Reuniones literarias

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En pleno siglo XXI deberíamos de rebosar reuniones literarias por doquier, pero la realidad es que son las grandes olvidadas, priman las salidas al centro comercial, los viajes y las cañas con los amigos. Ahora que tenemos un acceso fácil a la cultura, la dejamos de lado y nos centramos en relaciones sociales, que en ocasiones resultan insulsas.

El pasado sábado tuve el privilegio de participar en un taller de literatura —no importa si es un taller, reunión o tertulia, ya que en el siglo XVIII en Francia se conocían como salons y eran exactamente lo mismo—, una reunión que me sorprendió para bien por la pasión que demostraron todos los participantes hacía la lectura y la literatura en general, así que pensé que todavía queda esperanza para las letras.

La clave es la informalidad, la charla jovial y la muestra de diferentes opiniones desde el respeto, y digo desde el respeto porque la mayoría de la gente no sabe mostrar su opinión sin intentar convencer a los demás en el camino. Fue algo grato encontrar gente que ha leído clásicos y que los prefiere por encima de la literatura actual y no me refiero a que sean mejores, sino que la literatura universal bebe directamente de los clásicos como Homero con su Ilíada, Hemingway con su El viejo y el mar o a Agatha Christie con sus Diez negritos.

Con solo una persona decidida a hablar sobre clásicos literarios la tertulia se centró en el tema de las relecturas y descubrí, que hay miedo a releer, miedo a no recordar cómo era la historia y sentir vergüenza de uno mismo por la propia incultura. No es ser inculto, forma parte de ser humano olvidarnos de ciertas cosas. Una de las conclusiones del taller fue que no debemos tener miedo a releer, sino que debemos aprovechar la ventaja de lo poco que recordamos para profundizar manos a la obra. Aquí entre nosotros, ya no recuerdo las veces que he releído el Otelo de Shakespeare, sí, porque es mi debilidad y no puedo verlo en la estantería sin que me llame una y otra vez para leer de nuevo mis actos favoritos.

En un momento dado la conversación se centró en un único libro de una autora invitada y otra vez más me sorprendí, porque la experiencia fue reveladora. Puede haber tantas opiniones diferentes de un mismo libro como páginas tiene. Cada lector de forma individual se centra en aquello que más le interesa, motivado por su experiencia o sus gustos y al ponerlo en común surge la magia, se despliega un mundo nuevo en el que las entrañas de la obra quedan al descubierto y ya nunca la vas a ver la misma manera.

Tras el destripe, aparece la autoreflexión y la autoconciencia, que puesta en común deriva en el tema principal de la obra desarrollado en profundidad y relacionado con la sociedad actual. Parte en cierto modo terapéutica, que invita a querer hacer esto con más obras y autores. El resultado es que te vuelves adicto al destripe de una obra literaria y estás deseando que llegue el próximo taller, tertulia o reunión para desgranar cada página.

Entonces, por qué no vamos a seguir con quedando con esas personas que tienen nuestra misma pasión y desarrollarla en común. No es una obligación, por supuesto que no, pero debería ser igual de importante para nosotros que realizar ese viaje que tenemos planeado, ya que en cada libro hay un viaje esperando que lo vivamos. Y si no tenemos esa posibilidad, os recuerdo que en el siglo XXI hay talleres literarios por Internet o siempre podemos reunirnos con un amigo que tiene nuestra misma afición.

Ana Villamor, equipo de redacción Galeradas

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