ÁNGELA SERNA, UNA VOZ EN LA CIUDAD

Me reúno con Ángela Serna en la Avenida, en un café al que acude todas las mañanas siempre a la misma hora con sus libros y sus cuadernos, donde dedica el desayuno a escribir o leer. Es su momento de esparcimiento, parte de su espacio, su campana de cristal, y me lo concede para hablar, para conocerla un poco más.

Respecto a su vida y sus comienzos literarios nos dice que: «Pasé mi infancia en un pueblo de Salamanca, ciudad donde nací. Siendo adolescente llegué al País Vasco, a Vitoria-Gasteiz, donde resido desde entonces. Desde que recuerdo, me veo unida a la literatura, ya sea porque desde muy temprano “construía” mis propias “revistas” (escribía, emborronaba, coloreaba y reunía todo a modo de cuaderno…), ya sea porque ver leer a mi padre provocaba en mí el deseo de hacerlo. Muy pronto empecé a escribir poemas, o eso creía yo, sobre los afectos y desafectos de adolescente, sobre el hambre en el mundo, las injusticias… Fue más tarde, no mucho más, cuando tuvo lugar mi acercamiento a la lectura a través del estudio y, cómo no, a la escritura. Mis primeras lecturas no fueron en realidad lecturas, sino la escucha de poemas».

Le hablo sobre Rilke, maestro de Elegías y Sonetos, cuando viene a decir que si te desprendes de todo, de absolutamente todo y te sigue quedando la poesía, entonces eres poeta. Al respecto afirma que: «Con los años, cada vez cuesta menos desprenderse de las cosas. Es algo que se vuelve incluso, al menos en mi caso, una necesidad. Tal vez porque es más fácil discernir qué es primordial y qué accesorio, prescindible. A estas alturas, si tuviera que (desprenderme) elegir entre escribir, leer o recitar, renunciaría “sin duda” a la escritura, pues leer es una forma de escribir, y necesito recitar tanto como respirar, necesito llevar la poesía propia y la poesía “apropiada” (de otros poetas) a cuantos lugares me es posible y a todo tipo de público. Hasta el momento no he sido capaz de desprenderme de todo, pero siempre me acompaña la poesía. La poesía es parte de mí, es mi casa, esa habitación en la que busco y me busco a través de las palabras, tal y como digo en Cómo salir del palimpsesto, uno de mis últimos libros publicados. Ángela Serna es una mujer que hace de la poesía (el arte) su forma de vida. Y en ese caminar transita por cielos e infiernos intentando encontrar el equilibrio entre los opuestos que la atraviesan. Es alguien que conserva aún la capacidad de conmoverse ante lo bello y ante lo horrible, que conserva aún algo de aquella niña curiosa que fue un día».

La mañana es agradable. Afuera luce tímido un sol de primavera. Cuando le hablo sobre el retrato de un poeta nos dice: «Si te refieres a mi poemario Cómo salir del palimpsesto (retrato de un poeta), ese retrato es, en primer lugar, el del poeta francés Jean-Michel Maulpoix, a quien va dedicado el libro. Y, a partir de ahí, todos los poetas citados (y no citados), incluida yo misma y cualquier lector que se adentre en sus páginas. Ningún retrato es posible sin la mirada del otro, del mismo modo que la poesía no es sólo cosa del escritor, lo es también, sobre todo, del lector. Sin lectores no habría poesía». No habría poesía, queda grabado en mi mente. Entonces la planteo qué sostiene realmente la poesía. «Creo que mi poemario De eternidad en eternidad sería la respuesta perfecta para tu pregunta. La poesía es algo así como el alambre por el que transita el poeta; la náufraga que da cobijo a quienes, náufragos también, son alumbrados en la frontera del olvido. La poesía sostiene a quien se acerca a ella, ya sea escritor o lector, pues permite aposentarse, estar, vivir en ella. La poesía, aunque no pueda cambiar el mundo, sostiene y ayuda a transformar nuestro pequeño mundo».

En el prólogo de uno de sus libros, De eternidad en eternidad, Andrée Martínez escribe en él que el año 2005 fue un año de inflexión para la escritora. Le pregunto por el motivo y me contesta que: «Más que una ruptura con todo lo escrito hasta entonces, yo hablaría de una nueva vivencia de la poesía, de la escritura. Se trata de un poemario muy especial, pues supuso el regreso a la escritura después de casi tres años sin poder escribir. Y nació por acumulación de estímulos diversos: 2005 fue el año de mi participación en el festival de poesía más hermoso al que he acudido nunca (“Voix de la Méditérranée”, en Lodève, Francia), también fue el año de la organización del “VII Encuentro Internacional de mujeres poetas”, en Vitoria-Gasteiz… Además, se escribió cuando releía a José Ángel Valente. Surgió, sin que estuviera previsto, de un vaciarse para llenarse con otras voces y se convirtió en un canto a la palabra “que se teje y se desteje, que avanza y retrocede en una espera infinita” (Andrée Martínez). Un poemario escrito desde la carencia, la pérdida, el silencio y el olvido, que supuso una inflexión en la manera de relacionarme con la escritura, aunque conservando ecos de poemarios anteriores. Algo así como lo que le sucedió a Blas de Otero, aunque en otro plano, cuando decía aquello de “morir por dentro”, en el sentido de la transformación, de cambio. De eternidad en eternidad (verso de Valente) brotó de un solo aliento, tanto estructural como temático. Algo insólito hasta entonces. Este libro, no podía ser de otro modo, se centra en la palabra y en la relación del poeta con la poesía. Probablemente sea el primero de mis libros que pueda considerarse un poemario. Desde entonces ésta ha sido una constante».

La conversación con Ángela Serna es fluida, voy entrando en su mundo, en su ideario poético. Observo que la música y la pintura también cimentan su poesía, como la música en su libro Máscaras para no enloquecer o la pintura en Cómo salir del palimpsesto. Le pregunto al respecto y me responde que «efectivamente, la pintura, la música, así como otras referencias artísticas, están muy presentes en mi obra. Ya en Solitudine dedico todo un apartado a la pintura, en Máscaras para no enloquecer, una apartado a la música; y Cómo salir del palimpsesto está salpicado de referencias a Hopper, Hammershoi y Debussy…, además del poeta al que va destinado el libro, que también practica la pintura. Ambas disciplinas están muy presentes en mi vida, por lo que no es de extrañar que también lo estén en mi obra. Y sí, creo que todas las artes están conectadas y vienen a subrayar lo que es en sí misma la escritura: dibujo y música, trazo y melodía, espacio y tiempo. El arte (cada manifestación artística) es, ya lo decía Rilke, “una manera de vivir”». La escritora no se conforma solo con escribir. Apoya a otros escritores, recita, dirigió la revista Texturas, es un referente de la ciudad. Cuando le hablo de la respuesta del público, sonríe y me mira, diciendo: «Todo esto forma parte de una manera personal de entender la vida. Amo profundamente la poesía: leerla, escribirla, recitarla… y trasladarla a los demás en forma de revista, de charla en Colegios, organizando ciclos de lecturas, encuentros, etc., pues creo firmemente en el poder de la poesía (del arte en general) en esta sociedad enferma en la que vivimos. Por otro lado, he recibido tanto de los poetas que he leído y de algunos que he ido encontrando en el camino que siento casi el deber de devolver parte de lo que he recibido, por eso me resulta natural apoyar a otros autores, sobre todo a quienes, aún jóvenes, han emprendido la búsqueda de una voz propia. Por su parte, la revista Texturas (nuevas dimensiones del texto y de la imagen) fue un proyecto que surgió a finales de los 80 y perduró hasta 2005. Fue algo necesario entonces: con un Monográfico alfabético central dedicado a autores innovadores y unas páginas también a la poesía experimental, necesitada entonces de espacios de expresión, y también a la poesía, al relato, al teatro, al ensayo, la pintura, el dibujo, etc. Fue una experiencia muy gratificante de la que aprendí mucho sobre literatura y también sobre la especie humana. Fue una gran escuela. Como lo han sido otras actividades: “Vis a vis poético”, “A la sombra de un baobad”, “Sírvase usted mismo”, “Rincón del verso”, “Pote verso” o “Cita con la poesía” que aún perdura. Por otro lado, por responder a la segunda parte de tu pregunta, sobre el público podría decirte que me ha sorprendido casi siempre gratamente. Ahora bien, cuando digo el público, me estoy refiriendo a esa “inmensa minoría” de la que habla Juan Ramón Jiménez. Los poetas (los artistas), (¡no todos!), son otra cosa.” He podido acudir a muchas actividades programadas por la autora en Cita con la poesía. Gracias a ello he conocido a poetas como Amalia Bautista o Juan Cobos Wilkins. La he visto representar, meterse en la piel de Emily Dickinson, dándole vida en la Casa de la Cultura. De alguna manera me viene el poema de Blas de Otero “A la inmensa mayoría” y le invito a que rompa todos sus versos, como una metáfora. Al respecto añade que “A la inmensa mayoría” es un hermoso poema perteneciente a Pido la paz y la palabra en el que Blas de Otero habla, más o menos, de un “hombre que amó, vivió, murió por dentro y un buen día, bajó a la calle, comprendió y rompió todos sus versos.” En realidad, Blas habla del final de un ciclo vital que le lleva a pasar del ensimismamiento a la acción, de ahí “morir por dentro”, de ahí “romper sus versos”. Este poema nos habla de un giro en su manera de ver el mundo y en su manera de escribir. Si me preguntas, dejando la metáfora aparte, qué pienso sobre “romper literalmente los versos”, sobre destruir la propia obra, podría decir que es algo muy saludable y recomendable a veces. De todos modos, cuando escribimos, siempre se produce (en mi caso al menos) un proceso de ruptura: borrar, tachar, desplazar, romper son verbos necesarios. De hecho, a menudo, todo poema es roto, destruido hasta llegar a ser publicado, incluso después de su publicación. Con cada poema, con cada libro morimos y renacemos. La escritura es un viaje sin retorno y cada tramo contempla e impone su propio fuego destructor al tiempo que purificador».

Coincido con su proceso creativo, y me seduce que defina la escritura como un viaje sin retorno. En ese proceso creativo y ante el posible final de un poema, en el sentido de que este acaba, ahondo en su proceso de escritura y nos dice que: «Nunca tengo la sensación de que un poema esté terminado. Nunca está terminado. Pero sé cuándo debo decir basta (aunque esto pueda parecer, y ser, una paradoja). Suelo invertir (salvo excepciones, que las hay) mucho tiempo en la corrección: cambiar una palabra por otra, desplazarla, prescindir o mantener un signo de puntuación, decidir qué adjetivo, buscar aquella palabra que se resiste, encontrar la melodía, el ritmo más adecuado…, son cuestiones que me preocupan y que ocupan mucho tiempo, a veces más tiempo que el empleado en verter los versos en el papel. El gesto de escribir no es la escritura.” Me quedo pensativo ante la última frase. El bar, a medida que transcurre el tiempo, se va llenando de clientes. Pero Ángela se sienta siempre en la misma mesa, al fondo, y consigue abstraerse de todo. Saco a colación una opinión del poeta peruano Mario Montalbetti, cuando dice que el poema no necesita ponerse al día, que siempre será una crítica del lenguaje. “Tal vez sea el lector del poema (o el propio poeta) quien necesite ponerse al día, es decir estar a la escucha del latido y la respiración del poema, entrar en él, instalarse, darse tiempo, abandonarse… Cierto, el poema es, entre otras cosas, una crítica del lenguaje, sobre todo de las carencias del lenguaje.” Volviendo al ciclo de Cita con la poesía, donde este año, si los factores lo permiten, dará vida a Anne Sexton, le pregunto cómo llega hasta ellas, qué huella le dejan. “Uno de los placeres que procura la poesía, en este caso la organización de una actividad como “Cita con la poesía”, es la posibilidad de acercarse a grandes poetas, vivos y muertos, que han sido referente y que han dejado su huella en la lectora que soy. Esto me ha llevado a entrar en contacto con, por ejemplo, Angela Figuera, Concha Méndez, Chary Gumeta, Emily Dickinson y en breve con Anne Sexton. Ponerse en la piel de todas ellas después de un proceso largo de lecturas, de acercamiento a sus vidas y a sus obras permite entenderlas mejor y absorber la esencia de sus mensajes, comprender lo que fueron y escribieron, pero también descubrir y asumir, gracias a ellas, los mundos e inframundos que nos habitan.” Todas esas poetas interpretadas, vividas, estudiadas por Ángela para dotarlas de nuevo de vida. Uno espera el acontecimiento, para verla, para descubrir el escenario, para aprender. A mí, particularmente, me puede en ocasiones la nostalgia, cuando recuerdo la vieja máquina de escribir. Se lo hago saber, así como una incógnita o un querer saber a dónde va la poesía en estos tiempos de individualismo y tecnología. “Creo que la poesía va donde siempre ha ido, al encuentro de quien pueda necesitarla. Sobre todo, por qué no, a esa “inmensa minoría” a la que aludía Juan Ramón Jiménez: “Siempre que yo he dicho ‘minoría’ he pensado particularmente en el pueblo. Mi minoría es ‘inmensa minoría’, no se olvide.” Vivimos en una sociedad y en un tiempo en el que la comunicación pasa en gran medida por las nuevas tecnologías: internet, foros literarios cibernéticos, blogs, revistas virtuales, Facebook, etc. Si por un lado esto ayuda a una más rápida difusión de las obras, por otro lado no siempre redunda en lectores reales de las mismas, ni siquiera en el caso de los llamados “poetas urbanos”. ¿Y la poesía de la propia Ángela Serna?, le pregunto directamente, cuando el café ya se ha enfriado. “Mi poesía, que ha ido pasando de la necesidad de decir todo a la necesidad de silenciar casi todo, sigue buscando una voz propia como la que cantaba Claudio Rodríguez cuando decía: “como si nunca hubiera sido mía, dad al aire mi voz y que en el aire sea de todos y la sepan todos, igual que una mañana o una tarde.” Hasta que eso llegue, si es que llega, me gustaría creer que, como dijo un día la poeta Dionisia García hablando de uno de mis poemarios (Luego será mañana – en otra habitación), mi poesía es “depositaria de Verdad y de Belleza como todo aquello que nace de la necesidad.” En cualquier caso, por volver a tu pregunta, mi poesía va al encuentro de ese lector o lectora que la necesite y quiera permanecer un tiempo en ella.” También cómo es la sed del poeta: “La sed de cualquier persona que esté inmersa en una disciplina creativa es insaciable. Constantemente se está en alerta y todo, absolutamente todo, puede ser el chispazo necesario para un poema… Esa necesidad de conocimiento, de descubrimiento, y esa capacidad de observación, de escucha, de asombro han de ser la marca de quienes se dedican a la creación, sea cual sea la disciplina.” En alguna ocasión le he escuchado decir que los  poetas somos o son la herencia de muchos escritores y que a ellos se lo debe todo. “Matizo. La primera parte de Máscaras para no enloquecer lleva por título “Somos aquello que leemos”; uno de mis últimos poemarios habla del palimpsesto que somos, idea que se repite con cierta frecuencia en otros libros. La lectura de tantos y tantas poetas a lo largo de una vida, ya dilatada vida, me permite afirmar que mi escritura se ha nutrido y se nutre de toda la poesía leída y en ese sentido sí soy heredera de cuantos poemas han sido escritos por otros poetas. Piensa que incluso antes de saber leer, al menos de saber leer poesía, ya escuchaba poemas de Bécquer, Machado, Espronceda, Calderón, Quevedo, Lorca, Hernández, etc. Quién no recuerda aquello de “volverán las oscuras golondrinas…”, o “¿qué es poesía…?”, o “una tarde parda fría de invierno…”, y ese “¿qué es la vida Una ilusión…”, o ese “poderoso caballero es don dinero…” o el “verde que te quiero verde”, etc. Y más tarde, las lecturas de autores clásicos y contemporáneos a los que vuelvo una y otra vez: Valente, Juan Ramón Jiménez, León Felipe, Ada Salas, Juan Cobos Wilkins… y un interminable etc. ¿Cómo no voy a ser en buena parte la heredera de tanta poesía? Creo estar en deuda con todos y cada uno de los poetas, hombres y mujeres, que me han acompañado y me acompañan siempre.” Nació en Salamanca pero vino a Vitoria-Gasteiz a comienzos de los 70. Estudió en Valladolid, doctorándose con una Tesis sobre la obra del autor Gustave Flaubert. En Vitoria fue profesora de la Universidad del País Vasco. Pienso en el tránsito de las horas, en el tiempo y con cierto respeto le pregunto cómo lleva ese paso del tiempo y cómo influye en su poesía. “Por el momento, lo llevo bien. La mejor respuesta a esta pregunta serían mis poemarios PASOS. —El sueño de la piedra y La desmesura del círculo. Ambos se centran en una reflexión sobre el tiempo, desde el círculo, el vacío, la espiral… ¿Cómo influye el paso del tiempo en mi poesía? Hace que vaya despojándose más, adoptando formas distintas en función de cada propuesta, de cada libro: a veces más prosaica, a veces más vertical para, con las palabras justas, plasmar aquello que sucede “entre un ahora y un tal vez nunca”. A uno de sus últimos libros, Cómo salir del palimpsesto, le ha seguido, en un espacio de tiempo muy breve, No todo es haiku (entre el haiku y el senryû, candilejas). Me interesa saber si existe algún motivo. “No hay ningún motivo especial, salvo que ambos libros han encontrado un editor dispuesto a publicarlos, y esta circunstancia ha coincido en el tiempo. Ambos han tenido un proceso lento de escritura. El primero ha ido escribiéndose durante diez años (entre 2009 y 2019) y el segundo entre 2005 y 2018. Cómo salir del palimpsesto ofrece varios itinerarios de lectura: la prosa y el verso, también la imagen y los códigos QR (que permiten reunir varias disciplinas en el libro, aunque sea virtualmente). Por su parte, No todo es haiku reúne más de 100 haikus (o casi haikus), escritos en su mayor parte en 2005, y ofrece una estructura en 5 partes, que data de 2018 y que incorpora haikus de otros haijines y versos de Emily Dickinson para dar entrada a cada apartado. Ambos libros son, por tanto, hijos del tiempo y se han ido construyendo y deconstruyendo a lo largo de las distintas fases de escritura hasta llegar a ser lo que son.” Me intriga saber qué guarda en el trastero Ángela Serna. “Seguiré organizando la “Cita con la poesía” y dando recitales en colaboración con músicos, cantautores, rapsodas, etc., ya sea en Bibliotecas, Centros de enseñanza, la calle, las iglesias, librerías y cualquier lugar en el que se quiera escuchar poesía. Por otro lado, tengo pendiente la publicación de dos libros titulados Palabras sin boca y Como un tiovivo de pintados caballos (títulos que debo a Dickinson y a Valente respectivamente, que hablan sobre el paso del tiempo, más concretamente sobre el dolor de ver envejecer a los seres queridos. El primero aparecerá en primavera en Priego de Córdoba, en la colección “Manantial” que dirige el poeta Manuel Molina, y el segundo está a la espera de encontrar editor. En definitiva, lo que guardo en el trastero es lo mismo de siempre: los desayunos en el Calipso, la Poesía (lecturas, proyectos, ensayos, recitales, con suerte atrapar un verso o una idea en la libreta…) y pasar un ratito cada día con las personas que amo.” Voy finalizando, pensando que ya le he robado bastante el tiempo, la mañana. Le pido que recomiende algún poema que le guste especialmente. “Son más de uno los poemas que me gustan y que se han quedado a vivir conmigo a lo largo del tiempo, pero por citar sólo algunos diré “Miedo a volverse de hielo”, de Mario Cuenca Sandoval, “Entre dos luces”, de Caballero Bonald o los versos de Claudio Rodríguez que he citado antes (“dad al aire mi voz y que en el aire…”) y ese poema inmenso y terrible de Ángela Figera titulado “Éxodo”. Aunque bien pensado, también podría añadir un brevísimo poema de la danesa Inger Christensen, inmenso en su brevedad:

Si estoy de pie

sola en la nieve

es lógico

que yo sea un reloj

 

¿cómo iba si no la eternidad

a encontrar su camino?

Va siendo hora de concluir, aunque la escritora no demuestra prisa. Le pido que recomiende algún libro de poesía, publicado recientemente. “Podría recomendar varios, pero me ceñiré a dos: Matar poetas, del onubense Juan Cobos Wilkins y Paseo de invierno en Finlandia, de la poeta madrileña María Jesús Silva.”

Salgo del café y la dejo con sus quehaceres, aunque le haya robado parte de su tiempo, de su intimidad, de su paciencia. Tengo la sensación de haber hablado con una mujer con mucho recorrido, con ese saber que proporcionan las horas y el sentido común, la espera muchas veces, la ilusión, la voz de una ciudad. Dejo atrás sus inquietudes. Ángela, lo sé, ha puesto en marcha numerosas iniciativas en la ciudad. Colabora con artistas plásticos, con músicos, llevando la poesía por pueblos y ciudades. Incansable, para todos los públicos. Su  poesía, siempre como un canto.

Reportaje de Adolfo Marchena, colaborador Revista Galeradas

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