Por Adolfo Marchena
La denominada Guerra Fría ha dado lugar a numerosas obras en la literatura, algo que también ha ocurrido en el cine. Aunque el escritor inglés George Orwell ya había hecho mención del término guerra fría en un ensayo titulado La bomba atómica y tú, fue Bernard Baruch, un asesor del presidente Eisenhower, quien utilizó dicho término en una conferencia en abril de 1947 ante un grupo de periodistas. La Guerra Fría fue un enfrentamiento político, ideológico, social y cultural que se desarrolló entre los años 1945 y 1989 –año de la caída del muro de Berlín- entre dos bloques de países liderados por los Estados Unidos de América y la URSS. En la novela Operación dulce, Ian McEwan escribe: Sólo el equilibrio de poder puede mantener la paz. Hice lo que tenía que hacer. Vivíamos la Guerra Fría. El mundo se había alineado en dos bandos hostiles. Yo no era el único que pensaba así.
Mientras escribía El cuento de la criada, Margaret Atwood estableció una regla: “No incluiría nada que los seres humanos no hayan hecho en otro lugar o tiempo.” Del mismo modo, George Orwell extrajo muchos elementos de la realidad totalitaria para su novela 1984. Se trata de una novela política de ficción distópica, publicada en 1949. La trama de la novela ocurre en Oceanía, un país dominado por un gobierno totalitario que mantiene en constante vigilancia a sus ciudadanos. Curiosamente, Orwell imaginó una serie de cosas que actualmente se encuentran en casi todas las casas. Tales como: micrófonos que te graban para controlarte; el hablaescribe; la telepantalla; el control del correo; la música enlatada. Con una mayor cercanía a la literatura en la novela de Orwell aparecen también: El Ministerio de la Verdad. El lema de la sociedad descrita en 1984 es: “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”. En consecuencia, el ministerio de propaganda se denomina Ministerio de la Verdad; La neolengua. Entre los métodos que el estado autoritario de 1984 utiliza para someter a los ciudadanos se encuentra el lenguaje; La máquina de escribir novelas. Julia, la protagonista, junto a Winston Smith, trabajan en el Departamento de Ficción manejando una máquina de escribir novelas. El concepto de Gran Hermano se crea y surge a raíz de la publicación de este libro. Dicho término pasó al lenguaje común de la crítica ante las técnicas modernas de vigilancia. George Orwell es autor de otra obra de carácter anti totalitarista, Rebelión en la granja. En ella, entre otros aspectos, hace un llamamiento en favor de la libertad de expresión.
Junto a este escritor, se unen otros autores como Stephen Spender, Mary McCarthy, Grahan Greene o Andrei Sinyavsky, sin obviar otros nombres como John le Carré, Aleksandr Solzhenitsyn, Gioconda Belli, Joan Didion o Arthur Koestler. En Poemas, Stephen Spender hace una defensa del movimiento obrero radical. En otra obra, Viena, rinde homenaje al levantamiento de los socialistas vieneses en 1934 y Proceso de un juez es un drama antifascista en verso. En su obra poética también destacan: El centro quieto, Ruinas y visiones o Los días generosos. Autor, también, de la autobiografía Un mundo en el mundo, así como de numerosos ensayos. Mary McCarthy retrata a antiguos compañeros en la novela El oasis donde narra la historia de un grupo de aspirantes a utópicos que, en víspera de la Guerra Fría y el miedo a la bomba atómica, se reúnen para establecer una comuna cooperativa. En otra novela, El grupo, Mary McCarthy narra las andanzas de varias jóvenes en los años 30. Esta novela fue tan polémica que tuvo que enfrentarse a la censura y estuvo prohibida durante dos años en Australia. La disputa de Mary McCarthy con la escritora Lilliam Hellman, por diferencias ideológicas, sirvió de base a Nora Ephron para escribir la obra Amigos imaginarios.
Tal fue la psicosis en la Guerra Fría que, durante el periodo de 1950 a 1956, se creó el Comité de Actividades Antiamericanas, al mando del polémico senador Joseph McCarthy. Se llegaron a crear listas negras, engrosadas por escritores y guionistas, que perdían, con ello, su derecho a publicar en cualquier medio de comunicación. En dichas listas fue incluido el escritor, periodista y guionista Alvah Cecil Bessie, que llegó a sufrir prisión. El también escritor Beltolt Brecht, tras declararse inocente, escapó a Europa. A este periodo de tiempo se le denominó, también, como macarthismo o caza de brujas. Hecho que llevó al novelista Arthur Miller a escribir la obra Las brujas de Salem en 1953. Diez escritores, directores y productores se negaron a testificar ante el Comité de Actividades Antiamericanas y fueron citados por desacato al Congreso. La prensa les apodó como “los diez de Hollywood”. La lista la componen el director Edward Dmytryk y nueve guionistas; el citado Alvah Cecil Bessie o Dalton Trumbo, entre otros. Dalton Trumbo también fue encarcelado durante 11 meses por negarse a dar nombres de compañeros con supuestas afinidades comunistas. Autor de numerosos guiones (Papillon, Espartaco o Exodo), escribió la novela Johnny cogió su fusil.
En la URSS, nada cambiaba al respecto. Los escritores Andréi Siniavski y Yuli Daniel fueron acusados de publicar material antisoviético en editoriales extranjeras. Ambos cumplieron condena en los campos de trabajo de Dubravlag. Andréi Siniavski fue liberado en 1971 y en 1973 pudo abandonar la URSS a cambio de renunciar a su nacionalidad. Se instaló en París donde enseñó literatura rusa en la Sorbona y fundó la revista literaria Síntaksis. Su obra Una voz desde el coro, escrita en prisión, ganó el premio a la mejor novela extranjera en 1974. En sus inicios fue un protegido del escritor Borís Pasternak, autor de la novela Doctor Zhivago. Siniavsky, junto a Larissa Volojonsky y su marido Richard Pevear traducirían varias obras de autores como León Tolstoi, Fiódor Dostoyevski, Nikolai Gógol o Antón Chéjov. Buenas noches, de carácter autobiográfico, fue publicada en 1984 y tal vez sea su novela más reconocida.
El libro Cold Warriors, con el subtítulo Escritores que libraron la guerra fría literaria, de Duncan White, narra vívidamente cómo se libró esta feroz lucha intelectual a ambos lados del Telón de Acero. Fueron tiempos en los que la palabra podía condenarte al exilio, al encarcelamiento o la ejecución. Ser acusado, por ejemplo, de agitación y propaganda. Sin embargo, como dijo Andréi Siniavsky: Hay que creer, no por la fuerza de la tradición, ni por miedo a la muerte, ni por si acaso…”
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