Por Carlos Decker-Molina
Me presto la expresión del libro El cansancio de occidente, que fue publicado en 1992. Entonces ya se decía que «occidente carece de todo aliento» para no hablar de la pérdida de su grandeza. Imagínense hoy, han pasado 28 años y el poco aliento se ha esfumado en los intersticios de una pandemia que quita la respiración y luego mata.
Es un diálogo entre dos pensadores españoles Rafael Argullol, autor del ensayo: La atracción del abismo y Eugenio Trías ensayista premiado por su libro Los límites del mundo. Reflexionan sobre la hybris de occidente, ese exceso de jactancia que corroía y enceguecía; en ese momento el futuro de occidente no parecía muy halagüeño.
Argullol y Trías criticaban la jactancia y la ceguera de occidente en relación con los horrores del mundo circundante y, sugerían por lo menos una «corrección» o «un balance», aunque lo hacían desde el pesimismo.
Pienso que la corrección y el balance a los que aludían los ensayistas no se logró nunca, más bien este año se ha descubierto no solo el cansancio sino la fatiga de un occidente disperso sin dirección dando manotazos nacionalistas y con un modelo mercadista que la pandemia lo desnudó mostrando su ineficacia.
Sirva de introducción necesaria, porque mi intensión, es referirme al bárbaro civilizado, del que comentan ambos escritores.
En 28 años no ha desparecido, al contrario, gobierna y dirige países grande y chicos e incluso alguna potencia. Y, los bárbaros civilizados de menor talla elucubran en la red, conspiran y citan mal a los profetas de moda.
¿Quién es el bárbaro civilizado?
Trías aclara que no se refiere al bárbaro en el sentido etimológico, sino «aquel que desconoce el marco cultural (ético, expresivo) de sus actos y de sus decisiones».
Se trata de un ser radicalmente irresponsable porque está acoplado a un dispositivo técnico (su celular o su computadora) que le permite acumular «información», pero, es un ser sin experiencias.
Walter Benjamín decía que toda experiencia radica en una apertura hacia lo verdaderamente ajeno. La alteridad es fundamental porque es cambiar la propia perspectiva por la del «otro».
La otredad estuvo ausente del experimento neoliberal igualador a través del consumo y de los valores simbólicos del exitoso. Pero, estuvo también ausente de los experimentos igualadores de carácter étnico, que pretendía sociedades donde la igualdad tenía que ser sanguínea o «imitativa», la presencia del Otro era catalogada de enemiga.
El bárbaro civilizado posee un arsenal de respuestas preparadas de antemano, una idealización de su mundo con una percepción satánica y proporcional a su grado de ignorancia. Para Trías es un «personaje latente o virtualmente racista, xenófobo y de fuertes tendencias endógenas o endogámicas».
El personaje tiene una fijación obsesiva de una supuesta identidad. Por su miedo «al otro» se atrinchera en su seguridad que bien puede ser alguna de las tantas biblias o textos sagrados al alcance de los que confunden creencia con sabiduría. O cita a los nuevos profetas (que pululan en la red) y para colmo los lee mal.
Carece de capacidad de confrontación, no es curioso (en el sentido experimental) y no sabe dialogar es un perfecto monologuista. Tiene una absoluta falta de asombro, porque cree que lo sabe todo.
Vuelvo al texto de Trías: «… es el sujeto de una sociedad tecnificada y masificada y se define a través de las siguientes características: 1- Es capaz de acumular muchas vivencias, pero carece de experiencia; 2- Es capaz de acumular muchas redes complejas de “información”, pero carece de formación, de Bildung; 3- Sólo reconoce la alteridad en la medida en que define su propia forma de ser y de sentir; es incapaz de un genuino encuentro con el otro».
Ese bárbaro civilizado exige que le diseñen el mundo de mañana (el del día después de la pandemia, por ejemplo) para sentirse seguro, para saber a priori que lo que va a cambiar es el escenario y no él como personaje.
Puedo sostener con cierta timidez que el capitalismo se podrá reinventar (robótica, inteligencia artificial, sustitutos energéticos, etc.)
La política intentará modificaciones sobre todo en los lugares donde visiblemente falló.
El gran reto, ya estuvo en el tapete antes de la pandemia, es la contradicción entre nacionalismo y globalización. Ambas tesituras modificarán sus tácticas, pero no su estrategia.
Probablemente la moral hará arreglitos aquí y allá. Así como el SIDA originó la generación del preservativo, la pandemia puede que de un nuevo impulso al sexo-virtual que ya existe.
El bárbaro ilustrado permanecerá campante con su ignorancia a cuestas opinando sobre filosofía, sociología y, después de la pandemia, nos recordará de sus “acertadas” opiniones para controlar el COVID-19, entonces se sentirá como cualquier sabio y volverá a opinar sobre medicina preventiva, inmunológica o infectocontagiosa.
Esos bárbaros ilustrados pueden ser elegidos presidentes y en algunos casos hasta pueden ser reelectos.
Los otros los «no elegibles», los que pululan en los medios sociales estarán tejiendo una y muchas teorías conspirativas, «imbéciles que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la colectividad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar y sentenciar que un premio Nobel»
Perdonen mi sinceridad, ¡no los soporto!
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