Ahora que llegan estas fechas tan entrañables, plagadas de anuncios de colonias con acentillo francés y luces callejeras que nos invitan a comprar de todo, pienso desmarcarme con un artículo intemporal que no guarda relación —Dios nos libre— con la Navidad y sus secuelas psicológicas. No le va a librar, por supuesto que no, de las ñoñeces publicitarias de abuelos colocando bolas en el árbol, el soniquete del «Vuelve a casa vuelve» y familias en extinción que brindan entre ensayados besos dulzones al llegar el nuevo año. Eso sí, le garantizo alejarle de tanta tontería por un instante.
Debo confesar que los eufemismos son mi debilidad y a eso voy. Para la RAE, eufemismo se entiende como una «manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante». Porque el lenguaje, en muchas ocasiones, puede resultar hiriente y serlo, además, de forma gratuita. El problema es que en nombre de este aserto tan compasivo se cometen excesos que convierten el eufemismo en mentiras cochinas con las que tratar de conseguir que el público al que va dirigido el pildorazo pase el trago amargo de la mejor manera posible, suavemente, creyendo que le afecta menos.
Los eclesiásticos, en su afán enfermizo por controlar o acallar todo lo referente al sexo, han sido siempre artífices de los mejores eufemismos: «tocamientos» en lugar de masturbación ha sido desde hace mucho su expresión sexual estrella, porque dicha expresión no matiza dónde se produce el tocamiento y, puestos a tocar, no es lo mismo hacerlo en la entrepierna, propia o ajena, que en el hombro o la mejilla.
Aunque lejos de superar la sutileza de la pirueta anterior, me encantó la que emplearon los generales americanos durante la Guerra del Golfo: «Ha habido daños colaterales», en lugar del más realista y lesivo «hemos machacado a la población civil». Huelga mayor comentario.
Durante el apostolado de Rodríguez Zapatero pudimos escuchar la expresión eufemística «aceleración negativa» para referirse al devenir de una economía que ya hacía aguas y estaba a punto de enviarnos al fondo del proceloso océano de los países intervenidos. Esta pirueta semántica, este artificio léxico pretendía que no cundiera el pánico mientras los españoles cerrábamos las últimas empresas o salíamos despedidos de las pocas que aún quedaban abiertas. No se trataba de un simple eufemismo, se trataba de un axioma imposible desde el punto de vista físico ¿se imagina si no a un profesor de autoescuela mientras le refiere a su pupilo «acelere negativamente»? Se trataba de otra gran mentira socialista.
Cuando los empresarios hablan de «reajuste» en realidad tratan de decir que vamos a asistir a un sálvese quien pueda de despidos en las fechas siguientes y en cualquiera de los sectores económicos del país; pero este término no significa «despido» necesariamente y sabe a una debacle menor que si el portavoz de turno anunciara «despidos masivos en el sector de la banca», de manera que todos quietecitos a la espera del reajuste y aquí no ha pasado nada.
Ahora que estamos entusiasmados con las negociaciones entre el presidente en funciones Sánchez y toda la camorra independentista aparecen varios términos que conviene analizar. Por una parte el concepto «nación» y por otra la expresión «conflicto político». Pues bien, en esta ocasión no se trata de un eufemismo imposible del avieso Zapatero sino de la perversión zafia del idioma español, al que tanto desprecian que los independentistas salvo cuando se trata de retorcer al extremo nuestro rico léxico. A saber: «Nación.- conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo Gobierno» y se acabó». No le den más vueltas, estimados lingüistas progresistas de salón, copa y puro, no lo retuerzan hasta sacar su expresión más ambigua ni traten de hacérnoslo tragar como si se tratara de una acepción más de nuestro diccionario: si un gobierno reconoce al de otra nación está concediendo el rango de independiente —de igual— a otro territorio, se encuentre donde se encuentre. Es el paso previo necesario al reconocimiento a la independencia y la prueba, ante cualquier tribunal europeo, de dicho reconocimiento. No es un eufemismo, sino un engaño a la nación y todos sus habitantes, no cuela, señor Sánchez: si su gobierno acepta la inclusión de este término en las bases de la negociación con los independentistas estará siendo felón y usted el más felón de todos.
Por lo que respecta a la expresión «conflicto político», señor Sánchez, solo decirle que se está usted paseando sobre arenas movedizas desde el punto de vista semántico, puesto que se trata de una expresión que se presta a interpretaciones variadas. Muchas de ellas podrían ser utilizadas de forma torticera. No, señor presidente en funciones, cuando se negocia debe hacerse con términos rotundos, sin eufemismos ni piruetas semánticas que se presten a usos interesados a posteriori.
Pero solo se le toma el pelo a quien se deja (y a quien tiene la fortuna de conservarlo, a pesar de los tiempos) y a la mayoría de los españoles, socialistas o no, esta vez no nos van a engañar conociendo el paño «progresista», así que vayan despidiendo al lingüista de Moncloa; se lo pido por segunda vez. Se lo imploro. Déjese usted de desaceleraciones aceleradas, de naciones de naciones dentro de naciones y sean honestos con el idioma y, sobre todo, con el país.
Luis Folgado de Torres es escritor y editor