No ha mucho que volví al cine para comprobar cómo, efectivamente, el IVA repercutido lo ha sido mucho en las salas comerciales que solicitaban su bajada para atraer a un público quejoso de sus tarifas. No solo no han bajado sino que en muchos casos ha subido; se veía venir. Los subibajas impositivos de este gobierno no han hecho más que golpear al consumidor, también al de cultura; qué se puede esperar de un escritor de pacotilla como Pedro Sánchez, que debe su florilegio literario a los ratos muertos que ha pasado el famoso Falcon al que ya empieza a echar de menos.
La película en cuestión se titula Cambio de reinas y su trama histórica está perfectamente abordada, al punto en que se tornaba tediosa en algunos pasajes, casi tanto como lo fueron las monarquías francesa y española de 1.700. En uno de los diálogos del filme, el borbón español amenaza a la recién llegada novia francesa del aspirante al trono con llevarla a ver un auto de fe, donde el fuego de la Inquisición se llevaría por delante a unas cuantas mujeres acusadas de cosas terribles. La película es muy fiel a la historia y creo que hasta buena, digna de un premio —distinto de los Goya, por favor— de los que se conceden a aquellos trabajos que no arrojan excelentes resultados de taquilla pero que pasan a la historia por su extraordinaria fotografía o la objetividad de su guión.
Y, vuelta la burra al trigo, nuevamente este director francés rebusca entre los tópicos para mostrar al mundo las presuntas miserias históricas de nuestra patria. ¿Cuándo van a leerse los guionistas los legajos sobre juicios inquisitoriales españoles? Apenas hubo brujas incandescentes en nuestra historia. Los que iban por ahí dejando chamuscadas a las mozas descarriadas eran los alemanes y los ingleses, obsesionados con las cosas del demonio, los aquelarres y las escobas voladoras. En España las cosas no fueron así porque tuvimos una de las inquisiciones más benevolentes del mundo y porque, aunque «haberlas hailas», casi no hemos disfrutado del esplendor de aquellas muchachas libertinas de la Edad Media y sucesivas edades, que debieron pasarlo muy bien entre yerbajos alucinógenos, el dale que te dale y el lenocinio en las noches de luna llena y muchas otras.
En el otro lado del océano y de la Historia, los nuevos escritores sudamericanos se empeñan en dar otra vuelta a la noria de las atrocidades hispánicas y sacan a relucir nuestra cruz de San Andrés manchada de sangre indígena. Nada saben de las cifras reales de muertos que hubo en América desde que los españoles pusimos allí la primera pica hasta que nos largamos. Que le pregunten a mi amigo Pablo Victoria, un colombiano sabio que conoce mejor la colonización que cualquiera de nosotros y que deja bien claro en sus valientes conferencias por todo el mundo, cómo México, Argentina o Chile eran países mejor dotados de infraestructuras que la mayoría de los estados europeos de la época colonial.
Ingleses y estadounidenses, ¡estos sí que acabaron con indios en América, mahoríes en Australia y negros en África! ¿Por qué nadie les da un toque literario o filmográfico de vez en cuando? Será porque ellos producen la mayoría de las películas en las que resulta más taquillero dejar a los españoles como bárbaros que contar verdades sobre su historia infame y sanguinaria. No, ellos siempre aparecen como almas benditas entregadas a salvar el mundo y a llevar la democracia hasta el último de sus confines. ¡Y hasta los españoles se lo tragan todo sin rechistar!
La literatura y el cine están llenos de cameos de inquisidores españoles al cabo de un tizón con el que hacer confesar al más pintado (o la más pintada), purpurados esgrimiendo artilugios con los que sacar los demonios de algunos espabilados que no estuvieron finos en sus adoraciones o que se entregaron al fornicio contra natura durante soleadas tardes de aburrimiento. También de conquistadores ansiosos de oro capaces de pasar por la quilla a nobles franceses e ingleses y de esquilmar a tribus enteras con tal de llevarse unos gramos de metal brillante para su pueblo y hacerse un cortijo donde descansar de tanta conquista. No, señores, los españoles encontramos en América patatas, pavos, chocolate, tomates, pimientos, mangos, chirimoyas, maíz, tabaco y muchas más cosas que ahora se comen o se fuman en Europa y el resto del mundo, mucha plata y algo de oro del Perú; hay que leer más, señores guionistas.
Luis Folgado de Torres – Editor
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