Por Celia Llamas Lozano
María entró con paso decidido en el oscuro callejón, alejándose así del resguardo de la escasa luz que había en la calle. Cuanto más se adentraba en el mismo, más amenazadoras le parecían las sombras que la acechaban. Las indefinidas formas que la rodeaban eran cada vez más agresivas y violentas, aunque solo eran el reflejo de la luz de la farola que había dejado a su espalda. Estaba sobrecogida por el miedo, si bien, sabía que aquellas siluetas malvadas no eran más que el oscuro producto de su imaginación. No podía evitar recordar la ansiedad que le creaban cuando no era más que una niña.
María ya no estaba en ese oscuro callejón, sino tendida en su cama, como una chiquilla de diez años. Su madre apagaba la luz, y entonces como todos las noches, María le pedía en un susurro:
—Mamá —siempre alargaba mucho la a— ¿puedes poner mi luz, porfi? —y entonces su madre como todas las noches, encendía la diminuta luz de mesa que había en el cuarto, sabiendo que regresaría una hora más tarde para apagarla, cuando la pequeña se hubiese dormido.
Pero a veces, María se despertaba inquieta por la noche, ya sin luz, aquellas oscuras sombras se alzaban como inmensos demonios a atacarla, y entonces, cuando ya no soportaba aquel nudo en la garganta y el miedo que oprimía su sensible corazón era insoportable, lloraba. Y esta vez sería su padre el que iría a su cuarto a consolarla y a salvarla de las sombras.
Pero allí no estaba su padre para ayudarla, ni tampoco su madre, si bien es verdad, que hacía ya tiempo que no le atormentaban de aquella manera las sombras. Sin embargo, y aun siendo una miedica de libro, también era cabezota y testaruda como ella sola, y no podía olvidar el lamento que había escuchado desde la calle.
Decidida como estaba, consiguió adentrarse unos pasos más. Los reflejos de los charcos creaban una escena todavía más siniestra, y la humedad que había dejado la tormenta empezaba a parecerle insoportable. Además de aquello, los recuerdos que habían aflorado la hicieron buscar en su bolsillo, su más preciado objeto. Un viejo móvil, muy usado, con múltiples cicatrices en la pantalla, que reflejaban a la vez su resistencia y la torpeza de su dueña. Pulsó el botón de la linterna, si bien es verdad que la luz pálida y mortecina del flash no conseguía calmar el frenético ritmo que se había adueñado de su pecho. Entonces lo volvió a escuchar, un débil gemido, que la armó de coraje para recorrer los metros de callejón que le quedaban.
Estando ya más cerca, pudo apreciar de dónde venía el sonido, vio cómo se movía una bolsa de basura. Y otra vez le atormentaban los demonios de su infancia.
—Tranquila, respira hondo —se decía a sí misma, sin apenas darse cuenta de que había pronunciado las palabras en voz alta.
Vuelve a ver moverse la bolsa, los sonidos lastimeros que escucha le ponen la piel de gallina. Se mueve muy despacio y se atreve a acercar los brazos a la bolsa, sin darse cuenta de que ya sabe lo que va a encontrar en su interior. Deshace el lazo y solo observa un fondo negro. La bolsa está vacía. Escucha nuevamente los llantos, aunque esta vez el sonido viene desde su espalda y de forma mucho más escandalosa. Sin poder soportarlo más, empieza a correr.
Pero ya dijimos que era de naturaleza torpe, así que resbala con el suelo mojado. Las rodillas se han llevado el mayor impacto y ahora presentan dos grandes rasguños ensangrentados, si al menos hubiese llevado unos vaqueros largos. María no puede evitar pensar en el moratón que va a tener en dos días en sus paliduchas piernas. Sin embargo está demasiado asustada y permanece de rodillas mirando al pavimento. ¿Qué ha sido todo eso? La tensión ha acabado superándola. Así que como el resto de veces, llora, cierra los ojos y se tapa los oídos mientras apoya la cabeza sobre el suelo húmedo, hasta que deja de escuchar los gritos que amenazan con dejarla sorda.
La autora refleja una vez más su astucia en la escritura. Consigue dejar en el lector una apabullante sensación de terror e intriga como ella sola puede. Está muy logrado, a mi me ha gustado mucho.
Necesitamos una continuación, Celia Llamas. ¡Gracias por tus cuentos!
Nos has dejado con las ganas de seguir leyendo. Supongo que habrá una segunda parte 😉
Genial, Celia, como siempre.