Yo no sabía que Christian Gálvez sabía tanto de Leonardo da Vinci. Me entero ahora porque el afable presentador de Pasapalabra es uno de los comisarios de Leonardo da Vinci, los rostros del genio, una muestra sobre el polímata italiano. No quiero ser quisquilloso, pero una exposición con ese nombre no me anima precisamente a darme un garbeo por la Biblioteca Nacional ni por el Palacio de las Alhajas, sedes de este tinglado. No sé mucho de Leonardo da Vinci, pero ya sabía yo que era un genio. Me lo comentó alguien apenas aprendí a leer. A mí me parece que a los genios se los devalúa cuando se los llama genios a todas horas. La palabra genio está tan manoseada y tan gratuitamente escupida que ya no nos ayuda a evocar la verdadera genialidad. Pero así son las cosas. Para tener un trabajito en eso que se denomina gestión cultural hay que ser un paje de los tópicos.
Yo tampoco sabía que Christian Gálvez había publicado una suerte de ensayo titulado Leonardo da Vinci, cara a cara (Aguilar). Pero no he tenido más remedio que enterarme de eso y de otros asuntos relacionados con el Gálvez supuestamente más intelectual y sesudo porque los historiadores del arte han acusado de intrusismo profesional a la estrella televisiva. Y lo han hecho a través de un comunicado emitido por el Comité Español de Historia del Arte (CEHA). Cuando un colectivo lanza un comunicado, significa que alguien se ha cabreado de verdad y que aspira a que el mayor número de gente se entere. El CEHA considera que Gálvez no es ningún especialista en Da Vinci, denuncia que el presentador se ha servido de su popularidad para quedarse con la presa de una suculenta exposición y lamenta que la Biblioteca Nacional haya escogido a tan “malos compañeros de viaje”. Una forma diplomática de decir a esa institución que se han pasado siete pueblos.
Gálvez se defiende. Y no se le da nada mal. Hacer tanta tele te proporciona soltura y audacia para replicar a tus detractores sin perder la confianza en el propio ego. Explica Gálvez que ha dedicado muchas horas de su vida a estudiar la obra y la vida de Leonardo. Puede ser verdad, pero muchas personas en el mundo han hecho lo mismo que él y no montan una exposición con tanto ringorrango. Las muy ingenuas deberían haberse preocupado de meter la cabeza en un plató de televisión en vez de haber estudiado una carrera universitaria o de haber redactado una tesis doctoral. ¿A quién se le ocurre perder el tiempo en una facultad estudiando las obras de gente muerta? Hay que ser bobo, coño. Por otro lado, a Gálvez le defienden o le justifican bastantes comunicadores. ¿Qué van decir unos medios controlados por los grandes grupos editoriales, empresas consagradas a hacer pasar por original e imperecedera literatura las ocurrencias sentimentales de cualquier tertuliano con gancho? Además, las redacciones de los medios están repletas de personas que aspiran a dar un pelotazo similar al de Gálvez. Y hay que entenderlo. Si ejerces el periodismo pero no eres una estrella, no es descabellado que tengas que pagar por trabajar.
Dice Gálvez que Da Vinci no es patrimonio de nadie y que lo único que él pretende es dar a conocer al mundo entero la figura del portentoso florentino. Emociona el risueño adanismo de este caballero, a quien hay que reconocerle que sabe entretener a las audiencias deseosas de ampliar su léxico. Ha tenido que llegar él, uno de los hombres que más rápido habla de la tele, para que el mundo sepa quién demonios es ese extravagante desconocido apellidado Da Vinci. Menos mal que existe Gálvez. Leonardo, sal de la tumba y dale las gracias. El CEHA, claro está, no piensa del mismo modo ni considera que la figura del señor Gálvez sea indispensable para ilustrar a la raza humana acerca de los rostros del genio. Gálvez no se ha amilanado y ha dicho que cuenta con el respaldo de Elisa Ruiz, la otra comisaria de la muestra. Pero Ruiz, que es catedrática de Paleografía, ha desmentido ese respaldo y ha añadido que no quiere saber nada del presentador de Pasapalabra. Pobre Christian. Hay que ser un poco aguafiestas para renegar de un tipo tan cordial como él.
No obstante, tampoco hay que precipitarse ni colgarle tan prematuramente el cartel de víctima. Christian tiene legiones de admiradores, algunos de los cuales están desprestigiando en las redes sociales a quienes osan comentar que un historiador del arte es alguien que también sabe cosas de Da Vinci aunque no salga en la tele haciéndose el enrollado. Es tal el resentimiento y los complejos de clase que hierven en la España actual, que algunos ya no soportan que haya catedráticos o doctores. Cierto que la universidad española se ha disparado varias veces en el pie por haber fomentado en su seno una endogamia que ha promovido la mediocridad, la chapuza y la impostación. He ahí el nítido ejemplo de Sánchez Castejón. Ahora bien, considerar a todo docente universitario un mediocre y un impostor es una prueba de estulticia proverbial. Como lo es sostener que los historiadores del arte no tienen derecho a pronunciarse sobre los conocimientos estéticos de un presentador que no se conforma con su fama televisiva y que quiere ser algo más. Por suerte o por desgracia, a Gálvez le gusta estar presente en muchas movidas. No lo puede evitar.
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