El disparo se escuchó en toda la pradera. Juan Cordero, accionó el arma para cazar al venado de patas azules y dientes de oro. Su obsesión lo había convertido en un hombre melancólico. Nadie daba crédito a las fantasmagóricas historias de este hombre de campo que sólo hablaba de un venado gigantesco que le robaba la calma y el sueño.
Su mirada triste se perdía en el verdor del caney familiar como buscando reposo para su alma atormentada. Aquel venado parecía que lo recorría por dentro; que sus venas ardían por la acción de este adversario inatrapable que volaba cualquier cerco con una naturalidad que era propia de otro mundo.
Eran las diez de la mañana. Juan Cordero y Bernabé Solís vienen sobre sus mulas cargadas de enseres hablando de cacería. Siempre llevan bajo las mantas un par de buenas escopetas capaces de acabar con la existencia de puercos, venados y conejos. Al llegar hasta la fonda del tuerto Exequiades Quiroz, los esperan con las bandejas llenas de chorizos y los cuentos de Matías Ramones, el más embustero de los cazadores de la región.
Matías Ramones acababa de cumplir sesenta y seis años. Una mordedura de serpiente cascabel lo había inutilizado para siempre. Una parálisis fulminó al rápido gatillero de los montes. Pero su determinación lo hizo aprender a moverse hasta el rincón en donde los cazadores colocaban sus piezas del día. Los recuerdos de sus destrezas en los más intrincados caminos transforman sus ojos en gruesas gotas de furia. No había terminado de colocarse en el sillón, cuando la voz estentórea de Juan, lo sacó de sus cavilaciones. ¾Hola mi apreciado viejo, ¿Como andas? ¾Más o menos ¾, responde el entristecido cazador, mirando sus dedos chamuscados por el mortífero veneno del ofidio. Ese día un pequeño báquiro sirvió de entrada para la conversación. Todos se animaban al escuchar a Matías cuyo talante iba adquiriendo sentido ceremonial en cada expresión.
Cuando estaban a punto de retirarse, llamó al tuerto Exequiades para recordar una vieja historia.
¾¿Te acuerdas compadre del venado de dientes de oro? Un sudor frío recorrió el frágil cuerpo del tabernero.
¾¡Cómo lo voy a olvidar, si persiguiéndolo, una rama de Cují me convirtió en tuerto! Casi lo agarraba por sus patas azules. Cuando creí que ya era mío sentí como se me incrustaba en el ojo aquel pedazo de madera, rodé por el piso sangrando y me llevé las manos al rostro con desesperación. En ese momento sentí algo que me causó gran miedo. Junto a mi estaba el venado de patas azules y dientes de oro como un testigo mudo que me respiraba en la nuca. Allí creí que estaba viviendo los últimos segundos de mi vida. Trataba de huir de él y aquel engendro del demonio me perseguía hasta que me alcanzó con sus patas sobre mi espalda; me encomendé a Dios y le pedí que me ayudara a seguir con vida. No pasaron veinte minutos cuando el ladrido de los perros me despertó de aquella pesadilla. Unos cazadores prepararon una parihuela y me trajeron hasta mi casa. Allí tomé la decisión de cambiar los disparos de escopeta por servir vasos de aguardiente. Es preferible lidiar con borrachos habladores de pendejadas que tener que enfrentarme con una mascota del infierno.
La historia era escalofriante. Y es que a cada paso que daban los cazadores en la espesura del monte solía aparecérseles un precioso animal de gran tamaño que exhibía con orgullo las patas azules y los dientes de oro que al entrar en contacto con el tráfago de la noche oscura, refulgían en cascadas de luz. Algunos señalaban que quien lo capturase tendría bajo sus pies un montón de piedras preciosas capaz de sacar a cualquiera de la pobreza por siempre. Muchos cazadores fueron en su búsqueda y cada uno de ellos fue retornando en parihuelas con una sonrisa triste entre los labios. Nadie podía explicar aquel maleficio que se posesionó del pueblo de Tumaque. En una oportunidad lo habían rodeado una veintena de hábiles cazadores que con gran pericia tenían todos los atajos tomados por gente experimentada. Quince perros cazadores adiestrados en las mejores refriegas del monte fueron lanzados en su rastreo, olfatearon en nichos de paja, en los caños del río y hasta en alguna cueva. Un aullido profundo de uno de los sabuesos los puso en guardia. Corrieron de inmediato en dirección del sonido y cuando estaban a unos treinta metros del animal volvieron a escuchar otro aullido, esta vez desgarrador. Cuando llegaron, el perro yacía desangrado con una herida profunda en el cuello. Los otros perros también murieron de diversas maneras. Tres cazadores que aguardaban en un rancho de palma vieron como el venado encantado voló por encima de sus cabezas en un salto increíble que los dejó perplejos. Algunos de ellos salieron despavoridos mientras en la noche oscura resplandecían sus dientes de oro como mostrando una torva sonrisa.
Desde aquel episodio muchos optaron por apartarse de la búsqueda. Ahora preferían ir sobre objetivos mucho más fáciles, sin tener que combatir contra una aparición que no la destruye ni la resuelta acción de los humanos.
Juan Cordero se acostó en su hamaca de campaña; antes había encendido un mechero de querosén para espantar los zancudos que andaban en agresiva actividad permanente. El sueño no quería aparecer por ningún lado, las infusiones de manzanilla y valeriana no lograban hacer cabecear a aquel hombre con una verdadera obsesión que lo consumía segundo a segundo. Cerró los ojos para buscar el descanso y apretó con fuerza desesperante sus parpados pero nada funcionaba. Al acabarse el mechero se levantó para volverlo a cargar. Mientras preparaba la nueva mecha empapada de combustible escuchó un sonido débil, quebradizo, como de ramas secas. Con mucha destreza se fue empinando por encima de la verja de madera para averiguar cuál era el origen del imperceptible rumor. Miró en varias direcciones y con la ayuda de una potente linterna pudo ver que el esquivo venado de patas azules y dientes de oro estaba a escasos metros de su perseguidor. Era como una invitación a luchar en su terreno; sin mayores reglas que las que describía el destino. La última batalla entre el gran cazador y el amo y señor de aquellos predios. Quiso salir a perseguirlo pero algo lo detuvo; tomó un rosario y oró hasta el amanecer. Dentro de su obsesión tuvo la capacidad de armar una estrategia. Se volvió a recostar en la hamaca y pensó: no puedo caer en su terreno. Si vino hasta mi casa es porque desea destrozarme aquí mismo. Cuando llegue el momento yo impondré las reglas, lo mataré y pasearé su cuerpo por toda la región. Eso sí, exclamaba a grandes voces, antes debe conducirme al sitio en donde están sus tesoros. ¿O será que todo él es un gran venado de oro con las tripas llenas de perlas? Si es así, me convertiré no sólo en un nuevo ricachón, sino que seré el más grande cazador del universo.
De un gran salto se levantó con renovado entusiasmo. Desayunó abundantemente con café, huevos y topochos fritos. Una sonrisa contagiosa lo acompañaba a pesar de sus problemas de insomnio. Sentía que su lucha era para demostrar quién merecía reinar en la comarca. En aquel espacio no había cabida para los dos. Era cuestión de horas, días o semanas para que ambas realidades se cruzaran.
Juan Cordero preparó sus escopetas. Llegó la hora de enfrentar sus temores. Sólo existe un hombre capaz de capturar al venado encantado, y ese soy yo, aseveraba con cierta suficiencia mientras sus labios probaban una humeante taza de café. Planificó su estrategia y cuando el poblado estaba desierto comenzó su periplo rumbo a la planicie de La Rodriguera, un sitio atestado de buenas piezas para cazar. Allí, si no aparece el maldito venado, me traigo un buen cochino de monte, ideal para disfrutar con los amigos el próximo sábado.
Caminó a hurtadillas por el escarpado sendero, la respiración se le agitaba de tanto buscar por los distintos parajes. El follaje húmedo lo conduce hasta el Cañón de Buenaventura; un grupo de báquiros lo hace preparar la vieja escopeta y de repente salen corriendo como movidos por un designio indescriptible. Juan percibe el fresco aroma de los almendrones; de sus ramas surgen frutos deliciosos que acompañan su boca sedienta. A lo lejos, un viento que sacude la comarca lo pone alerta; frente a sus ojos en medio de las palmeras de hilacha se encuentra el venado anhelado. Tiene la forma de un animal como no ha visto ninguno. Sus patas son azules como el cielo y la esplendida dentadura de oro macizo deslumbra con sus caramas resplandecientes.
El venado se paró altivo con el reto en la mirada. Juan Cordero, toma su escopeta, apunta con las agallas llenas de sueños. En aquella bala estaban sus esperanzas, deseos y frustraciones recónditas: liquidar la pesadilla, triunfar sobre la leyenda. Hace que su ojo afine bien hasta poder atravesar de plomo el cuero multicolor de su enemigo. La mano resbala lentamente sobre el gatillo. Soltó el disparo y la honda pradera escuchó el rugir avieso de la muerte. Su cabeza dejó rezumar la honda herida por donde circuló su sangre directa al encuentro con las rocas.
Alexander Cambero
Finalista del Concurso Internacional de Cuentos diario Clarín Argentina 2010.
Primer lugar como mejor columnista extranjero para el diario Gráfico El Salvador 2011.
Mejor columnista extranjero diario El Heraldo de Honduras 2011 obteniendo El Heraldo de Plata.
Dejar una contestacion