A menudo, en la Universidad, las escuelas literarias y los grupos de lectura de nuestro país los participantes preguntan: ¿Cuáles son los mejores escritores para aprender a escribir? De esta manera, el inquieto autor novel trata de extraer lo mejor de autores reconocidos para luego poderse expresar de mejor manera en sus relatos, conferir la estructura adecuada a su narración, estudiar su forma de describir o retratar psicológicamente a sus personajes.
Es muy posible que se trate de una de las preguntas más difíciles a las que haya tenido que enfrentarse profesor alguno y la respuesta puede ser replicada de inmediato por otros, seguramente más al quite de tendencias y vanguardias.
En esta ocasión, como en tantas otras, nos vamos a lanzar al ruedo de las cuestiones siempre irresolutas, de los «asuntos bizantinos» —que dirían los cultos— y vamos a tratar de dar nuestra versión más comprometida.
Desde nuestro humilde punto de vista, Paul Auster puede que sea uno de los autores más pedagógicos. Con solo leer una de sus obras, el aprendiz de escritor percibe el aliento suyo en cada palabra. En la sucesión de acontecimientos, muchas veces anodinos, el lector se encuentra a gusto, aprendiendo, si tiene la suficiente humildad, cómo se describe una casa, un jardín o una bicicleta. Auster es el escritor del azar, del destino explicado siempre, cuando no justificado, pero por encima de todo es el autor que más partido sabe sacar a escenas aparentemente desnudas de contenido, como pueden ser una cena familiar en día corriente o la salida del trabajo en una fábrica del Sur de Estados Unidos.
Uno de los autores que, a su vez, inspiró al propio Paul Auster fue Franz Kafka. Porque Kafka rompe con todo y le dice al escritor en ciernes: «—Vamos, sáltate las normas y da rienda suelta a tu imaginación». También Kafka influyó notablemente en Gabriel García Márquez, quien tras leer La metamorfosis se concede permiso para escribir «como me de la gana», creando el realismo mágico del que fuera luego su máximo exponente.
No es sencillo escribir con la sencillez de Paul Auster, por eso puede sernos de mucha ayuda, antes, siquiera, de sentarnos ante el ordenador —que nada ordena— a escribir nuestra siguiente obra.
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