Como decía el contemporáneo, «los tiempos cambian que es una barbaridad». No hace falta ser ningún augur para darse cuenta de que la cibernética manda y los tiempos van cambiando a su son. Esto es posible que nos disguste a muchos pero, como en el caso de las hispánicas lentejas, «si quieres las tomas y si no las dejas»; no va más, señores.
Mientras los sufridos libreros se las ven y se las desean para llegar a fin de mes —a fin de curso aquellos que venden libros de texto—, empresas por todos conocidas se llenan la buchaca del oro que los lectores fieles se siguen dejando en libros de toda índole.
El ínclito Darwin nunca dijo que «sobrevive el más fuerte», como se suele leer por estos contornos, sino que «es el que mejor se adapta quien sobrevive». Esto precisamente es lo que están haciendo muchos libreros de este solar asolado por pandemias y crisis que se van sucediendo, dejando a su paso mucha librería zombi cuando no cadáver. Lo bendecimos y lo glorificamos, como no: esta adaptación al proceloso mundo de internet ya representa buena parte de la soldada con que los aguerridos libreros se ganan el salario de horas pacientes ante los estantes repletos de libros.
Por un puñado de euros —lo que cuesta una buena tienda de libros on line— una librería puede dar el salto con red al ciberespacio, sin arriesgar casi nada y sin tener que dedicar más espacio y recursos a los infinitos libros que pondrá a merced de aquellos adelantados que ya lo adquieren todo a través del ciberespacio. No es mala opción y solo basta con formarse un poco en estos avatares.
Escucho a menudo a muchos colegas del sector que estallan contra la modernidad: «contra la que se nos viene encima», dicen. Profesionales de toda la vida maldiciendo las nuevas tecnologías como se maldice a una pandemia. Todos ellos me recuerdan a los pescadores ingleses que quemaron los primeros barcos de vapor, pensando que así se olvidarían los gobiernos de nuevas formas de propulsión distintas de la vela. Pero «nada puede con el destino», que dijo el mismísimo don Álvaro en la pluma del duque de Rivas.
Porque en estas cosas no debe haber ni partidarios ni detractores; debemos huir de cualquier polémica que diluya la realidad, que nos disperse como lo hacen los asuntos políticos patrios. Este es el medio y en nosotros, libreros y editores, está el saber o no adaptarnos. Si lo hacemos como Dios manda el libro en español sobrevivirá y los libreros con él. Es verdad que algunos templos del libro se acabarán perdiendo por el camino —¡con lo que me gustan a mí las librerías de siempre!—, pero eso es otra historia y la abordaremos en otro artículo.
Quede claro, antes de que me vilipendien en las redes sociales, que no es este un artículo a favor de la venta de libros online; ni siquiera de tanta modernidad (ya no tiene uno edad para alabar estas cosas). Más bien se trata de una reflexión sobre lo absurdo de oponerse a los designios del Dios destino, que ni nos quiere ni nos odia pero es siempre omnipotente e inescrutable.
Luis Folgado de Torres es editor.