¿Por qué las editoriales apenas publican libros destinados al público infantil y juvenil? La promotora literaria Alejandra Toloza lo analiza en este artículo
La desmedida dedicación de las editoriales por la novela demuestra, sin lugar a dudas, la búsqueda de la rentabilidad más inmediata y las ganas fáciles de complacer a una mayoría de lectores que tocó techo hace mucho tiempo. Podemos entender la rentabilidad, que para eso los editores se juegan su dinero y el que no tienen en lanzamientos masivos de alto riesgo y sin garantías de retorno, pero no creemos que haya para tantos en el diverso pandemónium de la ficción.
Para colmo de desdichas editoriales, los lectores también buscan garantías de éxito y apuestan, cada vez más, por autores muy consolidados, concentrando el mercado en unas cuantas firmas de prestigio, que no siempre de calidad. Escritores que muchas veces ya han apurado el frasco de la esencia y se limitan a retornar, una y otra vez como le gustaba a Nietsche, a los temas que un día les hicieron célebres.
Nadie se arriesga a nuevas aventuras y el mercado se torna conservador, sin apuestas de género (literario) y/o autores que renueven la plantilla de escritores de oficio. Entonces la inspiración se torna concepto y los escritores pasan a ser escribanos, atrincherados tras los contratos que editores temerosos les pusieron por delante.
Los daños colaterales de estas cobardías literarias no se han hecho esperar y los primeros damnificados han sido los niños y los jóvenes: apenas si cuentan ya con algunas editoriales que han debido leer el Manual de resistencia, del ilustre escritor Pedro Sánchez, y se niegan a irse al garete aferrándose a los pocos anaqueles que les han dejado las librerías. Porque, a estas alturas, España y El Vaticano deben ser los países del mundo con menos natalidad y el de los nenes (y nenas) es un mercado que ya no interesa. Además, las maquinitas electrónicas con las que ahora juegan nuestros infantes les dejan poco tiempo para cuentos chinos, aventuras en barcos de vela, mascotas que hablan o nuevos tintines que se la jueguen por la humanidad.
Tampoco los medios se estiran en sus reseñas y comentarios sobre novedades editoriales dedicadas a los más pequeños, que a estas alturas no deben saber cómo se hojea uno de estos artilugios de papel fresado. Sencillamente no interesa.
Los laboratorios farmacéuticos piensan igual y piden ayudas a los gobiernos para investigar fármacos infantiles, sencillamente porque no son viables desde el punto de vista comercial; los viejos son más y compran más pastillas. Es normal que los ministerios correspondientes se dejen caer y apoquinen o de lo contrario nuestros vástagos correrían el riesgo de morir físicamente. De su espíritu no hay institución que se ocupe y ya se aprecia, en muchos de ellos, una lenta agonía cultural que no augura nada bueno. Los perdemos.
Fármacos para viejos y novelas para viejos; un binomio nada recomendable para una vieja Europa cada vez más vieja y con el espíritu el las últimas a la que, de seguir las cosas así, solo le van a leer póstumos responsos. Axterix y El capitán Nemo han muerto y a su entierro no ha ido casi nadie, solo un par de iluminados editores con ganas de arruinarse han caminado tras sus féretros rezando, más por ellos mismos que por los ausentes.
Alejandra Toloza Salech – Promotora literaria
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