Una crítica de la razón feminista tiene que desenmascarar las ilusiones con que la voluntad, el sentimiento, los equívocos y los prejuicios de un feminismo extremo y un machismo hipócrita tratan de engañar a una razón que consciente de la realidad, tiene que ver las posibilidades y los límites de la emancipación de la mujer. Por reacción a un machismo secular, el voluntarismo, el sentimentalismo y el populismo incitan a la confusión y a la revancha propias de un discurso demagógico e interesado que contamina el movimiento feminista y otros movimientos alternativos hasta hacer irreconocibles las huellas de esa herida profunda de la que surgió. El hecho de que la mayoría de los libros sobre feminismo hayan sido escritos por mujeres ha contribuido a que el movimiento feminista apenas haya logrado comprometer al hombre en sus reivindicaciones, y además es signo de que el discurso feminista todavía no ha alcanzado la profundidad de una cuestión enteramente racional. De ello es tan culpable el hombre como la mujer. El hombre porque permanece más o menos impasible ante ese griterío producido por el coro de las lamentaciones feministas como si fuera con él; la mujer, porque no acaba de encarar con solidez la argumentación sobre las condiciones que permitieron su explotación y hacen posible su emancipación.
La última perversión del feminismo radical consiste en su pretensión de modificar el lenguaje de acuerdo a la ideología reaccionaria de género. Pero sostener que el lenguaje está modelado de acuerdo a un machismo patriarcal resulta bastante aberrante. Los tres géneros del lenguaje, masculino y neutro obedecen a razones puramente lingüísticas y muchas palabras que son masculinas en una lengua, en otras resultan ser femeninas. Por eso, carece del más mínimo interés a la hora de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres que el masculino plural, por ejemplo, incluya a los dos géneros, tres o los que se quieran, o que se feminizara el plural para incluir al hombre. Se trata de la economía del lenguaje, cuya máxima, parafraseando la conocida como navaja de Occam ¬—non est multiplicanda entia sine necesítate—, es: no hay que emplear más palabras que las necesarias. De modo que no puede ser más ridículo duplicar continuamente los géneros, como vosotros y vosotras, todos y todas, ertc. etc.; tontería que el feminismo radical se empeña en poner de moda. No hay tantos sexos y géneros como quieren los promotores de la LGTBI. Solo hay tres sexos masculino, femenino y hermafrodita. En cuanto a géneros puede uno inventarse todos los que quiera, mientras no diga en qué consiste el género. Cambiar de sexo es una simulación, no algo real aunque se cambien algunos rasgos del sexo. Las palabras no cambian las cosas de acuerdo a un nominalismo extraño, sino que las refleja. Es famosa la anécdota en la que Galileo responde a un jesuita que negaba la observación de aquél sobre las manchas solares, aduciendo que éstas eran incompatibles con la esencia luminosa del sol. Respuesta de Galileo: Como si las cosas fueran en gracia a los nombres y no al revés. Ahora parece que la RAE no va a hacer ningún caso a la vicepresidente del Gobierno en su pretensión de que aquella modifique la Constitución según lo políticamente correcto de la ideología de género.
Gabriel Albendea, catedrático y escritor
Su última novela es El misterio del señor X. Áltera 2018.
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