Por Adolfo Marchena
A través de los poemas que ocupan el libro, Arantza Guinea reivindica su condición como mujer –y la de todas las mujeres-, al tiempo que nos sorprende, abocada a un viaje sin retorno, no siempre amable. El camino se inicia con un haiku donde: Cada mujer / A pesar de su suerte / Vive su mundo. Un mundo donde la suerte cuenta y que, en muchas ocasiones, pertenece sólo a esa mujer que puede callar pero nunca doblegarse. A continuación, el primer paso de la autora plasma su huella en un poema titulado Por los cuatro lados, donde habitan todas las mujeres que son: de agua, de tierra, de aire y de fuego. Elementos que conforman y organizan la energía básica que opera directamente en nosotros. Arantza Guinea parece buscar esa alma de la que Aristóteles afirmaba que es aquello por lo que vivimos, sentimos y pensamos. Lo femenino frente a la falsa creencia de que existe un sexo débil. La autora dicta sentencia y condena a silenciar la auténtica debilidad, la que proviene de muchos hombres –y también mujeres- que se creen todavía costilla cuando son otra cosa: determinación y belleza; inteligencia y futuro, o acaso el resultado de tanta enseñanza baldía.
El libro está estructurado en siete secciones: amor, desamor, machismo, soledad, género, libertad y todas las mujeres. Y aunque el amor forma parte de este engranaje, no es otro que el amor, el motor y el eje que lo vertebra todo. No debemos caer en el error y pensar que se trata de un amor físico o carnal, solamente. Al contrario, es un amor que lo abarca todo, desde el dolor al desengaño, desde la búsqueda a la esperanza y donde no falta la música, ese “sonido de un saxo que no cesa”, como indica el verso, que forma parte del poema Con tu ayuda; una melodía acompañada por un ritmo que tampoco cesa. Arantza Guinea se desviste por completo y participa de este amor; de sus alegrías y sus anhelos; sus laberintos y sus desilusiones o sus fracasos y pérdidas. No obstante, existe un deseo de reconducir lo maltrecho, incluso el golpe físico, ese que jamás debió ejercerse porque la huella que deja es imborrable. Por eso, y de nuevo regreso al haiku que inaugura el libro, cada mujer vive su mundo.
Existe, también, un ejercicio espacio-temporal en la poesía de Arantza Guinea. En uno de los versos del poema Versos sueltos, nos dice: El tiempo muele los recuerdos en el molino del olvido. Y, más adelante, casi al final del libro, el poema Con hilos de hilván, concluye: Sólo el presente nos ancla a la tierra / aunque con hilos de hilván. Es necesario conocer y reconocerse en el pasado, en lo vivido, para comprender mejor el presente. Ese presente que nos ancla a la tierra, uno de los cuatro elementos con los que Arantza Guinea nos recuerda que todo es cíclico. O, tal vez, circular. Existe una clara toma de conciencia con la realidad, con lo que aconteció tiempo atrás. Aquello que dejamos y ahora nos devuelve la memoria. Momento en el que juzgamos e, inevitablemente, nos convoca a la interrogación. A esa pregunta que frecuenta en su eternidad el círculo y no sabe ni puede detenerse. Porque, tal vez, se pudo vivir otra vida o vivir la vida de otra manera. Algo, en cierto modo, inútil, y que comprendemos cuando alcanzamos la madurez o la vejez. En todo caso, admitir que la única redención posible es la nostalgia. Y que el único momento habitable resulta del presente.
Parte de la poesía de Arantza Guinea, como en el poema Historia de lo que no fue, cobija la nostalgia –precisamente- y la decepción. En ocasiones, la autora pretende regresar para cambiar las cosas. Y, no es casualidad, aparece la tierra, como elemento de fuerza y resistencia a los cambios. Tú aferrado a la tierra / con los pies enraizados y el alma en un grito, nos dice en el citado poema Historia de lo que no fue. Arantza Guinea está cargada de naturaleza y sensibilidad. Los cuatro elementos, aunque me repita, contagian sus emociones y sus versos. Pero, y sin adentrarnos en el campo de la física clásica o moderna, Arantza Guinea añade un quinto elemento; el éter, esa quinta esencia que provoca que el vacío tenga sentido. Como el haiku que antecede al poema El bastidor de los poemas y que dice: Jamás olvides / Que tu vida es más digna / Que tus pánicos.
En todas las caras de la luna nos encontramos también con poemas de extrema dureza. Dentro del apartado machismo, los versos son certeros y la certeza de la acusación desnuda las carencias de aquellos hombres que no supieron ni saben amar. Sin que por ello se les despoje del derecho a equivocarse. Todos contamos con ese desequilibrio, desde luego. Las decisiones no siempre están atadas a la lógica. En este sentido, la poesía de Arantza Guinea no soporta el fraude ni la impostura. Existe, por supuesto, el reproche, cargado de dolor y de mucha distancia. En el poema Usar y tirar nos dice: Salpicas su rostro marcando el territorio / y abrazas un cuerpo aterido de frio. La autora también nos habla del maltrato y el efecto devastador que este deja, sus secuelas. En el poema Juguete roto quedan estas cenizas: Ahora, lloras con amargura tu destino de juguete / abandonado en una esquina. Imágenes que nos golpean el pecho y la conciencia, invocando al vértigo. A pesar de todo, la autora recurre a lo onírico, como lugar habitable. Todas las caras de la luna es un libro donde las imágenes se suceden como en un largometraje.
El libro tiene una curiosa particularidad. A cada poema le antecede un haiku, a modo de claraboya de los poemas que conforman el libro, que no son muy extensos, en cuanto a versos se refiere, pero iluminan y guían, como un faro, la deriva de los barcos. Para completar el círculo por el que transitan los elementos, en el poema final, Renacer, se nombra al mar y las olas, en definitiva, el agua, cuya energía acuática nos habla de la sensibilidad, de las emociones y de la conexión con nuestro mundo interno. Se cierra por completo el círculo. Aquí sí, y la niña de la portada del libro (fotografía de RoFeGu), ajena a todo, confecciona con perlas de diversos tamaños la geografía de la luna (todas las caras). El libro concluye con una fotografía de Maryge y un verso final que dice: Nada nos gusta más que despegar las alas. Para continuar en el camino, aceptando nuestras conquistas y derrotas, al amparo de esa suerte que, como la autora, vive su particular mundo.
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