Esa soledad que nos sostiene

Revista Literaria Galeradas. Vías solitarias

Revista Literaria Galeradas. Vías solitariasPor Adolfo Marchena

La literatura es el reino donde habita la soledad. Una carga, una constante, una elección donde descubrir con la palabra el sentido de la vida. En esa búsqueda del texto que nos reclama también el silencio y su postura de abandono. Scott Fitzgerald escribió: “A las tres en punto de la madrugada un paquete olvidado tiene la misma trágica importancia que una sentencia de muerte. Y en la verdadera noche oscura del alma siempre son las tres en punto de la madrugada, día tras día”. Como si esa hora, inhabilitada en los relojes, la certeza nos aproximara hacia la última de las conclusiones. En general, la soledad no es tema literario, se esquiva. Pero gran cantidad de obras literarias y filosóficas se escribieron bajo esa sensación o esa necesidad de encontrarnos solos. Ya fuera en casa, -en el salón o en el estudio-, en un hotel o en el camarote de un barco. Es la soledad de Margarite Duras “quien lleva consigo su escritura a donde sea”. Aunque la idea de escritura como forma de salvación pueda resultar contraria a la idea de la soledad. En Escribir, la propia Duras afirmó que: “La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida”.

Aparece la soledad como reflejo de una huida, un escapar de la gente, la insociabilidad. Y, como explicó García Lorca en Poeta en Nueva York, la ciudad se muestra como geometría y angustia. En sus calles surge el desaliento y la ansiedad por la incomunicación. ¿Y qué es la ciudad sin los escritores? Tal vez sin su presencia, éstas no existirían. Espacios que se dibujaron, ente otros, como progreso y civilización, y también como engaño y trampa, como la Sevilla de Rinconete y Cortadillo. Convertir, como lo hizo Larra, los edificios de Madrid en un cementerio. O crear una ruta literaria como Fernando Pessoa trazó, sin pretenderlo, en la ciudad de Lisboa. El barrio del Chiado, donde se erige la estatua del propio autor, y donde se encuentra uno de los cafés más emblemáticos del mundo, A Brasileira de Rossio “Desde la terraza del café miro trémulamente hacia la vida. Poco veo de ella –el bullicio- en esta concentración suya, en esta plazuela nítida y mía. Un marasmo como un comienzo de borrachera me elucida el alma de cosas”.

Pero no todas las ciudades son reales. Y así en Cien años de Soledad, Gabriel García Márquez hace casi real el imaginario Macondo, donde “todos los hombres de la familia Buendía, llevan a cabo una vida de soledad, todo a lo largo de cien años”. Del mismo modo sucede con Wonderland o El País de las Maravillas, a la que se accede por una madriguera donde Alicia cayó por casualidad. Más tarde, en la segunda parte, accedería a través de un espejo, en el relato de aventuras que Lewis Carroll tituló Alicia en el País de las Maravillas. Un lugar habitado por animales y seres humanos de dudosa “salud mental” o totalmente impíos donde el sinsentido y la insensatez es la nota predominante. También se pueden citar o incluir las ciudades ficticias de Lovecraft, llamada de Arkham, donde transcurren la mayoría de sus cuentos o El condado de Yoknapatawpha, supuestamente situado al noroeste de Misissipi y donde transcurren varias de las obras de William Faulkner, como ¡Absalón, Absalón!

La escritora neoyorkina Nicole Krauss, autora de En una selva oscura, forma parte de autores de diferente latitudes como: Rachel Cusk (A contraluz, Tránsito o Prestigio); Karl Ove Knansgard, autor de seis novelas que comprenden su obra autobiográfica Mi lucha o Ben Lerner, autor de Saliendo de la estación de Atocha, quienes indagan en los intersticios entre autobiografía y ficción. Junto a temas como la memoria o la soledad, Krauss presta también importancia a la cultura judía. En su primera novela, Llega un hombre y dice (2002), muy influida por Don Delillo, indagó en los efectos de la pérdida de la memoria y el intento artificial por recuperarla. Dos libros recientes, uno de Antonio Muñoz Molina y otro de Carlos Sklian, reivindican el aislamiento como condición de la escritura. “Horas y horas acodada sobre un escritorio silencioso, en una habitación cerrada donde el mundo en guerra era puesto en suspenso y el mundo en letras comenzaba”. Así describe Carlos Sklian a La Nación la “atmósfera” en la que escribía la poeta rusa Marina Tsvietáreva. Carlos Sklian es autor de Escribir, tan solos. Especie de ensayo, o más bien poética sobre la soledad. En el libro desarma la identidad, que el autor considera errónea, entre la soledad, lo solitario y el padecimiento. Lo hace a través de “figuras de soledad” como Emily Dickinson, Jorge Luis Borges, Marguerite Yourcenar, Stanislaw Lem, Víctor Hugo, Fernando Pessoa, Cesare Pavese, Alejandra Pizarnik o Chantal Maillard.

En el libro Un andar solitario entre la gente, de Antonio Muñoz Molina, un personaje camina, mucho y a solas, en la soledad particular de las ciudades. Se trata, según Muñoz Molina de “una exploración de la propia soledad y la de otros que nos han precedido y a los que seguimos de manera inevitable. La observación que requiere el tipo que camina que yo intento retratar en el libro es tan absoluta que parece incompatible con la compañía”. El autor nos advierte que en inglés existen dos palabras: solitude, una soledad que, elegida o no, siempre es gozada, y foneliness, la que no puede evitarse y tiene mucho de sufrimiento.

“La soledad si bien puede ser silenciosa como la luz, es, al igual que la luz, uno de los más poderosos agentes, pues la soledad es esencial al hombre. Todos los hombres vienen a este mundo solos y solos lo abandonan”, escribió Thomas de Quincey, autor de Confesiones de un inglés comedor de opio. Y si, como dijo Joseph Conrad: “Vivimos como soñamos, solos”, nuestro despertar vendrá acompañado por la recompensa de lo dicho, lo imaginado, lo vivido. Siempre y cuando esa soledad no se convierta en un mal que, como la palabra inglesa que indica Antonio Muñoz Molina (foneliness), nos cargue de sufrimiento y angustia. Salir, en todo caso, para renovar la necesidad de estar solo, que diría Lord Byron. Tal vez en la soledad encontremos la respuesta a tanta algarabía y especulación impuesta por una sociedad que lo mismo adora la soledad como la detesta. Otro tema a tener en cuenta, cuando en el albor de nuestras vidas, por alguna circunstancia u otra, seamos o no escritores, nos vemos abocados a otro tipo de soledad, impuesta, donde solos y desatendidos, esperamos pacientemente el final de lo evidente.

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