscuros, casi negros, en definitiva, música negra para momentos negros. Él cumplía casi todos los requisitos, solo lo desvirtuaba su tez pálida y su pelo rojo, color fuego, que contrastaba llamativamente con su vestimenta negra. Se ajustó el nudo de la corbata, cogió sus negras gafas, descubrió un hilo que pugnaba por desprenderse de su negro traje, tiró de él hasta conseguir que se soltara, no sin esfuerzo, y lo depositó en una pequeña bandeja donde reposaban otros hilos negros, formando un montón estirado y ordenado. Cogió su guitarra y antes de salir a la calle, miró hacia esa bandeja y en voz alta, como para que le oyeran, les dijo: —Quizá algún día regrese y os devuelva al sitio al que pertenecéis y recomponga este viejo traje… Y cerró la puerta tras de sí.
Extraído de Algunos Relatos y Otras Historias… del escritor José Buil Quejigo
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