Por Nidia Jáuregui Moreno
El timbre del teléfono sonó a las 11:44 pm. Lo levanté para contestar y esperé al otro lado de la línea.
—Creí que ya estarías dormida —dijo con la voz tranquila.
Y de inmediato reconocí aquella voz. Era él, después de cinco años me había vuelto a llamar.
—¿Vives ya en el extranjero? —adiviné el país donde se encontraba, pero no quise parecer interesada de nuevo en su vida.
—Sí, llegué hace unos meses a Londres, tal como lo dijiste; la gente es igual de fría que su clima —escuché un suspiro y preguntó— ¿Cómo te han tratado los años?
Aunque por su tono de voz pareció haberme preguntado si había alguien en mi vida.
—Han sido generosos como siempre —respondí y escuché que se servía una bebida.
El agua se había convertido en su acompañante cuando de noche lo invadía la oscuridad.
—Sé que después de todo, sale sobrando decirlo, pero aún con todos estos años encima te sigo extrañando, ¿podrías decirme cómo son tus días?
Hablamos largas horas, cuando mi brazo se cansaba cambiaba de postura y respondía a sus preguntas.
—Me he aferrado a la idea de que si te recuerdo mientras llueve, tal vez tampoco puedas olvidarme. Dime, ¿qué tenían tus besos?, ¿cómo es que todavía tengo el olor de tu pecho?
Sentí calor de repente en todo el cuerpo y se me nubló la vista.
—No lo vas a creer pero tengo todavía en alguna caja aquel conjunto con encajes negros. No he visto ni en pintura nada más sensual. —me reí y él también, aquel conjunto lo usaba en cada aniversario, también era mi favorito.
—Está por amanecer, dime una cosa más; ¿sigues teniendo el cabello largo?
Afuera comenzó a llover.
—Sí, sigue largo —respondí casi como diciendo «aún no te vayas».
La despedida fue breve nos limitamos a presionar el botón y colgar.
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